El cambio climático importa, y el clima social también. En el ambiente de este cierre de campaña ha faltado algo refrescante, hasta ahora todo ha sido sofocante, hay incendios por todo el país. Se han pronosticado los días más calurosos de toda la historia, muchos ya quieren que esto se acabe, que se cumpla el “trámite”. Pues a la ola de calor en la campaña, la tragedia en el cierre de Jorge Álvarez Máynez en Nuevo León la llenó de luto.
Y ahora vamos largo, luego de llenar los pulmones de aire fresco, porque es hora de hacer memoria, eso que no les gusta a los rositas que creen que el país era Suecia antes de 2018. Y pocos lo recuerdan, pero en septiembre de 2013 el país ardía, de rabia y amargura. Hablo del violento operativo que montó la extinta Policía Federal para desalojar a maestros de la CNTE que levantaron un plantón manifestando su rechazo a la reforma laboral al magisterio nacional, que en ese momento se conoció como Reforma Educativa de Peña Nieto, y que según cálculos de la prensa hasta 2019 —cuando AMLO canceló tales reformas laborales— se despidió a poco más de 10 mil maestros, además de quienes sufrieron cárcel o fueron asesinados en aquel otro operativo asesino en Nochixtlán, Oaxaca.
Esto ocurrió luego de años de una millonaria inversión publicitaria para desprestigiar y criminalizar, ser maestro en ese momento era peor que ser un ladrón (o lo mismo). “Pinches delincuentes”, así insultó a los maestros Claudio X. González, dueño hoy de la candidatura presidencial de Xóchitl Gálvez y dueño entonces de Mexicanos Primero, organización de la sociedad civil —prima hermana de Mexicanos contra la Corrupción— que operó la campaña de difamación contra la disidencia magisterial.
El entonces secretario de Educación Pública, Otto Granados, calificó de “cómico” y “surrealista” que alguien pensara en consultar a la Coordinadora (a la CNTE) sobre asuntos de aulas, escuelas o educación. “Hay que recurrir a la gente que sabe”, dijo el titular de la SEP, revelando el desprecio con el cual se trató a la labor docente durante el pasado sexenio.
Carlos Loret de Mola exhibió en todos los cines “De panzazo”, una película que filmó junto a Juan Carlos Rulfo, uno de los mejores cineastas vivos del país, con la que difundieron el peligroso mensaje de que los sindicatos —y los educadores agremiados a ellos— obstaculizaban la calidad de la educación, supuestamente para defender sus “privilegios”.
Los profesores más jodidos, con sueldos de faquir y cuyo segundo idioma es el español. Los agremiados de estados como Oaxaca, Guerreo y Michoacán, con los alumnos más lentos, problemáticos, pobres. Los responsables de las aulas donde privilegio es tener bancas, un pizarrón y un suelo de cemento, fueron molidos a palos por la Policía Federal, con la violencia de quien ve una plaga donde había niños, ancianos y enfermos, y cuya orden no dejaba espacio a la interpretación: que no quede nadie inconforme dentro de la plancha del Zócalo para que Peña Nieto dé el Grito de Independencia, a gusto y entre aplausos.
“Vivan los héroes que nos dieron patria”
Pocos lo recuerdan, pero poniendo el cuerpo por una minoría que compartía la indignación contra la Reforma Educativa y en solidaridad con los compañeros de lucha, personas encapuchadas —algo raro en 2013, visto con sospecha incluso entre gente de izquierda, o morenistas— aparecieron de la nada lanzando bombas molotov, y con resorteras en mano abrieron un espacio a los maestros para salir por avenida Pino Suárez, huyendo de los tanques de las fuerzas federales que como en la guerra —esa guerra que tanto les gusta a los rosas— avanzaron destruyendo todo a su paso y triturando la idea de una huelga general. Así lo reconoció el propio magisterio democrático en el Monumento a la Revolución, donde acudimos quienes decidimos apoyar a los maestros y lanzar en aquel 2013 el Otro Grito de Independencia, el de la memoria rebelde, entre los heridos y derrotados, los reprimidos, los censurados, a los que sin embargo Claudio X. González y compañía no pudieron aniquilar.
Al elegir ese bando, elegimos en ese momento el lado de la valla en donde estaríamos el pasado domingo, no con la Marea Rosa sino con el magisterio democrático. Por eso era importante que los maestros estuvieran ahí, enfrentando a esa sociedad civil que reclama que su racismo, clasismo, xenofobia y traición a la patria tenga representación política en un nuevo partido, si no se quitaron el asco de una vez y para siempre —como pidió Claudio X.— y simplemente se convierten en un movimiento en las calles a favor del PRI de Alito Moreno, del PAN de Marko Cortés y del PRD de Jesús Zambrano. Si en algo trabajó Xóchitl Gálvez fue en engarzar a la Marea Rosa con el PRI, el PAN y el PRD, sin remordimientos.
Durante la retirada en aquella represión de septiembre de 2013, locatarios de los comercios aledaños al primer cuadro de la ciudad y ciudadanos de a pie, en lugar de sentir desprecio por la policía, o algo de humanidad por los profes indígenas golpeados, se sumaron al linchamiento y, más de un testimonio lo documentó, lanzaron escupitajos e insultos a los maestros. Al grito de “güevones”, “mugrosos” o “revoltosos”, terminaron de echarlos del Centro de la Ciudad de México. No nos gusta reconocerlo, ahora es políticamente incorrecto por la cultura de la cancelación y la promoción de la CDMX como metrópoli progresista, pero durante muchas décadas, durante la hegemonía del PRI, esta ciudad fue oficialista, conservadora, diazordacista, y negó las masacres de 1968 y 1971, justificó la prohibición del rock y dudó de que el sistema hubiera cometido un fraude electoral en 1988. Por eso la apropiación del “2 de octubre no se olvida” durante varias décadas fue tan potente.
Esa sociedad diazordacista, que no le da vergüenza ser priista o panista, aprendió que marchar no era malo ni hacía daño a nadie, y ahora está reclamando un espacio en la superficie de la vida pública. Ya quieren defender su agenda oscurantista y retrógrada fuera del clóset. Son como los Donald Trump de nuestro país: Let´s Make Mexico Great Again. Nostálgicos, añoran esa época de una grandeza que nunca existió, de una supuesta nobleza de la Suprema Corte de Justicia que nunca hizo justicia a los ciudadanos, de una supuesta eficiencia del Instituto Nacional de Transparencia (INAI) que siempre ha brillado por su ausencia, de una supuesta seguridad que brindaba la Policía Federal que todos sabemos trabajaba para el narcotráfico, de una atención del Seguro Popular que nunca fue segura y mucho menos fue popular, y desde luego, añoran la determinación e independencia de un Instituto Nacional Electoral que —por mencionar dos casos— validó el fraude electoral de 2006 y no vio, como todos sí lo vimos, la grotesca compra de votos en la elección de 2012, motivo acaso para su anulación.
Es ridículo que quienes nos advirtieron hasta la saciedad sobre el autoritarismo populista de Donald Trump en 2016, ahora sean ellos mismos los que tomen las calles en defensa de esa narcodemocracia mexicana que fue vencida en 2018. “Un error histórico”, diría Beatriz Paredes. El error sería olvidar las profundas razones que permitieron ese cambio en 2018. Pero no, no olvidamos, la memoria rebelde no olvida.