Como he sostenido en esta serie, la guerra en Ucrania es una guerra subsidiaria de la OTAN (EUA) contra Rusia y ha sido impulsada por los sectores más derechistas de los Estados Unidos, los llamados neocons o el far right; un sector de enorme poder dentro del establishment norteamericano, que incluye desde congresistas hasta presidentes. Es claramente identificable, también, una línea de continuidad política de largo plazo desde finales de la SGM y la formación de los dos bloques antagónicos.
Con la caída de la URSS y el Pacto de Varsovia, la Guerra Fría continuó en los intríngulis del poder más duro en los Estados Unidos. Es común hoy seguir escuchando a políticos norteamericanos y europeos del Este referirse a los rusos como soviéticos y comunistas, anclados en el siglo pasado. Su objetivo es disolver la Federación Rusa e imponer gobiernos ad hoc en las repúblicas federadas; su hegemonía en el hemisferio occidental pasa por el control miltar y económico de Rusia. Sin ello no podrían enfrentar a China, su verdadero enemigo.
Cuando Rusia inició su “operación especial” me pareció una medida extrema, innecesaria y cruel. Tenía información de sucesos de años previos, sabía de las batallas en el Dombás, pero de manera aislada, contradictoria y parcial. Desconocía la dimensión real de lo acontecido durante 8 años. No me sorprendió del todo, habida cuenta de la insistencia de Estados Unidos, desde meses atrás, de que Rusia invadiría Ucrania.
Desconfiaba de las fuentes de ambas partes, aunque Putin y las figuras mediáticas de su gobierno -Lavrov, Sajárova- me parecían más sensatas y directas, tanto en sus alocusiones como en sus respuestas a la prensa. Frente a los desvaríos de Biden, los arrebatos de Nuland, la jardinería de Borrel, la pequeñez de Scholz y el racismo de Von der Leyden, los rusos son estadistas.
En el mundo de información, declaraciones y propaganda que circula al por mayor, la inmensa mayoría de las falacias se producen en Occidente. Hasta ahora no he encontrado argumentos que rebatan la postura rusa y sí, en cambio, información documentada que demuestra la acción concertada, durante años, para llevar a Ucrania, a Rusia y al mundo a la situación actual. En el centro está la hegemonía de Estados Unidos, una hegemonía con dos pilares fundamentales: el dólar y las armas. Hoy van cayendo cada vez con mayor velocidad.
Conforme he avanzado en la investigación he constatado que el de Putin no es un líderazgo de corte imperialista y que sus razones son válidas: Estados Unidos pretende destruir a la Federación Rusa, que no es una amenza contra Europa, y menos contra EUA, y en cambio ha impulsado procesos de integración consistentes. Ha sostenido sus argumentos y sus razones, en foros y medios diplomáticos frente a Europa y Estados Unidos. En los hechos, ha actuado de conformidad con sus compromisos en todos los campos; no he encontrado información en contra.
Vive y deja morir
Los argumentos rusos son válidos desde el punto de vista de una nación confederada tan compleja, amenazada vitalmente por un poder claramente dispuesto a usarlo contra ella. La incorporación de Ucrania y Georgia a la OTAN, anunciada en 2008, encendió la mecha. La amenaza es real; ha sido expresada por figuras políticas y militares relevantes desde hace más de medio siglo, y a partir de 2014 mostró su verdadera cara criminal con su golpe de Estado y su avanzada violenta antirusa.
La amenaza es tan real que la guerra en Ucrania no comenzó en 2022 sino en 2014. La comenzó un gobierno golpista contra la mitad de la población de su propio país, la mitad de origen ruso. Hay testimonios en video de habitantes de Donetsk que le reclaman a Putin haberlos dejado solos durante tantos años, mientras el gobierno y sus milicias los masacraban. La guerra en el Dombás ha sido brutal. Lo que me sorprende ahora es que Putin no haya decidido intervenir antes.
