El artículo publicado ayer en el New York Times es particularmente significativo para mí[1]. Tuve el honor de conocer al doctor Lopera de manera tan fortuita como conocí a Monseñor José Joaquín Salcedo[2], gran visionario y pionero de la educación rural en con la creación de Radio Sutatenza[3] para llevar educación a las zonas más apartadas del país. Esto con la firme convicción de que el conocimiento es el eje fundamental de la transformación y el desarrollo integral de los territorios. Ambos dejaron una huella profunda en mi vida, no solo por sus ejemplos de dedicación y compromiso, sino también por sus valiosas enseñanzas.
Con el doctor Lopera trabajamos en un proyecto que explora el uso de una tecnología revolucionaria de ultrasonido enfocado, conocida como focused ultrasound, para eliminar las placas de amiloides presentes en los cerebros de personas con Alzheimer. Esta tecnología, promovida por el doctor Maurice R. Ferré a través de su empresa Insightec, en Miami, con quien comparto el rol de cofundador de la fundación Fastrack Institute, tiene un gran potencial. El grupo de investigación liderado por el doctor Lopera, compuesto por más de 150 científicos del área de neurociencias de la Universidad de Antioquia, es reconocido a nivel mundial por su trabajo pionero. Esta posible juntanza augura cambios importantes en la búsqueda de soluciones al problema de Alzheimer.
Sin embargo, de manera similar a lo que experimenté con Monseñor Salcedo, durante la conversación sobre Alzheimer con el doctor Lopera, este me llevó aparte para hablarme de otro proyecto. Junto a la doctora Eliana Fernández, una talentosa científica de su equipo, estaba trabajando en una iniciativa relacionada con las más de 70 millones de personas en el mundo que nacen sordas y nunca han escuchado un solo sonido, a quienes se les conoce como “sordos profundos”. Estas personas suelen enfrentar grandes dificultades para aprender a leer y escribir correctamente desde los puntos de vista gramaticales o sintaxis ya que cuando se enseña a leer y a escribir una lengua a partir de la traducción con lengua de señas, el resultado es una lengua escrita fragmentada. Como consecuencia, muchos de ellos no logran integrarse plenamente como ciudadanos activos en sus comunidades.
Con el doctor Lopera estábamos comenzando a desarrollar un proyecto que, aunque se había avanzado en una solución para este problema, era un proceso muy intensivo en recursos, requiriendo un tutor por cada alumno. La única manera de llegar a las millones de personas que necesitan esta solución es a través de la tecnología. Recuerdo que esa tarde de abril, en un hotel de Medellín, me dijo: “En Alzheimer, el universo de afectados es de unos 50 millones de personas. Aquí estamos hablando de 70 millones. Creo que esto es aún más urgente que lo que hacemos con el Alzheimer, y usted es la persona indicada para ayudarnos a ofrecer una solución global”.
No sé por qué pensó que yo podría ayudar, pero lo que sí tengo claro es que no tenía otra opción que decirle que sí, tal como lo hice con Monseñor Salcedo en su lecho de muerte en 1994. Para este proyecto, invité a Elkin Echeverri, un paisa excepcional que cuenta con las habilidades necesarias para materializar esta idea desde el punto de vista tecnológico. Junto a él y otros miembros del equipo del doctor Lopera, incluyendo al doctor Joseph Arboleda, actualmente en Harvard (sin relación familiar conmigo), estamos desarrollando una serie de videojuegos con Inteligencia Artificial. El objetivo es que los niños puedan interactuar con un avatar que actúe como tutor y, de manera casi autodidacta, aprendan a leer y escribir en todo el esplendor de la palabra, lo que les permitirá integrarse eficazmente en sus comunidades.
Esta nota, a modo de homenaje, está impregnada de reconocimiento y admiración, y busca dar contexto a lo que el doctor Lopera significó para tantos, que como yo, tuvimos el privilegio de conocerlo. Descanse en Paz.
[1] Francisco Lopera, Pioneer in Alzheimer’s Research, Dies at 73 – The New York Times
[2] Tuve el honor de conocer y trabajar intensamente con Monseñor Salcedo. Un gigante, adelantado a su tiempo tal vez por 50 años. Lo que hicimos en One Laptop Per Child (OLPC) no fue otra cosa que actualizar su filosofía a las tecnologías del momento. El radio transistor se convirtió en los laptops (hoy en los teléfonos inteligentes) y Radio Sutatenza en, hoy día, el internet. El contenido lo tuvo Monseñor orientado a los campesinos desposeídos del continente. El de OLPC estuvo orientado a que los chicos “aprendieran haciendo”, especialmente “programando”. Pero la filosofía se la inventó él. Habrá premios Nobel póstumos? De haberlo, ciertamente Monseñor merecería uno, especialmente uno por la paz, pues la educación es el único camino para lograr una paz real y completa.