Ivonne Acuña Murillo / @ivonneam
(25 de septiembre, 2013).- El hecho de que Andrés Manuel López Obrador haya tenido que cambiar el lugar de su cita con sus seguidores del Zócalo al Hemiciclo a Juárez primero, y a la Glorieta de Colón después, no es un hecho sin importancia. Durante dos sexenios AMLO se apropió de un espacio que con anterioridad perteneció a los gobiernos priístas, los panistas por su parte nunca lograron hacerlo suyo. Con la plaza de la Constitución llena a reventar, Andrés Manuel concretó su visión de país a partir de un diagnóstico que para muchos no refleja la realidad, pero que para otros, la mayoría, es una experiencia cotidiana.
El Zócalo es un sitio que históricamente simboliza a las élites de poder: la Catedral representando al poder religioso, el Palacio Nacional y las oficinas del Jefe de Gobierno de la ciudad al poder político y los Portales asiento de los comerciantes, al poder económico. Por su parte, el Hemiciclo a Juárez recuerda a uno de los dos mejores presidentes que ha tenido México y la Glorieta de Colón, al descubridor de América. Jugando un poco con las referencias históricas que cada lugar representa se podría decir que Obrador pasó del asiento de las élites políticas, religiosas y económicas, a la memoria de un reformador y un descubridor.
Sin embargo, es más preciso decir que el hecho de que AMLO haya tenido que realizar estas dos asambleas públicas, la del 8 y la del 22 de septiembre, fuera del lugar en el que naturalmente se consolidó como líder político, puede ser interpretado como un cambio en las condiciones en las que deberá ejercer su liderazgo político-social en los años por venir.
En primer lugar, el regreso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a Los Pinos supone un cambio cualitativo en la forma de hacer política y con ella un cambio en la relación del Poder Ejecutivo con los diferentes poderes y niveles de gobierno, así como con los principales líderes políticos y sociales.
En segundo lugar, la cercanía de Miguel Ángel Mancera, jefe de gobierno de la ciudad de México, con Enrique Peña Nieto y su distancia respecto de AMLO, necesariamente incidirá en la posibilidad de éste último para hacer uso de los espacios públicos, sobre todo de aquéllos que como el Zócalo son emblemáticos de la capital.
En tercer lugar, el liderazgo de Andrés Manuel tendrá que sufrir una transformación para adaptarse a las exigencias de un nuevo escenario nacional. Es justo este último punto sobre el que se pretende profundizar en este artículo y el material para hacerlo lo proporciona la asamblea del pasado 22 de septiembre y el discurso de Obrador en dicho evento.
Antes de comenzar su intervención, una señora mayor subió al templete con intención de saludarlo y retirarse enseguida; cuando dio la vuelta para bajar, Andrés Manuel la detuvo, abrazó y posó con ella para la foto. La mujer se retiró más que complacida por el gesto afectuoso del político.
Ya en uso de la palabra, es relevante que abre su discurso mostrando sensibilidad al solidarizarse con las víctimas de los fenómenos meteorológicos, “Ingrid” y “Manuel”, y pidiendo un minuto de silencio para las personas fallecidas,. Poco después, expresa su apoyo a los maestros y maestras de la Coordinadora Nacional Trabajadores de la Educación (CNTE) que luchan por defender sus derechos, quienes en esta ocasión sí estuvieron presentes; estrategia encaminada a sumar en lugar de restar, a sabiendas de que son muchos los grupos inconformes con la difícil situación por la que atraviesa el país.
