¿Alguna vez te has preguntado por qué, en la era de la hiperconectividad, el debate público no se amplía sino que se envenena? ¿Por qué, teniendo más “amigos”, más información y más canales de expresión que nunca, las sociedades parecen cada vez más fracturadas?
La respuesta incómoda es esta: la polarización no es una falla del ecosistema digital dominante; es una de sus funciones más rentables y políticamente útiles. Un estudio reciente publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), titulado “Why more social interactions lead to more polarization in societies”, aporta evidencia científica de lo que ya era evidente en la experiencia cotidiana: aumenta masivamente las interacciones sociales digitales no fortalece la democracia; la desestabiliza. Y lo hace, además, de manera predecible.
De la hiperconexión al colapso del espacio público
En las últimas dos décadas, el número de vínculos sociales “activos” por persona se duplicó, impulsado por la expansión global de smartphones y plataformas digitales diseñadas —no para deliberar— sino para capturar atención, segmentar audiencias y maximizar engagement.
En paralelo, la polarización política se disparó. En Estados Unidos, la distancia ideológica entre demócratas y republicanos creció abruptamente después de 2010, justo cuando Facebook, Twitter (hoy X) y YouTube consolidaron su papel como infraestructura privada del debate público. La pregunta que plantea el estudio no es menor: ¿esta coincidencia es accidental o estructural? La respuesta es demoledora: es estructural.
El modelo que desnuda la lógica del algoritmo
El modelo computacional desarrollado por Thurner y sus colegas se basa en dos principios bien conocidos, pero sistemáticamente explotados por las plataformas:
Homofilia: la tendencia humana a vincularse con quienes piensan parecido.
Equilibrio social: la presión por construir redes coherentes, donde la disidencia se elimina para preservar la armonía interna.
Cuando estas dinámicas se amplifican artificialmente —como ocurre en redes sociales gobernadas por algoritmos opacos— aparece un punto crítico: alrededor de cinco conexiones positivas por persona, la sociedad deja de ser plural y colapsa en bloques antagónicos. No es una metáfora. Es una transición abrupta, medible y reproducible. Por debajo del umbral, existe diversidad. Por encima, cámaras de eco perfectas, radicalización y ruptura del consenso básico.
Influencers, radicalización y poder blando estadounidense
El modelo introduce dos elementos que resultan especialmente incómodos para el discurso corporativo:
- Basta un 2 % de actores radicales fijos —equivalentes a influencers extremistas, cuentas coordinadas o nodos virales— para garantizar la polarización del sistema.
- La histéresis: una vez polarizada, la sociedad no regresa fácilmente al equilibrio. El daño es persistente.
El modelo se ve en campañas de opinión que simulan ser orgánicas. En Brasil, India o México, ‘ejércitos de trolls’ políticos —que representan un porcentaje ínfimo de la base de usuarios— inundan las tendencias con mensajes agresivos y memes difamatorios para ahogar voces opositoras, crear una falsa sensación de consenso y forzar a los ciudadanos a refugiarse en trincheras ideológicas. Son el ‘2%’ organizado, actuando como catalizador de la polarización masiva.
Aplicado a la polarización social, significa que una vez que una sociedad cruza cierto umbral de fragmentación, no basta con revertir las condiciones que la llevaron ahí, por ejemplo, reducir interacciones o moderar contenido para volver al equilibrio. Despolarizar requiere esfuerzos mucho mayores y sostenidos que los necesarios para polarizar en primer lugar.
Esto no es irrelevante para la geopolítica. La mayoría de las plataformas que operan como aceleradores de polarización son empresas estadounidenses, estrechamente alineadas —formal o informalmente— con los intereses estratégicos de su gobierno. Bajo el discurso de la “libertad de expresión”, estas compañías intervienen en procesos electorales, moldean agendas públicas, amplifican conflictos internos y fragmentan sociedades enteras, sin rendir cuentas ante los países donde operan.
No es casualidad. Un espacio público polarizado es más manipulable, menos soberano y menos capaz de articular mayorías políticas autónomas.
No es un problema de diseño: es un modelo de poder
Hablar de “diseño ético” sin cuestionar el modelo de negocio es una forma elegante de evasión. Mientras el valor económico dependa de: indignación, tribalización, segmentación ideológica, y conflicto permanente, la polarización seguirá siendo incentivada, no corregida.
El estudio lo confirma empíricamente: las plataformas no solo aumentan el número de interacciones, sino que explotan deliberadamente la homofilia, reforzando visiones del mundo cerradas y emocionalmente intensas. La arquitectura digital global actual no busca ciudadanos informados. Busca audiencias previsibles.
La advertencia central: el daño puede ser irreversible
El hallazgo más inquietante del estudio es también el más político: despolarizar es mucho más difícil que polarizar. Una vez que el ecosistema digital empuja a una sociedad más allá del umbral crítico, ni siquiera reducir la conectividad basta para restaurar el equilibrio.
Traducido al lenguaje del poder: los costos sociales se externalizan, las ganancias se privatizan, así las sociedades quedan atrapadas en dinámicas que no controlan.
Conclusión: soberanía digital o fragmentación permanente
La lección es brutal pero necesaria: más conexiones no significan más democracia. En manos de corporaciones privadas alineadas con un solo polo de poder global, significan más fragmentación, más conflicto y menos soberanía.
Para nosotros en #TdeTecnología, el dilema nunca ha sido técnico. Es político: ¿Seguiremos aceptando que el espacio público global sea administrado por empresas estadounidenses que operan por encima de leyes nacionales, o empezaremos a disputar seriamente la arquitectura digital que estructura nuestras sociedades? Porque mientras no se enfrente ese núcleo de poder, cada like, cada share y cada “amigo” adicional no nos acerca al diálogo: nos acerca al punto de no retorno.


