Las guerras del hambre
El alimento ha sido siempre usado como arma de guerra. Imperios han caído por hambrunas y grandes ciudades fueron vencidas más por hambre que por la batalla. El Siglo XX vio cómo Occidente devoraba al mundo hambriento. En algunos casos ha sido una guerra soterrada y silenciosa; otras, abierta y abismal. A veces se acompaña de bombas y otras se les llama sanciones económicas. Con frecuencia unas les siguen a las otras; ambas son igualmente crueles. El occidente colectivo, como gustan en llamarse los miembros de la OTAN, mantiene guerras en casi todos los continentes. Hoy el hambre de guerra sigue alimentando la guerra del hambre.
No sólo Corea del Norte, Cuba, Venezuela, Irán o Rusia sufren sanciones económicas sin una guerra declarada, unos 30 países del mundo son objeto de esa guerra silenciosa que tiene impactos profundos y de largo plazo en los pueblos afectados, sobre todo entre los más pobres. No sólo se bloquean transacciones comerciales de todo tipo de bienes, desde transferencias tecnológicas hasta alimentos, sino que se utilizan bloqueos financieros, confiscación de activos y hasta persecución judicial contra directivos de empresas, diplomáticos o jefes de Estado.
La guerra en Ucrania es también una guerra del hambre. Pero sus efectos no los padece sólo la mayoría de los ucranianos empobrecidos por un conflicto que lleva ya nueve años, sino los países más pobres del mundo, como Sri Lanka, Sudán o Haití, cuya inflación alimentaria se elevó aceleradamente. Las sanciones económicas que Estados Unidos y sus aliados han impuesto a Rusia han afectado al planeta entero. Se rompieron cadenas de suministro de todo tipo de bienes, redes de transporte y distribución de alimentos por aire, tierra y mar, dañando sectores económicos vinculados la industria alimentaria, que son clave para muchos países.
Rusia es uno de los mayores proveedores de alimentos a África, con un comercio de más de diez millones de toneladas anuales, ya sea de granos, aceites comestibles y productos elaborados. El Acuerdo de Granos del Mar de Norte permitiría que ese flujo no se detuviera y África recibiera unos ocho mdt a precios preferentes. Durante un año, la OTAN no sólo incumplió su parte sino que retuvo para sí 6.5 mdt de las 8 que debieron llegar a los países más pobres del continente africano. Al mismo tiempo, como cada año, Europa desperdició cerca de 60 millones de toneladas de alimentos, más de todo el alimento que importa.
Según la FAO, casi 830 millones de personas sufren hambre en el mundo, la mayoría en África. En 2022, la población de siete países se enfrentó a inanición, indigencia o a niveles catastróficos de hambre aguda; más de la mitad en Somalia (57%); el resto, en Afganistán, Burkina Faso, Haití, Nigeria, Sudán del Sur y Yemen. Cuatro de los siete paises del mundo que sufren hambre extrema son africanos. El continente más rico en recursos sigue siendo el más pobre: más del 60% de la población vive en la pobreza; en algunos llega al 80 por cierto. En todos ellos, a la pobreza se le suma el terrorismo yihadista auspiciado por Occidente.
Mientras Europa habla de hambruna y se roba los alimentos de África, Rusia hace política. El 27 y 28 de julio se llevó a cabo en San Petersburgo la Cumbre del Foro Económico y Humanitario Rusia-África, a la que asistieron presidentes y ministros de 49 de los 54 países africanos. Los acuerdos de cooperación abarcan desde la condonación de la totalidad de la deuda africana con Rusia y el envío gratuito de cereales a los más necesitados, hasta el intercambio en asuntos como salud, educación, infraestructura energética, ciberseguridad y exploración espacial.
Pero quizás lo más importante es que se propone apoyar a los movimientos de descolonización de África y buscar compensaciones por los daños económicos y humanitarios, incluida la restitución de los bienes culturales arrebatados en el proceso de expolio colonial y neocolonial.
La yihad como arma geopolítica
Otro elemento de la mayor trascendencia de esta reunión fue la negociación de acuerdos militares con 40 países del continente. Así, la guerra en Ucrania y el hambre en África se juntan en un proceso inesperado y alarmante para Europa, que observa impotente cómo la segunda oleada de descolonización africana se acelera rápidamente. Europa se encuentra en una grave crisis por las consecuencias de la guerra y las sanciones impuestas a Rusia, que han resultado en un búmeran. Francia en particular se encuentra en una posición extremadamente frágil frente al desafío africano que le abre otro frente de conflicto y desafía su hegemonía en el continente.
