Parte 1: El Caos, El Rescate, La Recuperación
En Julio del 2003 escribí para la revista PODER, de gran circulación en aquellos tiempos, hoy extinta, un artículo que se tituló “Un viaje hacia la Esperanza”. Se trataba en aquella época de describir un proyecto de transformación de toda una cultura de violencia por un incipiente cambio hacia la paz y la modernidad, usando para ello la tecnología, donde uno de los barrios más violentos del mundo, La Comuna 13 y en la ciudad más violenta del mundo, Medellín, Colombia sirvieron de ejemplo para dar un vuelco monumental de cultura ciudadana no solo en la ciudad sino en gran parte en el país completo. He vuelto a visitar recientemente dicho barrio llamado la Comuna 13, y aspiro aquí a recrear lo que significó todo este proceso de transformación.
Pequeña historia
Tuve oportunidad de participar en una visión futurista del entonces presidente de Colombia Belisario Betancur con quien, en 1982, instauramos el proyecto del Centro Mundial de la Informática del gobierno francés de François Mitterrand. Betancur tuvo como uno de sus pilares importantes de gobierno el tema de “Educación a Distancia”, en su proyecto bandera llamado CAMINA, adelantado a su tiempo por un par de décadas. Verdadero visionario. Este programa aspiraba a sumergir en el mundo digital a niños desde sus 5 años, como respuesta a lo que Mitterrand denominó el “Desafío Mundial”, aquel de quedarnos atrás y perder la oportunidad de participar efectivamente en ese nuevo mundo de las tecnologías digitales. Fue mi inmersión en el mundo de la tecnología aplicado a la educación, bicho que me picó y no me ha abandonado desde aquella época.
Y si nos remontamos aún más atrás, llegamos a los años 50 cuando un verdadero Quijote, un cura adelantado ya no dos décadas sino tal vez medio siglo a su tiempo, Monseñor Jose Joaquín Salcedo, fundador de Radio Sutatenza, acuñó el término de la “Revolución de la Esperanza” a su logro de haber educado a más de 4.5 millones de campesinos utilizando la tecnología de punta del momento, un radio transistor y una emisora, Radio Sutatenza, verdadero proyecto transformador y visionario. Alvin Toffler en su libro Shock del Futuro y luego en su segundo La Tercera Ola, describió la labor titánica que “Monse”, como le llamábamos, desarrolló precisamente por esa visión de largo plazo, digna más de un futurólogo, que un cura de pueblo, de esos olvidados de Dios y del mundo, como era Sutatenza en los años 40.
Saltemos 20 años hacia adelante, a comienzos del Siglo XXI, y la idea de la Revolución de la Esperanza, ahora en versión 2.0, consistió en reemplazar el radio transistor por un laptop de bajo costo y bajísimo consumo de energía, y reemplazar el concepto de un radio Sutatenza, genéricamente hablando, por el “internet”. No inventamos nada nuevo. Simplemente reciclamos y adaptamos la tecnología con los adelantos de la época.
Comprendimos entonces que debíamos comenzar a labrar una filosofía orientada a democratizar el acceso al mundo del conocimiento para abarcar a todos los niños en países en vías de desarrollo para no dejarlos atrás y que pudieran convertirse en ciudadanos efectivos en sus respectivos países, Es decir, globalizar lo que Monse había hecho con su proyecto de Sutatenza. Se le dio un nombre directo que llevara el mensaje sin tapujos. Se llamó “Un Laptop Por Niño”. Era la secuencia lógica y necesaria si deseábamos democratizar el acceso al mundo del conocimiento a los niños olvidados del mundo.
Cuando fui a la Comuna 13 en marzo 2003, no teníamos aún el laptop operativo, solo era una idea en embrión, pero contábamos con desktops de Hewlett Packard que el municipio de Medellín estaba ensamblando con dicha empresa. Lo anterior, dentro de un ambicioso proyecto de cambio de cultura para una ciudad asediada por el narcotráfico, la guerrilla, los paramilitares y bandas criminales.
Medellín era algo parecido a Beirut, circa 1972. Era difícil saber de dónde venían los tiros. Fue entonces cuando llegamos a la Comuna 13 a poner en práctica un proyecto que ha habíamos implementado en el Media Lab del MIT donde yo participé por varios años como Académico Visitante en Cachemira, entre India y Pakistán. Lo llamamos Educación por la Paz, ExP. En dicha región de 265,000 habitantes, había 65,000 elementos militares o fuerza pública. Es decir, un número desproporcionado de efectivos militares en comparación con la población del lugar. Y aún así, la violencia no amainaba.
