(07 de marzo, 2014).- El día de ayer, en su 87 aniversario, Gabriel García Márquez recibió a reporteros y seguidores en las puertas de su casa en el barrio de San Ángel, al sur de la Ciudad de México.
Vestido con traje gris, con su conocida afabilidad, el escritor colombiano recibió los obsequios de quienes lo visitaron, que iban desde flores amarillas hasta Las Mañanitas cantadas por hombres y mujeres detrás de cámaras y micrófonos.
Después de décadas en la mira pública, todo se ha dicho sobre el Gabo. Lo que no dijeron los medios de comunicación, las revistas de sociales o los literatos, lo dijo él mismo en su autobiografía Vivir para contarla publicada en el 2002. A pesar de que en los últimos años se le ve poco (a veces en eventos fuera de lo ordinario como la inauguración de un boliche), y circulan rumores sobre supuestos problemas de salud, el escritor colombiano sigue generando expectativa entre sus lectores fieles.
Pocos escritores han cautivado a un público tan amplio como Gabriel García Márquez. Lo leen desde jóvenes de bachillerato hasta sus contemporáneos. Su trayectoria le ha valido todo tipo de reconocimientos, incluido el Premio Nobel de Literatura que le otorgaron en 1982.
A García Márquez se le conoce como el mayor exponente del realismo mágico. Desde su primera novela, La hojarasca, es posible encontrar esos universos donde la vida explota en situaciones fantásticas pero ancladas en las realidades de sus personajes -y, por tanto, verosímiles.
La familia es una constante en su obra, al grado de convertirse en un símbolo suyo en Cien años de soledad, publicada en 1967 y una de las obras más leídas en lengua española. En esta novela, el Gabo logró reunir los rasgos de los pueblos latinoamericanos sin dogmatizar sobre el sueño bolivariano, pero sí retribuyéndole sus similitudes y dotando de cierta identidad continental a los países hispanoamericanos.
Quizá la importancia de Cien años de soledad se base, entre muchas otras cualidades, en la conjugación de sus múltiples aciertos anteriores: la importancia de la familia, la magia de lo inesperado, la construcción de cosmogonías y génesis, además de su amor por la palabra y su trabajo por mantener al lector bajo la hipnosis de las letras.
Pero García Márquez -o su obra- no se pueden definir sólo con la saga de los Buendía. Lo mismo podemos cautivarnos con la inocencia de los protagonistas del cuento ‘La luz es como el agua’, que con la angustia de saber demasiado en Crónica de una muerte anunciada. Y nunca está de más ceder ante el morbo del fanático y creer todo lo que nos dice en Vivir para contarla.
Entre el misterio y las apariciones esporádicas, los lectores se aferran al otro Gabriel, ese que dejó suficiente obra para alcanzar a las generaciones futuras. Pasaron rápido estos siete años desde el homenaje por su cumpleaños 80 y desde la publicación conmemorativa por los 40 años de la primera edición de Cien años de soledad.
Aún con el tiempo, el escritor no pierde la sonrisa, y nos hace pensar que hay Gabo para rato.