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War: genocidio y ecocidio

Los compromisos internacionales son de una vaguedad alarmante, y aún hay pocos estudios sobre el impacto ecológico de las guerras, por ejemplo en Gaza o en Ucrania.

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El mundo vive una reconfiguración del poder global. La hegemonía norteamericana se desmorona y con ello su capacidad de modelar al mundo de acuerdo con sus intereses. El ascenso chino y la fortaleza rusa integrando un polo geopolítico que traspasa hacia el hemisferio occidental, el grupo BRICS, ha abierto el camino hacia la multipolaridad. En esta reconfiguración existen varios frentes de confrontación abiertos, expresados en más de 50 conflictos armados en el mundo.

Los principales frentes de guerra son África, Ucrania y Medio Oriente con Palestina como epicentro. En África resurgen las guerras anticoloniales en el Sahel y se reconfiguran los poderes dominantes en vastas regiones que atraviesan todo el continente, con los genocidios en el Congo y Senegal, principalmente. En Asia se agudiza el conflicto entre China y EEUU, en torno a Taiwán, que involucra desde Australia hasta Indonesia y obviamente a las dos Coreas.

En todo el mundo las maquinarias de guerra crecen a costa de la calidad de vida de sus sociedades, mientras los gobiernos de las naciones occidentales más poderosas no dejan de hablar de cambio climático y pretenden imponer políticas en contra de la agricultura y la ganadería, por ejemplo. Sin mencionar el objetivo del Foro Económico Mundial de reducir la población de mundo como solución al cambio climático, y cuyo discurso ha estado basado en falacias y “culpables” a modo que no tocan el centro neurálgico de la contaminación de la atmósfera, suelos y aguas.

Las grandes iniciativas “de acción climática”, sin embargo, en las que está involucrado el mundo y de las que los países ricos son principales responsables, están encaminadas no a reducir drásticamente las emisiones de los mayores emisores, sino a destruir las modestas actividades que sostienen a miles de millones de personas.

En las estimaciones de emisiones por sector económico, a la agricultura y la ganadería se le atribuyen alrededor del 12% de las emisiones de gases de efecto invernadero, casi tanto como a la manufactura y la construcción. Los procesos más contaminantes son la generación eléctrica y el transporte, que se concentran desproporcionadamente en el norte industrializado.

Así, las principales políticas de los acuerdos mundiales en torno al cambio climático no se enfocan en reducir aquellos procesos de mayores emisiones, sino a introducir medidas que podemos llamar indirectas; es decir, destinar recursos para incentivar la introducción de procesos industriales menos contaminantes o mejoras en el uso del suelo y técnicas agrícolas, por ejemplo, pero no a reducir drásticamente la actividad de los mayores emisores.

Hay sectores altamente contaminantes que nunca se han tomado en cuenta ni en las estimaciones de su impacto ambiental, ni mucho menos en las políticas de disminución o mitigación de emisiones. Uno en particular es grave. Se trata de los ejércitos del mundo en cuyas operaciones cotidianas emiten una enorme cantidad de gases de efecto invernadero (GEF). Organizaciones dedicadas a analizar el impacto ambiental de las actividades militares reconocen la falta de información adecuada, pero de manera indirecta estiman que los ejércitos del mundo contribuyen con entre 5.5 y 6% del total de emisiones mundiales.

Sin embargo, estas estimaciones se limitan a revisar las actividades normales de los ejércitos, sin contar su participación en guerras y conflictos armados y lo que ello representa en términos de impacto ambiental. Aún hay pocos estudios sobre el impacto ecológico de las guerras, pero algunos análisis, por ejemplo en Gaza y Ucrania, son impactantes.

En Gaza, por ejemplo, el estudio “Una instantánea multitemporal de las emisiones de gases de efecto invernadero del conflicto entre Israel y Gaza”, elaborado por un equipo de académicos de varias instituciones (Frederick Otu-Larbi, Benjamin Neimark, Patrick Bigger, Linsey Cottrell, Reuben Larbi) en el que se analizan los primeros 120 días de genocidio, destaca lo siguiente:

❖ Las emisiones proyectadas fueron mayores que las emisiones anuales de 26 países y territorios individuales.

