En un texto sobre las causas de fondo de la guerra en Ucrania, escribí lo siguiente: “Un primer elemento es el factor económico: […] Ucrania cuenta con la mayor extensión de las mejores tierras agrícolas (tierras negras), además de cuantiosos recursos como titanio, galio, manganeso, tierras raras, hierro, gas y las mayores reservas de litio de Europa, entre otros.”
La guerra en Ucrania no es una guerra imperialista más. Es el núcleo del conflicto generado por la reconfiguración política y económica del mundo en el siglo XXI. Para la oligarquía norteamericana que dirige el país resulta primordial debilitar a China e impedir que se convierta en la primera potencia económica y referente político para el mundo; es su principal enemigo. Para lograr ese propósito resulta necesaria la implosión de la Federación Rusa y el cambio de régimen por uno abierto a Occidente y sus “valores”.
Por supuesto, los inmensos recursos naturales del territorio de la Federación son el principal interés, como lo son los de Ucrania. Impedir que estén a disposición de China es imprescindible. Esta es la razón de fondo de la nueva etapa de la expansión de la OTAN hacia el este. Impedir que la nueva Ruta de la Seda llegue a Europa resulta un objetivo estratégico para el dominio del hemisferio occidental, y del mundo, por EUA y los capitales financieros internacionales. No importa cómo, así sea hasta el últmo ucraniano.
Como lo hizo con los gasoductos Northstream, Estados Unidos pisotea a sus aliados para conseguir sus propósitos. Por ejemplo, en 2021 usó todo su poder económico y militar para obligar a Australia a cancelar un contrato con Francia por 65 mil millones de dólares para la fabricación de submarinos convencionales. A cambio, Australia firmó con Estados Unidos y Reino Unido un contrato para construir submarinos nucleares. Esta decisión modifica el equilibrio político-militar en Asia-Pacífico y, junto con la renovación de las instalaciones y de su flota en Guam, cierra un arco nuclear en torno a China. Pero volamos a Ucrania.
En 2013, el Presidente electo Víctor Yanukovich se encontraba entrampado entre la presión occidental y la de Rusia. Mientras la economía del país decaía, la estabilidad política se tornaba en un circo romano. La Revolución Naranja de 2004-05 que llevó al poder al primer gobierno neofascista y antirruso, abrió la puerta a la desestabilización permanente y contribuyó a darle el tiro de gracia a la economía nacional.
Desde la caída de la Unión Soviética, Ucrania no había podido mejorar las condiciones materiales de vida de su población. El gran polo de desarrollo en el este ucraniano, con la industria pesada, civil y militar, así como la minería y la agroindustria, se estancaron como en el resto de la Unión. A diferencia de otros países de Europa del Este que paulatinamente mejoraron sus condiciones de vida, Ucrania no fue el caso. De ser uno de los más prósperos de la Unión Soviética pasó a ser uno de los más pobres de Europa.
Para 2013, la crisis alcanzó su máximo. Los organismos financieros internacionales cerraron los flujos crediticios e impusieron condiciones draconianas a los apoyos más indispensables. La agenda del Banco Mundial y el FMI tenía varios objetivos, entre ellos, el de abrir al mercado la propiedad de la tierra, tanto la agrícola como la minera, principalmente. En medio de esa crisis, Putin ofreció a Yanukovich una línea de crédito preferente por 15 mil millones de euros, mucho mayor y sin las condiciones y exigencias que le imponían estos organismos. Aceptarla le costó el golpe de Estado y la consecuente guerra en su país, iniciada apenas unos meses después. El costo hasta ahora puede dimensionarse con los siguientes datos: la pobreza se incrementó 10 veces, la tasa de desempleo alcanzó 35% y la reducción de salarios, 50%; no hay dinero en los fondos de pensiones. Estados Unidos ha transferido 135 mil millones de dólares; el 7% de las viviendas ha sido destruido y miles de hectáreas agrícolas son improductivas porque están minadas. El costo de la reconstrucción se estima en cerca de 900,000 millones de dólares. El costo humano es inconmensurable.
