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Tan simple, tan cruel

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En mi texto anterior afirmé que Ucrania está realizando acciones desesperadas para involucrar a Europa directamente en la guerra. Ya había atacado dos centrales nucleares, una en Ucrania y otra en Rusia. Pues bien, el mismo martes, mientras se llevaba a cabo la Cumbre de la OTAN, la central nuclear de Kursk fue presuntamente atacada por Ucrania sin causar daño. Al mismo tiempo, fue atacado el puente de Crimea y días después, también Moscú con drones ingleses Storm Shadow. 

Con estas acciones, sin objetivos militares, Ucrania intenta provocar una reacción extrema de Rusia que involucre a Europa. En cierto modo, lo logró, aunque se dio otro balazo en el pie. En el contexto de estos ataques está el Acuerdo de Granos del Mar del Norte, que le permitía vender una gran parte de su producción, libre de aranceles. Al mismo tiempo, mantener mediáticamente una línea de golpeteo a Rusia en torno a la distribución mundial de alimentos. 

La leyenda negra del grano

El Acuerdo de Granos del Mar Negro, promovido por la ONU y firmado en julio de 2022 por Ucrania, Turquía y la Federación Rusa, fue uno de los blancos indirectos de esos ataques. “La atención se ha centrado en lo que es más importante para la gente de nuestro mundo. Y que no quepa duda: este es un acuerdo para el mundo”, sostuvo Antonio Guterres, al anunciar el acuerdo en 2022, y añadió: “es un faro de esperanza para aliviar el sufrimiento humano y asegurar la paz”.

De acuerdo con lo que informó Guterres, la iniciativa involucra tres puertos ucranianos del Mar Negro: Odessa, Chernomorsk y Yuzhny, de donde “se espera exportar cinco millones de toneladas métricas al mes” (para un total de 30 millones de toneladas) de Ucrania y facilitar el acceso a los mercados mundiales de alimentos, fertilizantes y amoniaco procedentes de la Federación Rusa, que han sido bloqueados por las sanciones a bancos y empresas. 

Para monitorear el cumplimiento del Acuerdo se estableció un Centro Conjunto de Coordinación con sede en Estambul. Los equipos de inspección monitorearían la carga en los tres puertos. Buques y pilotos ucranianos se encargarían de custodiar a los barcos a través del Mar Negro, que está minado, para evitar accidentes. También se inspeccionarían los barcos que ingresen a los puertos. Así, el acuerdo permitía reanudar las exportaciones de grano, otros alimentos y fertilizantes, incluyendo el amoniaco, desde Ucrania, a través de un corredor marítimo humanitario seguro, lo que le daba un respiro económico al país. 

En el marco de este acuerdo, la mayor parte de los países europeos eliminaron aranceles al grano ucraniano y facilitaron su transporte, los seguros y las transacciones bancarias en beneficio de Ucrania. Polonia y Rumania, principalmente, pusieron ciertas restricciones, pues el acuerdo dañaba a sus propios agricultores, que no podían competir en esas condiciones; otros, simplemente han limitado sus importaciones por las mismas razones.

Desde su anuncio y cada vez que se informaba de sus avances, con grandilocuencia se resaltaba que el Acuerdo contribuiría a reducir la inflación alimentaria en el mundo y a aliviar la hambruna en países pobres, sobre todo de África: “brindará alivio a los países en desarrollo que están a punto de la bancarrota y a las personas más vulnerables que se encuentran al borde de la hambruna”, dijo Guterres, y añadió para darle mayor crudeza: “la FAO señala que se prevé que casi 600 millones de personas padecerán de subalimentación crónica en 2030, lo que representa “alrededor de 23 millones más que si no hubiera ocurrido la guerra en Ucrania”.  Por todo ello, el Acuerdo estableció el compromiso de enviar el 25% de los alimentos hacia países pobres que sufren hambre, unas 8 millones de toneladas.

Sin embargo, la exportación de grandes cantidades de cereales y otros productos, sin aranceles (o muy bajos en algunos casos), contribuyó, efectivamente, a contener el alza inflacionaria, pero sólo en Europa. Del hambre sólo se acuerdan cuando emiten comunicados. Sólo el 3% de las casi 30 millones de toneladas llegaron, efectivamente, a países pobres de África y Asia. Hoy los precios del trigo, por ejemplo, están a niveles preguerra, pero África sigue padeciendo alta inflación y hambre. El grano ruso simplemente no puede llegar porque Occidente lo impide.

En cuanto a Rusia, el Acuerdo incluía desbloquear alguno de los bancos rusos para que las transacciones pudieran llevarse a cabo. Es decir, para que los compradores de grano y fertilizantes pudieran pagar sus compras. Sin embargo, como es su especialidad, Occidente incumplió el Acuerdo. Ningún banco fue liberado de sanciones y Rusia se ha visto imposibilitada de realizar transacciones vía el sistema SWIFT. Las facilidades acordadas en materia de seguros y transporte tampoco se cumplieron. Es decir, se mantuvo el bloqueo a las exportaciones de alimentos, fertilizantes y amoniaco a gran parte del mundo. Tampoco se facilitó la reparación del ducto (bombardeado por Ucrania) que transportaba el amoniaco ruso a Odessa y de ahí al mundo. Aún así, Rusia amplió en noviembre y luego en mayo el Acuerdo y mantuvo negociaciones para liberar los obstáculos a su propia exportación de alimentos. 