Surge un general del ejército Indio, Arjun Ray, y decide poner a los 65,000 militares a construir hospitales, escuelas, acueducto y alcantarillado, en lo que llamó “prevención de conflicto”. Al Media Lab lo involucró en cómo hacer para manejar el aprendizaje en las escuelas, utilizando para ello a los mismos militares para que fueran ellos los que interactuaran con los chicos y se ganaran la admiración, el respeto y la confianza de la población. A los pocos años la violencia había desaparecido en un 80%. El proyecto de Cachemira arrojaba pues, esperanzadores resultados y merecía ser imitado.
Decidimos ponerlo en práctica en Medellín, porque en los años 80 y 90 fue la ciudad más violenta del mundo, por mucho. Contaba con la vergonzosa estadística de tener más de 381 muertes violentas por cada 100,000 habitantes, Ninguna ciudad se le acercaba ni remotamente en esa categoría. Para poder comparar, hoy día tal vez la ciudad más violenta del mundo es Colima en México, con 140 muertes violentas por cada 100,000 habitantes. Medellín era dos y media veces más violenta.
Las fuerzas vivas de la ciudad, sectores públicos, privado, academia y ONGs, decidieron que tenían que hacer algo porque, de lo contrario, la ciudad se volvería inviable. Cuentan personas cercanas al proceso que se inspiraron en la disyuntiva que encaró el presidente John F. Kennedy cuando a comienzos de los años 60 se encontró no solo con un satélite ruso en el espacio, el Sputnik, sino más aún con un cosmonauta ruso allí también, Yuri Gagarin. Tuvo que crear algo que amalgamara la energía latente de la cultura norteamericana, basada en la creatividad, la inventiva, el pragmatismo, y el deseo de crear riqueza, condimentado con ese espíritu competitivo tan propio de su ADN, para diseñar lo que se llamó un Sueño Imposible, el de llevar un humano a la luna, regresarlo vivo y hacer las dos cosas antes de que terminara la década del 60.
A ese Sueño Imposible se le conoció más tarde como un disparo a la luna, o Moonshot, traducción difícil pues no recoge la simplicidad y al mismo tiempo la profundidad inherente a lo que se quiere decir en esa lengua. Nace la NASA y el consorcio “Empresa Privada-Gobierno” y con ella se despierta el gigante dormido norteamericano y comienzan a salir a la superficie inventos, patentes, procesos, ideas, filosofías culturales y geopolíticas que catapultan a los Estados Unidos a consolidar, ahora sí de manera completa, esa posición de coloso formidable que ostenta hoy día.
Los líderes de Medellín decidieron finalmente crear su Moonshot. Lo decidieron, obviamente sin yo saberlo, por esos mismos años en que llevaba los mismos profesores de MIT que habían estado en Cachemira, para entrenar a los policías y soldados que acababan de tomarse militarmente, cinco meses atrás, en Octubre de 2002, a la Comuna 13 en un operativo llamado Operación Orión. Esa visita fue la que originó mi artículo en la revista PODER mencionado al comienzo de esta narración. Fue nuestro ExP. El gobierno central y la alcaldía de Medellín supieron de nuestro proyecto en Cachemira y nos invitaron a desarrollar uno similar en la Comuna 13.
Durante tres semanas fuimos diariamente a dicho barrio, rodeados hasta la coronilla de protección militar y policial, y entrenamos a un grupo de ellos en el manejo de los desktops de HP con software educacional desarrollado en MIT. Este software, llamado LOGO, un invento del científico-genio, Seymour Papert, y adecuado a las necesidades locales apoyándose en lo aprendido no solo durante largos períodos desde el proyecto CAMINA en 1983-85 sino de avances que por casi 20 años habían logrado en varios proyectos que se desarrollaron ya dentro del Media Lab fundado en 1985, 3 años después de inaugurado el Centro Mundial de la Informática en Colombia.
La operación Orión tuvo dos componentes, uno militar, y otro social. Obvio que la parte militar fue violenta. Atroz. Fue una guerra a muerte. Desgraciadamente, la historia se ha centrado más en los efectos de la parte militar, y la narrativa ha sido muy probablemente manipulada para hacer de dicha operación algo mucho más violento e injusto por parte de la fuerza pública de lo que en realidad fue, o lo que percibimos los que estuvimos allí a los pocos meses, cuando fuimos a implantar nuestro ExP. Desde hace años, tal vez décadas, las numerosas facciones criminales dominaban la comuna. Ni la policía se atrevía a entrar. Por ello, erradicarlas, fue labor difícil, ingrata, no exenta de atropellos, injusticias y abusos. Pero la narrativa omitió la enorme labor social, psicológica y terapéutica que numerosos actores de la ciudad desplegaron con gran riesgo a sus vidas, por devolver a dicha comuna, algo de paz y de esperanza.
