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A propósito del “gran hermano”, segunda carta abierta a Barack Obama

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Epigmenio Ibarra / @epigmenioibarra

Hoy que sabemos que la fantasía orwelliana del “gran hermano” es, sin lugar a dudas y desde hace años ya, una realidad en su país y se sabe que las agencias de inteligencia y seguridad, violando, incluso, garantías que la constitución de EU establecen, intervienen y graban prácticamente todas las conversaciones telefónicas y todas las comunicaciones cibernéticas de todas y todos los ciudadanos estadunidenses, vuelvo de nuevo a la carga y le escribo esta segunda carta abierta.

Si ya antes era difícil suponer que una carta escrita por su servidor llegaría a sus manos, me imagino que hoy, en medio de la tormenta política que atraviesa su administración por las revelaciones de Edward Snowden, el ex agente de la NSA y las protestas crecientes por la violación de los derechos de los norteamericanos por parte de su propio gobierno, que usted lea estas líneas es punto menos que imposible. No puedo, sin embargo, dejar de hacer al menos el intento.

Aquí, señor Obama, la guerra de la droga, esa guerra que ustedes nos han impuesto, continúa. Siguen ustedes poniendo los dólares y las armas y nosotros los muertos. Siguen ustedes tolerando el consumo y el tráfico doméstico de estupefacientes mientras criminalizan el tráfico al sur de su frontera, misma que, sin embargo y si se trata de droga y no de seres humanos, mantienen convenientemente abierta para satisfacer la demanda creciente de sus millones de consumidores. Allá en su país la droga, señor Obama, significa paz y dinero. Aquí muerte y miseria.

Hoy casi nadie, ni en México ni en su país, habla de esta guerra. Un silencio impuesto desde el poder político en nuestro país y, al parecer, también acordado con ustedes en Washington, ha sustituido las diatribas patrióticas de Felipe Calderón y ya no estamos sometidos al bombardeo de anuncios publicitarios proclamando las “grandes” y “contundentes victorias” gubernamentales contra el crimen organizado. De la derrota sufrida en esa guerra tampoco se habla demasiado.

Que el gobierno y los medios, de uno y otro lado de la frontera, callen, que halla cesado la estridencia, no significa que no sigan muriendo, todos los días, víctimas de la violencia relacionada con el narcotráfico, muchas mexicanas y mexicanos, y que en distintas zonas del país no sigan produciéndose secuestros y levantones y que la cifra de desaparecidos, casi 30 mil el sexenio pasado, siga creciendo. Las masacres, las decapitaciones continúan Sr. Obama. Aquí la barbarie y el terror, que ustedes tanto temen y que les hace espiar a sus propios ciudadanos, es una realidad cotidiana a la que, desgraciadamente, nos hemos acostumbrado.

Vivimos, Señor Obama, en este país una hecatombe humanitaria. Atrás hemos dejado las siniestras cifras en materia de asesinatos y desapariciones de las más sanguinarias dictaduras latinoamericanas. Atrás dejó Calderón, ese al que ustedes tienen como huésped distinguido en la Universidad de Harvard, a gorilas como Pinochet o Videla y mientras a ellos la justicia logró alcanzarlos Calderón continúa impune, gozando de una pensión, recibiendo premios y presumiendo cínicamente sus logros en conferencias por las que cobra, en dólares, cifras astronómicas.

No es mi propósito escribirle para exigir que su gobierno retire privilegios y exhiba a Felipe Calderón. Menos todavía a que contribuya a su enjuiciamiento. Sé que lo ha llamado usted “valiente” y que tanto las agencias de seguridad como la DEA lo tienen en muy alta consideración. ¿Cómo no habría de ser así si, sentado en la silla presidencial de México, sirvió, con tanta e impúdica eficiencia, al gobierno de Estados Unidos? No, señor Obama, de la traición de Calderón y de su sometimiento a la justicia, habremos de ocuparnos, un día, eso espero, los propios mexicanos.

Tampoco le escribo por el asunto de las armas. Estoy al tanto de que incluso sus loables esfuerzos por avanzar en la prohibición de la venta, al menos, de armas de asalto, ha desatado un frenesí por adquirir las mismas. Estoy seguro que ya hay enormes y bien provistos almacenes para seguir surtiendo, armas y municiones, a los cárteles mexicanos de la droga que, vuelvo al punto expuesto en mi carta anterior, no son sino los peones de los verdaderos dueños del negocio: los cárteles de la droga estadunidenses, esos de los que nadie habla y a los que nadie en su país persigue.

Menos le escribo para pedirle, para exigirle, que cierre su frontera para que no pase la droga hacia el norte y los dólares y las armas hacia el sur. ¿Cómo habría de hacer eso si, como en el caso de la operación Rápido y furioso, en una acto de guerra contra México, agencias gubernamentales norteamericanas han trasegado impunemente con armas de alto poder que han puesto en manos de sicarios del narco?

Le escribo, señor Obama, para hacerle, parafraseando a Swift, “una modesta proposición”: ordene a sus agencias de seguridad que, utilizando todos los medios de espionaje telefónico y cibernético con los que cuentan, cacen a esos otros terroristas. No a los hipotéticos, a los probables, sino a unos muy reales. A los que ya tienen las manos manchadas de sangre de ciudadanos mexicanos y latinoamericanos. A los responsables de la hecatombe humanitaria en México. A los capos estadunidenses de la droga. A los financieros estadunidenses que lavan los miles de millones de dólares producto del tráfico doméstico de estupefacientes. A los policías, jueces y funcionarios que en su país los encubren.

Fuente: Milenio

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