- El escenario plantea interrogantes sobre la capacidad real del partido para transformar sus estructuras internas, así como sobre la coherencia entre su discurso reformista y sus decisiones al incorporar nuevamente a actores con pasado polémico.
El pasado 29 de noviembre, en su Asamblea Nacional realizada en la Ciudad de México, el Partido Acción Nacional (PAN) aprobó una reforma estatutaria que abre sus puertas de par en par a la ciudadanía, permitiendo afiliaciones digitales instantáneas y candidaturas ciudadanas. Al mismo tiempo, figuras del grupo conocido como “calderonistas” regresaron de forma visible al aparato formal del partido: entre quienes acudieron estaban Margarita Zavala, Roberto Gil Zuarth y Adriana Dávila, exdirigentes o exmilitantes que durante años se habían distanciado del PAN.
La reforma marca un giro estructural: desaparece la rigidez de las candidaturas cerradas, se eliminan filtros internos tradicionales y se habilita la afiliación vía aplicación móvil, sin barreras burocráticas, con la promesa de que “cualquier ciudadano puede aspirar”. Además, se integró un nuevo Consejo Nacional (2025–2028), cuya misión, según el dirigente nacional del PAN, Jorge Romero Herrera, será conducir una etapa de expansión territorial y renovación interna.
El anuncio se hizo bajo un discurso de renovación: un PAN más cercano, ágil, democrático, capaz de atraer a nuevos simpatizantes y de competir bajo criterios ciudadanos, más allá de las cúpulas tradicionales. Pero la reincorporación de los “calderonistas” llama la atención por su fuerte carga simbólica. Este grupo —asociado a los años de gobierno de Felipe Calderón Hinojosa— fue anteriormente señalado por excesivo clientelismo, polarización y políticas de seguridad militarizadas. Su retorno al aparato formal del PAN podría interpretarse como un reacomodo hacia viejos estilos de poder.
El contraste entre los anuncios de apertura y democracia interna y la reentrada de actores históricos del ala conservadora tradicional plantea dudas sobre la profundidad real del cambio. Si bien el partido dice buscar “los mejores perfiles, ciudadanos y sin militancia previa”, también reaviva lealtades y estructuras internas del pasado.
A pocas semanas de su “refundación”, el PAN apuesta a un cambio de imagen y a una estrategia de expansión masiva: planea reclutar a 150 mil personas en todo el país a través de un “ejército de tierra y digital”, según sus dirigentes. La promesa: competir con fuerza en los comicios de 2027 y 2030, con candidatos “más cercanos a la gente”.
Sin embargo, la sumatoria de discursos de apertura y el reingreso de los “calderonistas” arroja una mezcla ambigua: ¿es realmente una renovación profunda, o un intento de maquillaje institucional para mantener vigencia con viejos liderazgos? El giro del PAN a “ciudadano y moderno” convive con el retorno de figuras tradicionales, lo que dibuja un panorama de tensión interna: entre lo nuevo que promete el partido y lo viejo que sigue vigente.
El escenario plantea interrogantes sobre la capacidad real del partido para transformar sus estructuras internas, así como sobre la coherencia entre su discurso reformista y sus decisiones al incorporar nuevamente a actores con pasado polémico. En ese contexto, el momento que vive el PAN invita a observar con atención si su relanzamiento se traduce en una renovación auténtica o en un reacomodo de viejas élites.