Estuvimos protegidos por el destacamento militar y policial, pero apoyados por la secretaría de educación y por todo un grupo numeroso de asistencia social de la alcaldía de Medellín. Iban con nosotros toda una pléyade de visitadoras sociales, sociólogas, psicólogas, expertas en manejo de traumas psicológicos y psicosomáticos, expertas en reinserción a la vida civil de comunidades traumatizadas por eventos violentos incrustados en su seno. Aprendimos muchas cosas de los estragos que la violencia indiscriminada causa en la población civil. Algunas, macabras. Por ejemplo, conocimos que cuando uno de estos grupos criminales estuvo rodeado por los militares en la Operación Orión, en medio de plena batalla desde una escuela en la cumbre del barrio, disparando contra otra de las bandas criminales, decidieron dinamitar la escuela para que no sirviera de trinchera como ellos mismos la habían utilizado por meses.
Ilustración 1: Escuela dinamitada por la guerrilla antes de desalojar el lugar.
Ilustración 2; Así teníamos que subir, rodeados de policías. Hasta la toma de Octubre 2002, ni la policía se atrevía a subir a la Comuna 13
Ilustración 3: Esta toma significaba tener policías cada 20 metros.
Ilustración 4: El profesor David Cavallo, quien participó en Cachemira, dirigió el proyecto en Medellín. Sandra Abreu, del grupo que formamos en MIT llamado “Digital Nations”, fue una de las personas de nuestro apoyo local
Ilustración 5: Para poder ir a la escuela, en un comienzo, francotiradores apostados arriba y a los lados, fueron necesarios.
Aspiro ilustrar con estas fotos varios objetivos: Primero, el grado de caos reinante a comienzos del Siglo XXI; segundo, el comienzo de un proceso de cambio de cultura/mentalidad/, usando la tecnología digital como punto focal; tercero; resultados tempranos.
De las primeras cosas que nos enteramos fue del grado de desnutrición y de pánico y parálisis psicológica en que la fuerza pública encontró la población. Los chicos se habían convertido en personas mudas. No se atrevían a hablar. Habían pasado semanas arrastrándose por el suelo de sus residencias porque el calibre de las balas de las bandas criminales que se disputaban el territorio era de tal fortaleza, capaces de penetrar porlas paredes de ladrillo de las residencias y habían matado ya varios habitantes en el interior de estas. Las madres, la mayoría cabeza de familia, es decir, madres solteras o viudas, hacía días no se atrevían a salir a comprar víveres. Habían tenido que usar papel periódico con limón y sal, para que los niños comieran algo que les supiera lo más cercano posible a la comida.
Las visitadoras sociales que comenzaron a llegar, al ver el grado de mutismo encontrado en los infantes les decían a las profesoras que no hablaran porque los podrían descubrir y matar. Tuvieron que recurrir a darles hojas grandes de papel y marcadores de colores y pedirles que pintaran lo que se les viniera a la cabeza. Las pinturas que hicieron se convirtieron en piezas de análisis psicológico. Todas eran figuras caóticas, cargadas de mensajes subliminales que ilustraban el grado de crisis tan enorme que reinaba en la población
Pasaron semanas y hasta meses hasta que llegó el momento de compartir con la comunidad los logros obtenidos con el programa ExP. Logré que Nicholas Negroponte, el Chairman y co-fundador del Media Lab de MIT viniera a la ceremonia desde Boston. También habíamos entrenado no solo a los policías sino a los abuelos y miembros de la tercera edad, quienes tienen la empatía y el tiempo disponible, para que fueran ellos los que ayudaran a los niños a volver a ser parte de una comunidad vibrante. Para poder acceder a la escuela, recién construida como símbolo del renacer de la comunidad, tuvimos que ser protegidos por francotiradores expertos, apostados en los techos y en las veredas, accesos y corredores de la escuela.
Ilustración 6: Nicholas Negroponte, Chairman del Media Lab, MIT, con Fernando Chaparro, director local nuestro, el Secretario de Educación y la Directora del Plan de Reconstrucción Psicologico de los chicos. Ver al francotirador.
Nicholas, los militares allí presentes, las autoridades y mi persona, fuimos obsequiados con sendos cuadros pintados por los niños y niñas, en frente de los computadores HP y ante la mirada del escuadrón de abuelos y miembros de la tercera edad que sirvieron de voluntarios en el proceso.