Echar mano del embuste y después montar un lío en donde no lo había: la política del garlito. Los ardides son tan viejos como la política misma; sin embargo, su omnipresencia no los hace menos criticables. Me atrevo a pensar -a riesgo de pasar por santurrón-, que advierto una preocupante afición por reducir el oficio político a esta cualidad que, por cierto, implica en sus ejecutores algún talento. Hay carreras políticas que se construyeron a costa de ardides y, aún más inexplicable, de hacerlos evidentes.
El último capítulo en esa larga lista tuvo lugar en la Ciudad de México y derivó en el retiro de un monumento. Una mañana de julio, las estatuas de Fidel Castro y Ernesto “El Che” Guevara, desaparecieron de la pequeña plaza que las había hospedado desde el 2017. No sin alguna breve polémica, su existencia de figuras broncíneas en el paisaje chilango no se había trastocado más que por las habituales rigurosidades ambientales de la ciudad: un sol que agobia, algún chubasco inesperado o, en el peor de los casos, una cagarruta de paloma. Tristemente, ninguno de estos guerrilleros de bronce podría precaverse de todo un imponderable: la alcaldesa Alessandra Rojo de la Vega.
Fue un acto gratuito e inesperado, pero no inexplicable. ¿La banca donde Castro y “El Che” se sentaban tan cómodamente era exigida con vehemencia para servir otra vez de asiento a los transeúntes? Pues no. ¿No hay otros problemas más urgentes en la Cuauhtémoc para ser atendidos con el mismo celo que la alcaldesa puso en este asunto? Yo esperaría que sí… ¿Entonces?
Detrás del retiro de las estatuas hay una evidente voluntad de provocar y así, en los jaloneos del conflicto, colarse en el debate público.
La alcaldesa Rojo de la Vega sostuvo que semana tras semana recibía solicitudes para retirar las figuras de los revolucionarios cubanos. Si esto es cierto o no, eso sólo lo sabría Rojo de la Vega y su equipo. En todo caso, el pretexto sabe a poco. Detrás del retiro de las estatuas hay una evidente voluntad de provocar y así, en los jaloneos del conflicto, colarse en el debate público. Circunstancia que ha logrado con creces. El caso llegó hasta la presidenta, no sin antes pasar por las aduanas declarativas de la jefa de Gobierno. De un momento a otro, la administración de una alcaldesa capitalina figuró entre los titulares de la prensa nacional.
El ardid de la alcaldesa parece destinado a ubicarla como referente político de la desmadejada oposición, tan ayuna de líderes y proyecto. De pronto, Rojo de la Vega pareció interlocutora de la presidenta del país y de la jefa de Gobierno; su presencia mediática aumentó considerablemente y se ha hecho pasar -según se aprecia en sus redes sociales- como toda una adalid de la libertad y etcétera. A riesgo de parecer impaciente: ¿así se construye una candidatura a la jefatura capitalina?
Guardadas las distancias -pero mucho muy guardadas-, la reyerta provocada por Rojo de la Vega revive las polémicas de otros tiempos, aquellas en las que el régimen cubano y sus protagonistas estuvieron en el centro de la discusión entre dos posturas políticas irreconciliables. En una esquina la derecha y su histórica incapacidad por secundar cualquier movilización popular emancipatoria, y en el otro la izquierda, cercana a la revolución cubana desde su mismo origen.
En Cuauhtémoc, mientras yo tenga el honor de servirles, el derecho a pensar distinto, manifestarse y expresarse estará siempre garantizado. Esta alcaldía es tierra de libertades, de derechos, y de respeto para todas y todos.
Hoy, un grupo de mexicanos y trabajadores de la… pic.twitter.com/FopsL5gCKo
— Alessandra Rojo de la Vega (@AlessandraRdlv) July 26, 2025
La revolución cubana y el régimen que se desprendió de ella han figurado históricamente en el índice de polémicas entre la izquierda y la derecha mexicana. Voluntad, por cierto, que llevó a la alcaldesa a sugerir, en una abierta provocación, la subasta pública de las estatuas de Castro y “El Che”. Un acto abiertamente ilegal, pero políticamente redituable.
Si las creencias de Rojo de la Vega le predisponen contra la biografía y legado de Castro y “El Che” -aunque haya trascendido que hace años vacacionó en la isla, para lo que no tuvo prurito ideológico alguno-, está en su derecho. Es su prerrogativa reivindicarse en cualquier esquina ideológica que mejor le convenga y convenza. No obstante, hay dos aspectos de su desplante que me parecen problemáticos. El primero de ellos es la ausencia de perspectiva histórica; los revolucionarios cubanos levantan pasiones a su paso, lo hicieron cuando comenzaron su gesta y cada que su legado pasa a examen en nuestros días, pero del lado en el espectro político en el que nos hallemos, su carácter de figuras históricas es inobjetable. El segundo tiene que ver con el modo de actuar de la alcaldesa, la forma prepotente en la que dispuso del retiro de un monumento emblemático, con un celo digno de mejores causas… como la causa de gobernar una demarcación especialmente compleja.
Como se ha visto hasta ahora, la política del garlito, la del montaje y el conflicto facilón, ha resultado eficaz. Como decía, carreras políticas completas se han visto aupadas por su ejercicio. Sin embargo, aunque eficiente en el corto plazo, a la larga esa disputa se agota y termina por desnudar una verdad infranqueable: la carencia de ideas y proyecto político. La lógica de la política del garlito sigue las mismas pautas de la sociedad del espectáculo, de la que en alguna medida es origen y destino. Es decir, la de regodearse en el escándalo, uno más grande e inverosímil que el otro.