Desde la SGM la expansión de la OTAN al Este ha sido la línea roja, entendida y aceptada por todos. Tanto Gorbachov, último Presidente de la URSS, como el mismo Yeltsin, quien la disolvió, advirtieron y exigieron al Occidente respetar los límites acordados, particularmente Ucrania y Georgia; la frontera del no retorno. No se diga Vladimir Putin, el presidente más abierto a Europa desde Khrushev, según Kissinger, tanto que ofreció alguna vez integrar la Federación Rusa a la OTAN, lo que haría innecesaria cualquier confrontación y, por tanto, su existencia como entidad militar. Era la manera de hacer patente la voluntad rusa renunciar al recurso armado en su relación con Europa y con los Estados Unidos. Frente a esa oferta, la OTAN eligió la guerra y se preparó para ella. Rusia también se preparó y hoy lo demuestra.
Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN no pueden sostener su discurso de que todo lo anterior es mera “propaganda rusa”. Ya Joseph Biden decía en 1997, siendo Senador, que la expansión al Este provocaría la guerra. Lo sabían cuando impusieron al fascista Yushchenko en 2004 después de su Revolución Naranja, tan democrática que enalteció a Bandera como héroe nacional y prohibió el idioma ruso. Lo sabían cuando se lo dijo Lavrov a Burns en 2008 durante aquella reunión previa a Bucarest, donde la OTAN anunció la catástrofe dándole la bienvenida a Ucrania y a Georgia. Lo sabían cuando dieron el golpe de Estado en febrero de 2014 y cuando organizaron la matansa de Odesa en mayo. Lo sabían Merkel y Hollande cuando avalaron los Acuerdos de Minsk sólo para armar al ejército y a las milicias ucranianas pronazis. Lo sabían mientras desconocieron y ocultaron durante 8 años los reportes de las violaciones a los acuerdos por parte de las milicias y el ejército ucraniano que la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) emitía periódicamente.
El cinismo de los líderes europeos, reconociendo su falsario proceder como si nada, es inaudito. Peor Merkel, que negociaba inversiones multimillonarias con Rusia, a sabiendas que vendría la guerra y que todo eso se haría polvo. Ella es corresponsable de la tragedia ucraniana y de mentir y engañar al pueblo alemán; Scholz es una vergüenza. Hollande en 2014 y Macron ahora dan pena ajena; España no puede ni con ella misma.
Por eso toda la campaña mediática occidental alrededor de la guerra está basada en la demonización de Putin y de lo ruso; en presentarla como una acción inesperada e irracional de un loco imperialista, sustentado en un poder corrupto y mafioso. Se basa en negar la guerra contra la población rusa y las masacres brutales de las milicias y el ejército ucraniano en el Dombás, totalmente silenciada en Occidente. Pero, como dice también Kissinger, la demonización de Putin no es una política, sino una coartada para la ausencia de política.
La política rusa desde Gorbachov se ha dirigido hacia Europa en términos de socio y colaborador. A Ucrania le ha reconocido su independencia bajo la condición de neutralidad militar y política. Rusia desnuclearizó Bielorusia y Ucrania, y mantiene acuerdos económicos y políticos con ambas, como los tiene con toda Europa. El desarrollo europeo es indisociable del gas y el petróleo ruso, barato y seguro, suministrado desde hace 80 años ininterrumpidamente.
No hay evidencia, pues, de que la Federación Rusia tenga intensiones intervencionistas, de orden militar, hacia Europa y, menos, de que sea una “amenaza a la seguridad energética europea”. Argumento ridículo con el que se justificó la voladura del Northstream, atentado no sólo contra Rusia, sino contra Alemania y Europa. No fue Rusia la que en un par de meses de 1999 arrojó sobre Kosovo, suelo europeo, 30 mil rondas de bombas de uranio empobrecido; fue la OTAN (sin acuerdo del Consejo de Seguridad de la ONU). ¿Y se espera que Rusia acepte misiles nucleares a 300 km de Moscú?
Por cierto, Ucrania atacó la central nuclear más grande de Europa, en Energodar, Zaporizhia, en agosto de 2022 y lo ha hecho en los últimos días (8-12 de abril), confirmado por la AEIA. Occidente culpa a Rusia, lo cual es rídiculo, pues la zona y la planta están controladas desde el año pasado por Rusia.