En entrevista con Natylie Baldwin para Covert Action Magazine, Renfrey Clarke, periodista australiano y autor del libro La catástrofe del capitalismo ucraniano: cómo la privatización desposeyó y empobreció al pueblo ucraniano, sostiene que en 1992 el Deutshe Bank consideraba a Ucrania como el prospecto de mayores posibilidades de “éxito” económico entre los países exsoviéticos, debido a su gran industria metalúrgica, aeroespacial, automotriz y naviera, sus fértiles tierras agrícolas y el alto nivel educativo de su pueblo, “incluso para los estándares occidentales”. Sólo era necesario añadir mercado libre y privatización para alcanzar al jardín europeo. Pero la realidad ha sido otra.
Hasta antes de la Operación Militar rusa, de acuerdo con el Banco Mundial, a dólar constante, el PBI de Ucrania se había reducido 38% respecto a su valor de 1991. Por si fuera poco, de 2000 a 2021 Ucrania perdió 4.5 millones de habitantes. El proceso del colapso ha sido extremadamente doloroso. La presión occidental por absorber a Ucrania dentro de su esfera de control y reemplazar su intercambio con Rusia por un amplio tratado de libre comercio con la Unión Europea condujo a la firma en 2014 de un Acuerdo de Asociación, que se concentró en la eliminación de aranceles, lo que trastornó toda la estructura económica de Ucrania y llevó a miles de pequeños empresarios a la quiebra.
Para 2016, el comercio de Ucrania con Rusia se había hundido y hasta el día de hoy su balance comercial con la UE sigue siendo negativo. Ni los créditos, ni las inversiones fluyeron. La panacea europea sólo necesitaba un mercado para sus productos y un proveedor de materias primas, energía y algunas manufacturas básicas, así como mano de obra a precio de ganga. La industria automotriz, por ejemplo, que en 2008 producía 400,000 vehículos, desapareció prácticamente. Ucrania se llenó de autos europeos de segunda mano, de chatarra pues, como ha pasado con el armamento: Europa se deshizo de su chatarra militar y la envió a Ucrania (algunos analistas militares estiman que entre el 30 y 40% de los equipos enviados a Ucrania sólo sirven para extraerles repuestos y refacciones).
La guerra del hambre
El campo y la producción agrícola es uno de los casos más graves. Una ley de 1998 permitió la creación de pequeños propietarios de tierras agrícolas, pero la corrupción generalizada ocasionó que las tierras fueran acaparadas por una clase política mafiosa que se apoderó de casi todas la empresas y sectores privatizados. Un proceso que el autor llama “refeudalización de la agircultura ucraniana” y que se aceleró en 2021 cuando Zelensky extendió el límite de 100 hectáreas por propietario para llegar a 10,000 Ha. Sin acceso a crédito, con precios de sus productos a la baja, miles de pequeños propietarios han recurrido a la venta de sus parcelas, convirtiéndose en peones en sus propias tierras, o a emigrar hacia las ciudades, donde se enfrentan al desempleo, la carestía, el elevado costo de la vivienda y una inflación del 25%. Los oligarcas locales, de la mano de fondos de inversión y empresas agroindustriales, han sido los únicos beneficiarios.
De acuerdo con el reporte “Guerra y robo: la toma de la tierra agrícola de Ucrania” de Frédéric Mousseau del Instituto Oakland, la superficie de tierra controlada por oligarcas y grandes agronegocios supera los nueve millones de hectáreas, más del 28% de la tierra cultivable del país. Los mayores terratenientes son una mezcla de oligarcas ucranianos e intereses extranjeros, en su mayoría europeos y norteamericanos, así como el fondo soberano de Arabia Saudita. Se cuentan, también, fondos de pensiones, fundaciones y fondos universitarios de Estados Unidos. Las agroindustrias han abierto su capital a corporaciones como NCH Capital, Kopernik, BNP o Vanguard. La mayoría de los grandes terratenientes son acreedores de fondos e instituciones occidentales, en particular el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD) y el Banco Mundial. Zelensky acaba de firmar un acuerdo con Black Rock que compromete alrededor de 400,000 millones de dólares para la reconstrucción de Ucrania y su desarrollo.