En un segundo momento, agradece a las miles de personas que asistieron a esta asamblea el esfuerzo hecho para estar ahí y sumarse a la lucha en contra de la privatización del sector energético y el aumento de impuestos, para después hablar de lo que sus viajes por todo el territorio nacional le han permitido conocer. En sus propias palabras:
“En mis recorridos, recojo los sentimientos y las angustias de la gente por la grave situación económica, social y de inseguridad que se padece. Los caminos pavimentados se están convirtiendo en terracerías. El campo está en el abandono. Se han caído las ventas en las tiendas; las pequeñas y medianas empresas siguen quebrando. Millones de mexicanos se encuentran sin trabajo. No hay dinero y, el que existe, cada vez alcanza menos por la carestía de la vida. Continúa el empobrecimiento de los de abajo y de las clases medias. Con el añadido de que reina la incertidumbre, la inseguridad y la violencia […] Por si fuese poco, en medio de esta profunda crisis, ahora quieren privatizar al sector energético y aumentar los impuestos, con lo cual México terminaría de hundirse. Si no fuese tan grave este asunto, hasta nos esperaríamos al 2015 para decirles: “se volvieron a equivocar, se los dijimos”. Pero ya basta. El afán de lucro de una minoría no debe prevalecer y menos a costa del sufrimiento del pueblo y de la destrucción del país”.
Cerró su discurso recordando a la gente que la suya era una lucha pacífica y que se cuidarán de los provocadores: “Nosotros tenemos la razón y debemos evadir el acoso de quienes no tienen consenso y sólo cuentan con el aparato de la fuerza”, afirmó.
Hasta aquí, AMLO es el dirigente que hemos conocido en los últimos años, un político nato, afectuoso, carismático, acostumbrado a acercarse a la gente y recoger de viva voz sus demandas; un observador acucioso de la situación actual del país y un líder prudente que cuida de sus seguidores y no los expone a caer en el error de la violencia con tal de lograr notoriedad o pretender alcanzar sus objetivos al costo que sea.
Pero en el discurso de este domingo hubo algo más, algo diferente, un sorprendente llamado a Enrique Peña Nieto para que promueva ante el Poder Legislativo y su partido, el PRI, una consulta popular antes de que su propuesta de Reforma Energética pase por las Cámaras de Diputados y Senadores. Al mismo tiempo pidió a las y los presentes que consiguieran la firma de 10 personas para presionar al Ejecutivo para la realización.
Es este un cambio cualitativo en la posición de AMLO frente a quien le arrebatara, por segunda vez (como se sabe, la primera vez fue Felipe Calderón), la posibilidad de llegar a la presidencia de la República.
Para quien esto escribe el llamado de Andrés Manuel a Peña Nieto y la insistencia en una consulta popular son los antecedentes de un cambio en la forma de liderazgo que se ha observado en los últimos tiempos. No parece creíble que de manera ingenua AMLO espere que la sola consulta alcance para frenar una reforma que a todas luces ha sido acordada de antemano, por lo que lo más lógico es suponer que detrás de esa petición hay algo más.
Por otro lado, el cambio en la conducción del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y la base social que la sustenta no puede depender sólo de Obrador, todo líder de masas debe ser sensible a los llamados de sus seguidores, cuya visión sobre lo que debe hacerse también puede imponer cambios de estrategia so pena de dejar sólo al líder incapaz de adaptarse a las nuevas demandas.
En este caso, llama la atención que durante el mitin en la Glorieta de Colón, así como en redes sociales, la gente pidiera a Obrador llamar a un paro nacional, bajo la conciencia de que las marchas poco o nada han logrado. En respuesta, AMLO optó por el gradualismo sosteniendo la necesidad de avanzar poco a poco, con paciencia, autenticidad, perseverancia y sin desbordamientos ni traiciones.
Después de esta reflexión las preguntas obligadas son: ¿Qué tanta flexibilidad tiene López Obrador para cambiar su liderazgo y formas de lucha? ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar para tomar como propias las demandas de sus seguidores o hasta dónde es prudente hacerlo? Y en términos simbólicos, ¿puede, como Benito Juárez, el reformador, hacer una lectura correcta del momento histórico? ¿Está dispuesto, como lo estuvo alguna vez Cristóbal Colón, a “descubrir” nuevas formas de lucha? ¿Podrá situarse nuevamente en el Zócalo, espacio intermedio que las élites religiosas, políticas y económicas no pueden llenar?