Hace casi 11 años Andrés Manuel López Obrador pronunciaba de manera contundente, ante el pleno de la Cámara de Diputados durante el juicio de procedencia, previo al desafuero: “ustedes me van a juzgar, pero no olviden que todavía falta que a ustedes y a mí nos juzgue la historia”. Un discurso épico, y emblemático de los anales contemporáneos en México, ya que independientemente de simpatizar o no con el político, fue un parteaguas para millones de conciencias en este país.
Esos fueron los inicios del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), pero no así de la lucha social del político, y aunque aseguró que “la transformación de México no depende de un solo hombre”, es innegable que los puestos políticos que han obtenido los militantes de dicho partido, ha sido derivado de la simpatía y el aprecio que se ganó López Obrador, con base en los resultados de sus actos, que no se quedaron en discurso, demostrando así que su reputación es intachable, por lo que nadie ha podido poner en duda su honradez, integridad y honorabilidad, hasta ahora.
El capital político de Morena es incuestionable; todos esos millones de simpatizantes y militantes del partido creyeron en éste porque ven en AMLO la representación de un cambio real, en momentos de enorme dificultad y empobrecimiento para la inmensa mayoría de las personas, MORENA ha logrado convertir la indignación en una palanca que vira cada vez más hacia un cambio político legítimo, donde, según se cree, se construirá una democracia sin ambiciones.
López Obrador ha asegurado que lo más importante del Partido al que ahora pertenece, es su autoridad moral, llamando a Morena “ejemplo de dignidad”, con militantes que luchan por la justica y la democracia. En distintos escenarios ha pronunciado “en otros partidos tienen militantes de conveniencia, nosotros luchamos por el prójimo porque se puede ser feliz buscando la felicidad del prójimo”.
De ser esto una realidad, tanto para Obrador, como en la conciencia y los actos de los otros actores políticos que representan a Morena, resultaría impensable que dentro de las estructuras de ese Partido, quienes ostentan cargos que determinan las más importantes decisiones y que a su vez repercuten en el pueblo y en ese posible “cambio verdadero”, del que han venido hablando durante años, se conviertan, ante la ambición de poder en constructores de ‘corrientes dañinas’, que en su búsqueda por el dinero y el poder, arruinen lo que, sin duda alguna, no les costó levantar y tampoco sostener.
A dos años de distancia de la elección más importante en México, la considerada por millones de mexicanos, la única izquierda real en el país, no puede darse espacio a errores y equivocaciones que lleven a la debacle la lucha de concientización que AMLO ha emprendido por todo el país, llegando hasta las más ignotas geografías de éste. O lo que es lo mismo, tiene prohibido convertirse en un PRD sanguinario que acribilló a los mexicanos –Pacto por México-, para obtener burdos feudos de poder.
De permitirlo, Morena debe retirarse, porque traiciona no solamente al principal constructor del proyecto y quien ha padecido los embates de la derecha oligárquica, sino también a millones que han puesto su confianza y votos en dicho partido. Porque para ganar un cambio no solamente se puede depender de quienes salgan a sufragar a su favor, hace falta que quienes representan a la institución política, no sean movidos por los intereses personales, y que de esto derive pugnas entre unos y otros, al convertir en adversario a quien se ha sabido ganar, con actos, la confianza de un pueblo. Porque ¿no fue así como llegó a posicionarse como una –temible- fuerza política Morena?
Hoy las principales cabezas de los partidos políticos planean con miras a 2018, por la presidencial y por las votaciones para elegir al jefe del Gobierno en la Ciudad de México, uno de los capitales políticos más codiciados del país, que la derecha jamás ha podido obtener, y que de no unir fuerzas, y permitirse caer en envidias, egoísmos, rencillas, fuego amigo y juegos de poder dentro de Morena, tampoco ellos lo lograrían.
Aquel 2005 AMLO también aseguró “desde hace muchos años que lucho por mis ideas y lo hago apegado a principios, uno de estos es precisamente, hablar con la verdad y conducirme con rectitud. Tengo la certeza absoluta de que no se me juzga por violar la ley sino por mi manera de pensar y actuar, y por lo que pueda representar, junto con otros mexicanos, para el futuro de nuestra patria”.
La pregunta es si todos aquellos al frente de Morena, son dignos representantes de la institución política que aunque con ayuda de muchos, un solo hombre ha logrado posicionar como, hasta ahora, la única izquierda del país. Hoy como en todos los sectores, México vive una crisis de confianza política a nivel nacional, donde el PRD fue uno de los más afectados, derivado de su traición, cuando se decía contestatario al gobierno y defensor de los intereses de un pueblo sumido en la desgracia económica y social, esto abona a que el ciudadano volteé a ver a un partido con propuestas radicales, que hoy han convertido a Morena en una institución política solida y fuerte, pero que sin duda perdería terreno si llega a permitir pugnas internas, pudiendo demostrar que ahí también hay tribus que lejos de obtener poder político, generará la pérdida del apoyo ciudadano, esperemos pues que a Morena, que asegura ser el motor del cambio verdadero, no llegue el salvajismo político.