Las guerras de independencia, que abarcaron casi toda la mitad del siglo pasado, no lograron la independencia económica de ninguna de sus excolonias. Por ejemplo, cada banco central está obligado a mantener 50% de sus reservas en el Tesoro francés y éste sólo les paga 0.75% de interés. Es decir, la mitad de su riqueza la retiene Francia, gobernada por un banquero. Su moneda, el franco CAF (Comunidad Financiera de África), la acuña Francia (1 franco es igual a 100 francos CFA) y las empresas extractivas francesas están exentas de impuestos. Por supuesto, ningún país en estas condiciones puede tomar decisiones de política financiera o monetaria, ni definir su propia política de desarrollo.
Esta forma de expolio se agravó en 2011 con la destrucción de Libia y el asesinato brutal de Muamar Gadafi. No sólo devastó al país más próspero de África sino que instaló un régimen criminal y terrorista que ha creado un mercado de esclavos masivo. La yihad islámica, el arma de guerra geopolitica de Occidente en el mundo musulmán, se ha extendido por las regiones más ricas de buena parte de los países del Sahel africano. No es casualidad que mientras aumentaba el número de instalaciones militares occidentales en la región, estacionadas supuestamente para combatir el terrorismo yihadista, Boko Haram, el más conocido ejército radical en África, haya crecido vertiginosamente, por supuesto, con armas y equipos occidentales. Tampoco es gratuito que haya sido, justamente, esta organización la primera en atacar al ejército de Níger y al Grupo Wagner, asentado en el país como apoyo en su lucha libertaria.
Los recientes levantamientos anticoloniales en Mali y Burkina Faso, pero que se extienden desde Guinea a Sudán, son también una lucha contra esta nueva forma de guerra que Occidente le ha impuesto a África, como impuso al Talibán en Afganistán, a los Hermanos Musulmanes en Egipto, Al Qaeda en Irak y Al Nusra en Siria. No es gratuito que en su discurso en San Petersburgo, el líder del gobierno interino de Burkina Faso que expulsó en enero pasado a las tropas francesas de su territorio, Ibrahim Traore, retomó la memoria del líder de la lucha anticolonial en su país, Thomas Sankara. El día anterior se había llevado a cabo un golpe de Estado en Níger, en el corazón de la excolonia francesa y la detención de su presidente, Mohamed Bazum. En respaldo, la cumbre ruso africana se manifestó en favor de la autodeterminación de los pueblos y su derecho a elegir su forma de gobierno y orientación política.
De inmediato, el nuevo gobierno de Níger canceló la venta de oro y uranio a Francia. En respuesta, Occidente impuso un bloqueo total contra el país, del que se encarga Nigeria y la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao), que pretende intervenir militarmente en su vecino. Por lo pronto, ya le cortó el suministro de electricidad, alimentos, medicinas y agua. A un país con hambre lo dejan sin comer, en nombre de la libertad y la democracia. El cinismo occidental es patente: clama por la democracia en Níger mientras opera un golpe de Estado en Pakistán, ocupa militarmente un tercio del territorio de Siria y permite a Ucrania prohibir todo partido de oposición y cancelar las elecciones que debieran llevarse a cabo en octubre próximo.
En este contexto, se añade otro ladrillo a la hegemonía de Occidente. El martes 22 de agosto inicia la reunión cumbre del bloque emergente formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (BRICS), en Johanessburgo, con la presencia de más de 30 líderes de mundo, particularmente del llamado Sur Global. Rusia, el “enano económico” como lo llamó Josep Borrel, el jardinero de la Unión Europea, ha logrado reunir no sólo a más de 40 países de África en la cumbre ruso-africana, sino que al menos 23 países hayan expresado su intención de sumarse a BRICS, que ya supera al G7 en población y Producto Interno Bruto. Adicionalmente, se abordará la necesidad de acelerar la formación del Banco BRICS de Desarrollo, con una moneda propia, y la posibilidad de que el grupo se integre con la Organización de Cooperación de Shanghái y la Unión Económica Euroasiática. Este superbloque sería el clavo definitivo al ataúd en la hegemonía occidental.
Como vemos, mientras el jardín europeo se debate en una severa crisis interna, con varios países en recesión, la selva del mundo construye una alternativa de desarrollo más equilibrado y justo. África es la última frontera donde se definirá esta batalla civilizatoria.