Tal como pasó en México con el neoliberalismo a ultranza que destruyó el campo y expulsó a millones de personas de sus tierras, la agricultura ucraniana se fue concentrando en pocas manos que acapararon también, el crédito y todo tipo de incentivos fiscales, mientras sus campesinos languidecen en la subsistencia.
El círculo perverso se cierra con la captura de la producción cerealera de Ucrania y, en parte, de Rusia. En agosto de 2022, Antonio Guterres celebraba la Iniciativa de Granos del Mar Negro, firmada por Ucrania, la Federación Rusa y Turquía (Türkiye), para garantizar el flujo seguro de granos y fertilizantes por el Mar Negro hacia el Mediterráneo. En principio, el 25% de la carga transportada bajo el acuerdo sería para países de renta baja, principalmente de África.
La realidad ha sido otra. Sólo el 3% de los más de 33 millones de toneladas que han sido transportadas ha llegado a esos países; el 80% ha alimentado a los países de renta alta y media, sobre todo europeos. Todo, por supuesto, bajo el control de las grandes empresas agroexportadoras vinculadas a los mismos grandes fondos de inversión y a los mismos bancos que controlan ya casi el 30% de la producción del “granero de Europa”. Es decir, mientras la hambruna amenaza a varios países africanos por el incremento de precios y la escasez de cereales, los ciudadanos europeos pueden seguir disfrutando de sus croissants en sus lindas terrazas. Literal: Europa se roba el cereal destinado a África gracias a los buenos oficios de la ONU. Así la guerra.
Paréntesis wagneriano.
En días pasados fuimos testigos de una extraña situación. El grupo Wagner, un conglomerado de milicianos privados al servicio del estado ruso, estelarizó una azonada contra el Ministerio de Defensa y avanzó desde el sur hacia Moscú. Sólo llegó a Rostov, donde se realizaron negociaciones que condujeron a su retirada. Salvo alguna escaramuza, no hubo enfrentamientos. El suceso fue espectacular: la prensa de occidente reveló su verdadero papel, no como informador sino como como propagandista.
Desde que inició la intervención rusa en Ucrania, el grupo era llamado mercenario, asesino y terrorista. El día de la rebelión, la prensa, al unísono, festejó el suceso como la caída de Putin y cambió los epítetos hacia sus integrantes para pasar a ser los libertadores, los luchadores contra la tiranía de Putin; TVE los llamó “héroes de la libertad”; un día antes, en el mismo noticiero los había llamado terroristas. Claro, apenas se supo del acuerdo con el gobierno, volvió a ser el mismo grupo asesino que había sido hasta dos días antes. El gusto de ver derrotado a Putin les duró unas horas. Ahora la preocupación es tener al Grupo Wagner más cerca de Kiev de lo que nunca había estado. Cuidado con lo que deseas porque se puede hacer realidad.
Referencias
- Frederic Mousseau. “The Black Sea Grain Initiative: When the United Nations Brokers Profits for Corporations, Bankers, and Oligarchs” (La Iniciativa de Granos del Mar Negro: cuando las Naciones Unidas gestiona ganancias a corporaciones, banqueros y oligarcas). Oakland Institute. 19 de mayo de 2023. En: https://www.oaklandinstitute.org/blog/black-sea-grain-united-nations-profits-corporations-bankers.
Renfrey Clarke. The Catastrophe of Ukrainian Capitalism: How Privatisation Dispossessed & Impoverished the Ukrainian People, (La catástrofe del capitalismo ucraniano: cómo la privatización desposeyó y empobreció al pueblo ucraniano). Resistance Books. 2022. https://www.resistancebooks.com/product/the-catastrophe-of-ukrainian-capitalism-how-privatisation-dispossessed-impoverished-the-ukrainian-people-pdf-download/.
Natalyie Baldwin. “Ukraine’s Big Mistake”. (El gran error de Ucrania), entrevista con Renfrey Clarke. Sheerpost, mayo 8 de 2023. https://scheerpost.com/2023/05/08/ukraines-big-mistake/.