El teatro de sombras
Por otra parte, ha sido Rusia la que ha insistido en dos aspectos cruciales en la situación de hoy. Uno es la comunidad histórica entre rusos y ucranianos, prácticamente desde su origen eslavo y, en gran medida político, ligado además a la Iglesia Ortodoxa Rusa y la expansión del cristianismo en la Europa oriental. Comparten religión y cultura desde hace más de mil años. Ucrania fue parte del Imperio Zarista y en su forma actual fue creada por la URSS con territorios de Bulgaria, Moldavia, el Imperio Austrohúngaro, Polonia y Rumania. Hay más afinidad entre Ucrania y Rusia que entre Ucrania y Eropa, que además siempre ha despreciado lo eslavo.
Dos, la necesaria convivencia entre las diferentes nacionalidades. Ucrania no es sólo un territorio y menos una frontera. Son millones de personas que han convivido durante generaciones, particularmente rusos y ucranianos, que se reparten casi por igual la población y el territorio del país. Desde hace más de un milenio comparten religión y reconocen al mismo Patriarca ruso Krill. Hoy el pueblo ucraniano está envuelto en una guerra fraticida en la que milicianos enloquecidos queman inglesias ortodoxas centenarias, asesinan sacerdotes y linchan a fieles a nombre de un patriarcado ucraniano que fue siempre parte de la Iglesia Rusa. Entre 2014 y 2022 la pérdidas en el Dombás se estiman de entre 15 y 20 mil muertos y 2.5 millones de desplazados. De la guerra étnica a la guerra santa y, si el Reino Unido se sale con la suya, a la guerra nuclear.
A estos planteamientos se replica que esa convivencia ha sido desigual y con frecuencia violenta en perjuicio de los ucranianos. Datos y evidencias de los abusos sufridos son extensos e incontrovertibles. Sin embargo, todos son de la época soviética y hasta la década de los cincuenta. O de antes, cuando la “amigable” Europa la dominaba. Un rápido repaso a las formas como Polonia trataba a los ucranianos puede dar una idea de lo que una sociedad racista puede hacer con un pueblo sojuzgado. Pero hoy, Zelensky ofrece regresarle a Polonia su territorio perdido si lo apoya en la guerra. Es decir, el presidente que llevó a su pueblo a la guerra para “defender” su territorio del invasor, lo pone a la venta a cambio de ejércitos y armas. Rumania ya exige su parte.
Las cajas chinas
El viejo proyecto de desarticular a la Unión Soviética y exportar la “democracia” imponiendo gobiernos “aliados” a cualquier costo, ha seguido siendo un leit motiv de los neocons desde la SGM. George H. W. Bush es el mismo que en los sesentas, desde la CIA, organizó a los nazis europeos para luchar contra el enemigo comunista. Más tarde, su hijo como Presidente de EUA, envió a los herederos de esos nazis, bien entrenados y con mucho dinero, a “salvar” a sus patrias. De ahí salieron gobernadores, ministros, presidentes, parlamentarios y políticos de Serbia, Georgia, Kirguistán, Osetia del Norte y Bielorusia; todos de derecha y extrema derecha, racistas, antirusos y militaristas.
El documental francés “Estados Unidos a la conquista el Este” de Manon Loizeau (2005) es brutalmente revelador. No sólo consigna en directo el operar de agentes de inteligencia de EU y sus redes conexas en la organización, financiamiento, dirección y operación de las revoluciones de colores que han precedido a tomas de poder violentas, que se vuelven contra sus propios pueblos. El denominador común de su fuerza son jóvenes desencantados, estudiantes que han crecido entre la pobreza y la inestabilidad política, que fácilmente pueden ser ganados con la promesa de una vida mejor y una propaganda muy bien elaborada y eficaz, sistematizada, pulida y probada en muchos escenarios “no violentos”.