❖ Si se incluye la infraestructura bélica construida tanto por Israel como por Hamás, las emisiones totales aumentan a las de más de 36 países y territorios individuales.

❖ La reconstrucción de Gaza implicará una cifra total de emisiones superior a las emisiones anuales de más de 135 países, lo que los pondrá a la par de las emisiones de Suecia y Portugal.

❖ La estimación máxima sobre todas las actividades anteriores y posteriores a la guerra es comparable a la quema de 31 mil kilotoneladas de carbón, cuya cantidad puede alimentar alrededor de 15,8 plantas de energía a carbón en un año (un tercio de las que tiene Alemania).

Las estimaciones realizadas toman en cuenta no sólo el antes y el después, sino el impacto del uso de vehículos militares y de aviones, así como las emisiones que produce el estallido de las bombas arrojadas desde éstos y la artillería, no así ni el minado de túneles y viviendas. Si bien se basan en un cálculo muy corto de las áreas destruidas si se compara con las estimaciones de la Corte Internacional de Justicia, los datos que arrojan son extremadamente graves.

Resultados de la guerra genocida en Palestina. Foto: UAWC-PAL
Resultados de la guerra genocida en Palestina. Foto: UAWC-PAL

Este escenario, de una guerra absolutamente asimétrica, puede dar una idea de lo que representa, por ejemplo, la guerra en Ucrania, en la que se han disparado varios cientos de miles de toneladas de bombas, misiles, cohetes, minas, granadas y toda clase de explosivos, entre dos de los ejércitos más poderosos del mundo (el ejército de Ucrania llegó a contar con un millón de efectivos, una fuerza mucho mayor a la de cualquier ejército europeo y mayor, incluso, a la fuerza activa real de EEUU).

La naturaleza ad hoc de estos cálculos apunta a la urgente necesidad de contar con informes obligatorios sobre emisiones militares, tanto en tiempos de guerra como de paz, a través de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), entidad que “no tiene en cuenta suficientemente” las emisiones militares.

Las lagunas en los datos complican claramente las estimaciones de los principales indicadores climáticos que muestran cambios significativos en tan solo los tres años transcurridos desde que se publicó el sexto informe de evaluación del IPPC. Las emisiones globales anuales totales ascendieron a 54 Gigatoneladas de CO2, pero el método de estimación del cambio no tuvo en cuenta las emisiones debidas a las acciones militares, a pesar de que la COP28 acordó que los países deben presentar sus contribuciones determinadas a nivel nacional antes de febrero de 2025. Estos planes nacionales para la acción climática desempeñan un papel importante a la hora de definir el compromiso de un país de abordar la crisis climática, pero en la actualidad las emisiones militares están en gran medida ausentes de ellos.

Aún más, los compromisos internacionales son de una vaguedad alarmante. Por ejemplo, la Primera acción del Pacto para el Futuro” aprobado en septiembre pasado en la ONU, dice: “Emprenderemos acciones audaces, ambiciosas, aceleradas, justas y transformativas para implementar la Agenda 2030, alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible y no dejar a nadie atrás”. No extraña, pues, que a casi diez años de la Agenda prácticamente no haya avances en ninguna meta. Por el contrario en varios rubros se han revertido los pequeños logros alcanzados, en buena medida como consecuencia de los conflictos violentos.

En este sentido, el Índice de Paz Global (IPG) del Institute for Economics & Peace (IEP) revela que el mundo se encuentra en una encrucijada. Sin un esfuerzo concertado existe el riesgo de que aumenten los conflictos armados graves. De acuerdo con esta organización, actualmente hay 56 conflictos, la mayor cantidad desde la Segunda Guerra Mundial, con 92 países involucrados fuera de sus fronteras. El creciente número de conflictos menores aumenta la probabilidad de que haya más conflictos importantes en el futuro. Por ejemplo, en 2019, Etiopía, Ucrania y Gaza fueron identificados como conflictos menores; hoy son terribles escenarios de guerra y genocidio.