La ONU como transnacional agroalimentaria

Consideremos que Rusia incrementó en 2022 su producción de granos hasta alcanzar 150 millones de toneladas, tres veces lo que produce Ucrania, por lo que le urgía liberar sus inventarios. Es obvio que el impacto sobre los precios y la “hambruna” en el mundo ha sido mucho mayor al bloquear 150 millones de toneladas rusas, que los 8 millones que serían destinados a paises con hambre. Pero eso no les interesa. El discurso de la ONU y del “Occidente colectivo” como gustan en llamarse los países de la OTAN, de que el meollo del Acuerdo del Mar del Norte es evitar hambrunas en países pobres es una falacia. Como de costumbre, mienten. Sólo consideremos que la producción mundial de granos es de 2800 millones de toneladas; 8 millones son migajas y ni eso entregó Europa. El croissant mañanero es sagrado.

De acuerdo con diversos estudios (Ver: https://revoluciontrespuntocero.news/hasta-el-ultimo-ucraniano-viii/), de los 30 millones de toneladas de granos y otros productos contemplados, sólo el 3% llegó a países pobres; el resto se lo quedó Europa. Todas las transacciones se llevaron a cabo a través de las grandes transnacionales agroalimentarias, como Cargill y Monsanto, con la intervención de aseguradoras occidentales, por supuesto con primas exhorbitantes que absorbía Ucrania. Es decir, el Acuerdo sólo sirvió para que los grandes poderes transnacionales realicen un negocio monumental. 

Otro ejemplo de la falacia del señor Guterres y la Unión Europea es el acuerdo de transporte de alimentos firmado como medida alterna al Acuerdo del Mar del Norte. Ucrania ha enviado a Europa productos por 26 mil millones de euros y a cambio, Europa le envió a Ucrania productos por 48 mil millones. Gran negocio mantener a Ucrania en el hoyo, mientras siga evitando la terrible hambruna en Holanda, principal beneficiario europeo. Así la ONU sirvió de gestora para el capital occidental. El hambre puede seguir en Eritrea o Bangladesh, pero Rusia no sacará su grano.

El hambre de guerra

Como dije al principio, Ucrania se dio un balazo en el pie al atacar Crimea y Moscú. La respuesta de Rusia se dio en dos vías: canceló el acuerdo y realizó ataques a puertos y depósitos de armas Ucranianos, no sólo en Odessa, sino también en Reni a orillas del Danubio, cerca de la frontera con Rumania, una de las principales puertas ucranianas hacia Europa para el flujo del comercio de alimentos, bienes y armas.

La dureza de los ataques rusos se explica, primero, por el incumplimiento del Acuerdo del Mar del Norte pero, sobre todo, porque Rusia comprobó lo que ya había señalado varias veces en el Consejo de Seguridad de la ONU: Ucrania utiliza instalaciones civiles para almacenar armas y tropas. En este caso, no sólo almacenaba armas y municiones en estos puertos, sino que usó un buque cerealero con bandera turca para transportar los drones ingleses que derribaron el puente de Crimea. Por esta razón, también, Putin anunció que consideraría cualquier buque como posible blanco militar y estableció una zona vedada a la circulación marítima. Ucrania anunció lo propio respecto a barcos rusos. Mientras tanto, Putin anunción el envío gratuito de granos y otros alimentos a África y Asia.

Aún así, la ONU, con apoyo de toda la prensa occidental, ha puesto el grito en el cielo culpando a Rusia de agravar la hambruna mundial, y pretende iniciarle un procedimiento para acusarla de crímenes de guerra. No sorprende la rapidez con que lo hace, pero no deja de llamar la atención que en más de un año de guerra no haya expresado ningún reparo en los crímenes cometidos por Ucrania. 

Recordemos que desde 2014 la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa, OSCE, documentó los crímenes de guerra cometidos por fuerzas ucranianas en el Dombás durante 8 años. Cabe mencionar que en los videos que circulan profusamente del bombardeo en Reni, por ejemplo, se aprecia claramente que luego de la explosión de los misiles sigue una cadena de explosiones menores en el aire. Se trata de bombas de racimo almacenadas en puertos civiles, que Ucrania ha utilizado desde antes, incluso, de que Biden anunciara su entrega hace unas semanas. Esto lo denunció Human’s Rights Watch, no sólo Putin.

Como vemos, la guerra de la OTAN contra Rusia sigue destruyendo Ucrania. Lo peor es que todo se pudo evitar si Ucrania se hubiera mantenido neutral. Tan simple, tan cruel.

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