No debería asombrarnos que Enrique Peña Nieto siga al frente del Ejecutivo, no obstante los costosos conflictos de intereses en que están involucrados él y su esposa, puescon ese fin, no demandar justicia, se mantiene en la indigencia educativa y concreta a la gran mayoría de la población. Por eso la élite gobernante hasta puede darse el lujo de regañar a quienes osan protestar, tal como lo hizo la señora Angélica Rivera al pretender justificar la adquisición de sus propiedades. Sin embargo, si aquí no pasa nada que afecte al jefe del Ejecutivo, a nivel internacional las repercusiones para el país son muy graves, y las habrá de pagar el pueblo como lo advirtió el presidente del Banco Mundial (BM), Jim Yong Kim.
Al hablar durante una ceremonia en la que se dio a conocer un préstamo de 350 millones de dólares para la operación del programa “Prospera”, exigió justicia para las familias de los 43 desaparecidos de la normal de Ayotzinapa y afirmó: “Tragedias tan terribles como éstas, socavan la necesidad de continuar invirtiendo en el futuro de los más vulnerables, mejorar su bienestar y proveerles mejores oportunidades y empleos”. En otras palabras, no tiene caso seguir destinando recursos dizque para beneficiar a los más vulnerables, si en los hechos siguen sucediendo crímenes tan abominables como los de Tlatlaya y Ayotzinapa.
Es obvio que para el mandamás del BM el gobierno federal está fallando, lo dice entre líneas pero sin circunloquios. Jim Yong Kim debe saber claramente que lo que sucede en México no es un problema derivado de una insurgencia nacida de grupos guerrilleros fuera de control, sino de los abusos de una camarilla gobernante corrupta y voraz que no tiene empacho en seguir por esa ruta, aunque las consecuencias sean cada vez más dramáticas y repercutan negativamente a nivel internacional. Sabe asimismo que de no actuar el Ejecutivo con la debida prudencia, la situación del país se saldría realmente de los cauces institucionales.
De ahí su insólito llamado en favor de una elemental justicia para las familias de los estudiantes desaparecidos, pues sabe que de seguir actuando como lo está haciendo la camarilla en el poder, México podría arder y sería mucho más difícil para los organismos internacionales recuperar sus créditos y seguir manteniendo a nuestro país bajo su férula.
Por eso el 20 de noviembre fue crucial; las marchas terminaron sin incidentes que lamentar, para que en el exterior quede claro que el pueblo no es el que promueve la violencia ni pretende desestabilizar nada. Esto lo saben muy bien en Los Pinos, por eso trataron de ensombrecerlas, darles un cariz “anarquista”.
Es la última carta que le queda a Peña Nieto: justificar el endurecimiento de su desgobierno para no recibir duras críticas del exterior que socaven aún más el derrumbamiento de la economía. Al precio que sea pretende mantener una paz “porfiriana”, con el fin de seguir adelante con su “proyecto” entreguista que acabará con la soberanía energética de la nación. Eso es lo único que le importa a la camarilla gobernante, y acusan hasta de traidores a la patria a quienes nos oponemos a lo que es realmente una verdadera traición a los intereses nacionales. Es una premisa falsa decir que sin las reformas el país se habrá de hundir, como lo afirman los voceros de Peña Nieto en el Congreso; se hundirá sin duda en la medida que se pongan en marcha.
Es una crueldad terrible que sea el pueblo el que siga pagando el absurdo enriquecimiento de la oligarquía, socia minoritaria de las grandes trasnacionales petroleras. En la pésima conducción económica no tiene nada que ver la sociedad mayoritaria, lo saben los organismos internacionales y lo confirmó el presidente del BM con su advertencia. También saben que la caída estrepitosa del producto interno bruto (PIB) en México, se debe a la ineptitud y voracidad de las élites. Así que no tiene caso que el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, eche la culpa a “factores externos”. Menos caso tiene que Luis Videgaray diga que México “está acelerando claramente su crecimiento”. Eso es lo que más indigna a la gente: tanto cinismo y desvergüenza.