En los primeros cuatro meses de 2024, las muertes relacionadas con conflictos a nivel mundial ascendieron a 47,000 (sin Gaza ni Ucrania). En aquel momento se estimaba que si el ritmo continuaba durante el resto de este año, sería la cifra más alta de muertes por conflictos desde el genocidio de Ruanda en 1994. Todos los escenarios han empeorado, lo que significaría que podríamos estar llegando a 150,000 víctimas en estos 56 conflictos violentos.

Por su parte, en el primer semestre de 2023, ACNUR registró 114 escenarios de tensión en todo el mundo que habrían motivado movimientos internos de más de 20 millones de personas. La cifra global del desplazamiento forzado ascendía a 110 millones de personas. De este total, 36.4 millones eran refugiadas, 62.5 eran desplazadas internas, 6.1 solicitantes de asilo y otras 5.3 millones se encontraban en la categoría de personas necesitadas de protección internacional. Más de la mitad (52%) procedía de sólo tres países: Siria (6.5 M), Afganistán (6.1M) y Ucrania (5.9M).

El impacto económico mundial de la violencia en 2023 se estima de 19.1 billones de dólares o 2,380 dólares por persona a nivel global. Se trata de un aumento de 158,000 millones de dólares, impulsado en gran medida por un aumento del 20% en las pérdidas del PIB a causa de los conflictos mencionados.

La propuesta de Sheinbaum en la Cumbre del G20 de asignar 24 mil millones de dólares para impulsar la reforestación global y abatir el hambre.

Una cifra inmensa si la comparamos con la propuesta de la Dra. Claudia Sheinbaum en la Cumbre del G20 de asignar 24 mil millones de dólares para impulsar la reforestación global y abatir el hambre. Un programa que en México logró reforestar y comenzar la restauración ecológica de 1.1 millones de hectáreas, al tiempo que mejoraba la dieta alimenticia de 400 mil campesinos y sus familias. Incluso, el gasto en los esfuerzos multilaterales y de organismos internacionales en la consolidación y mantenimiento de la paz ascendió apenas a 49,600 millones de dólares, lo que representa menos del 0.6% del gasto militar total y el doble de lo propuesto por la Dra. Sheinbaum. Pero la paz no es negocio.

México ha puesto el dedo en la llaga frente a los dirigentes de las principales naciones del mundo y en un foro con eco mundial. Pero no es únicamente la propuesta ecológica de la Presidenta, sino la postura fijada en las Naciones Unidas en torno a la urgente necesidad de transformar de fondo esta organización que ha sido incapaz de evitar los genocidios en marcha. Sin la eliminación del veto, la ONU seguirá siendo un ente de buenas intenciones pero incapaz de actuar ante los acontecimientos, ni siquiera ante la muerte de empleados del propio organismo.

Las propuestas mexicanas apuntan a la solución de dos problemas torales para la estabilidad del mundo en el siglo XXI: alimentación y guerra. Sin una transformación radical del organismo internacional, pero principalmente del Consejo de Seguridad, la ONU seguirá siendo un escenario de utilería frente a la peor crisis humanitaria en la historia reciente que tiende a agravarse y a extenderse hacia otros escenarios. Eliminar el veto y democratizar los órganos decisorios de la ONU, como lo ha plateado nuestro país, será la única manera de que el conjunto de naciones transite hacia un organismo actuante en la consecución de su finalidad última: promover y asegurar la paz mundial.

Es absolutamente inadmisible que Israel haya asesinado a más de 200 trabajadores de la ONU, prohibido la entrada a la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo y bombardeado a los Cascos Azules en el Líbano, sin que haya posibilidad de sancionarlo en la propia ONU. Es necesario que se logren los consensos necesarios para avanzar en un sistema de naciones que responda a los intereses de los pueblos del mundo y fortalezca un multilateralismo pacífico.

Por su parte, la iniciativa de destinar 24,000 millones de dólares en un programa como Sembrando Vida a nivel global es una estrategia que ha demostrado ser un mecanismo efectivo, con resultados tangibles e inmediatos, no sólo a mediano y largo plazos, que apunta a conseguir varias de las metas prioritarias de la Agenda 2030. De nueva cuenta, México se pone a la vanguardia política mundial. La reforma de la ONU y Sembrando Vida son dos ejes paralelos de un movimiento político que puede transformar positivamente al mundo. Que así sea.

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