El documental es revelador en muchos aspectos. Presenta en acción a personajes desconocidos que tras bambalinas tejen y destejen grupos y asociaciones, empresas y academias, gobiernos y desgobiernos. Sin empacho hablan de sus trayectorias: Serbia, Líbano, Siria, Kirguistán, Georgia Ucrania; de sus objetivos: Rusia, Cuba. Sus “muchachos” más experimentados, reclutados entre aquellos que están dispuestos a pagar el “precio humano” -como dice uno de ellos varias veces, rondan lo mismo sesiones clandestinas en tugurios, parlamentos o casas presidenciales en sus países de origen, que las elegantes oficinas de la Casa Blanca o el Congreso de EUA. En Ucrania los herederos ideológicos de Stepan Bandera controlan hoy la Presidencia, el Congreso, el ejército, los medios, las universidades y los principales partidos políticos del país (17 partidos, no alineados, están proscritos).
Líneas atrás, entrecomillé “no violentos”. Lo hice porque todo este aparato criminal está vestido de pacifismo, no violencia, paz y libertad. Se trata de la usurpación del discurso y de ciertas prácticas de movimientos legítimos, para imponer causas, desestabilizar gobiernos y eventualmente derrocarlos. Las revoluciones naranjas y las primaveras árabes son algunos de sus logros.
La “biblia” de los movimientos de colores es un libro de Gene Sharp, un académico de la Universidad de Massachusetts, publicado en 1994 en birmano e inglés por el llamado Comité para la Restauración de la Democracia en Birmania. Sorpendería que semejante publicación marginal haya multiplicado sus ediciones en 30 idiomas en pocos años, si no fuera porque se usa como manual operativo de la CIA, sobre todo a partir del cambio de siglo, para conducir sus revoluciones de terciopelo.
Este vínculo se ha negado haciendo valer la trayectoria académica de Sharp, sin duda un gran conocedor y analista de movimientos populares en el mundo. Sin embargo, su trabajo está ligado a la Fundación Freedom House, otra de las añejas ramas civiles del poder político y think tank de la hegemonía norteamericana. Su legado fue continuado por su amigo y socio en la “Institución Albert Einstein”, fundada en torno a su libro. Se trata de Robert Helvey, veterano condecorado de Vietnam, “pacifista” que no tuvo empacho en expresar, entre risas, durante una entrevista radiofónica sobre su experiencia en Vietnam: “los bombardeos de los B-52 son fantásticos”, después de describir una escena dantesca. Su participación en el financiamiento, organización y entrenamiento del movimiento serbio Otpor es innegable. El documental de Loizeau da un atisbo a su proceder y sus ideas en las breves respuestas que acceden a contestarle.
Mea culpa
La investigación sobre la guerra ha traído varias sorpresas. Entre ellas, conocer más a fondo a personajes que, por distintas razones, me causan repulsa, por decir lo menos. Uno es Henry Kissinger, de triste y dolorosa memoria en Latinoamérica y el resto del llamado Tercer Mundo. Sin embargo, como hacedor en un tramo muy relevante de la construcción del hegemón norteamericano, a la vez que teórico de la diplomacia y la geopolítica contemporáneas, sus planteamientos sobre la política de Estados Unidos respecto a Europa y Rusia resultan reveladores. Ha cuestionado la expansión de la OTAN al Este y el afán desestabilizador de la ultraderecha norteamericana contra Rusia.
Me sorpendió, también, que personajes tenidos por duros eran los blandos. George Shultz, Secretario de Estado de Ronald Reagan, enviado a las negociaciones de paz en Afganistán que condujeron a la retirada rusa, aceptó que hubo “presión de algunos de la extrema derecha quienes, sospecho, realmente no quieren que los soviéticos abandonen Afganistán; ellos preferirían sangrarlos hasta la muerte a través de la continuación de la guerra”. Hoy, los blandos son fascistas. Y tienen el mismo guión.
Por otra parte, Vladimir Putin. Un líder político con un talento indiscutible para lidiar con los intereses de las potencias occidentales y mantener unida a la Federación. Debo decir que no quisiera ser ruso y tener un gobierno como el de Putin y su cúpula política. Condeno sus posturas en aspectos cruciales en materia de Derechos Humanos. Su nacionalismo machista y militarista es igual de odioso que cualquier otro. La animadversión que siempre me ha causado su imagen de hombre rudo, formal hasta la rigidez, rodeado de una pompa anacrónica entre militar e imperial (entiendo que no va a remodelar el Kremlin para “modernizarlo”), se contrapone, sin embargo, con la claridad de sus ideas y la consistencia de su discurso y actuar en política exterior.
Su papel desde las sombras en la KGB durante el colapso de la URSS, su posterior ascenso al poder y la férrea conducción de una nación de las dimensiones y complejidad de la Federación Rusa, realmente son admirables. Frente al riesgo de que la URSS se convirtiera en un conglomerado de países independientes, controlados por mafias locales y gobiernos corruptos dispuestos a usar sus armas nucleares como recurso para la extorsión y la amenza contra sus vecinos, Putin logró mantener la unión y poco a poco, ir contrarrestando la sediciosa intromisión de Estados Unidos, Inglaterra y sus agencias de inteligencia, disfrazadas de sociedad civil, que han estado operando en esos países.
Diversos diplomáticos, políticos, militares e incluso miembros activos o retirados de los servicios de inteligencia occidentales coinciden en que Putin ha sido un interlocutor confiable desde que asumió el poder en el 2000. Hasta hace un par de años, era invitado a dar conferencias magistrales, a participar en foros empresariales y de análisis político, y se le entrevistaba frecuentemente en medios occidentales.
Desde entonces ha expresado claramente la voluntad de la Federación de construir relaciones con todos sus vecinos a partir del respeto a los intereses legítimos de las partes. Por ejemplo, los acuerdos firmados en los años noventa, apenas disuelto el Pacto de Varsovia, entre Bielorusia, Ucrania y Rusia crearon una Comunidad Económica que estipulaba, entre otras cosas, el desmantelamiento del arsenal nuclear en las dos primeras, con lo que dejaban de ser “blancos” potenciales. Esos acuerdos fueron mantenidos y respetados por Putin; formalmente seguían vigentes hasta 2022.
Incluso en 2019, y a pesar del incumplimiento de los Acuerdos de Minsk de 2014-15 (incumplimiento documentado por la Organización para la Seguridad y la Coperación en Europa, OSCE), Putin firmó con Zelensky un acuerdo comercial y de provisión de gas con descuento del 30% a vencer en 2024; el solo peaje del transporte gas a Europa le redituaba $7 mil millones de dólares a Ucrania. La inversión con Alemania en el gasoducto Northstream para surtir gas a Europa no parece la actitud de un imperialista que amenaza con invadir a Europa. En sentido contrario, ese mismo año Estados Unidos abandonó unilateralmente el Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, como había hecho en 2002 con el Tratado de Misiles Antibalísticos; es decir, aceleró sin restricciones ni vigilancia mutua, la construcción de misiles nucleares de corto alcance.
La crisis de los misiles en los años sesenta fue un primer gran llamado de alerta sobre el peligro nuclear, que propició, mal que bien, el desarrollo de procesos de limitación y control mutuo de los arsenales nucleares y una cierta contensión de sus afanes expansionistas. A partir de entonces, las potencias nucleares firmaron una serie de tratados y acuerdos que permitieron mantener el equilibrio disuasivo. A pesar de que se multiplicaron los poseedores de armas nucleares, las potencias desmantelaron miles y miles de dispositivos y el número total se redujo considerablemente. La amenaza nuclear se mantuvo durante años, más como un riesgo remoto, que como una posibilidad tangible; el invierno nuclear parecía diluirse paulatinamente en el invierno climático.
En 2002 comenzó el retroceso hacia la amenaza nuclear y hoy parece que el gobierno de Joe Biden y sus aliados de la OTAN, particularmente el Reino Unido, está dispuesto a tensar la liga hasta que reviente.
Referencias.
Algunas referencias ya se encuentran en los textos anteriores de esta serie. Los he repetido pues aportan elementos para sustentar algunas aseveraciones en esta entrega.
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Felipe Sahagún. “Entre Kissinger y Karaganov”. OPI Mundo (Universidad Complutense, Madrid). En: https://www.ucm.es/data/cont/media/www/pag-50214/OPI%20MUNDO.pdf.
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