Por Luis Daniel Lagunes Marín*
El informe de movilidad social en México 2013, elaborado por el Centro de Estudios Espinoza Yglesias (CEEY), ofrece un panorama general sobre la igualdad de oportunidades en nuestro país; destacando que la movilidad social es casi nula, arroja los siguientes datos: 48 de cada cien mexicanos que nacieron en pobreza morirán en la misma situación, y por cada 100 mexicanos nacidos en pobreza 72 se quedarán sin estudios, 11 llegarán a preparatoria y sólo cinco terminarán estudios universitarios (miguelcarbonell.com); como si esto fuera poco, destaca que radicar en una zona rural es un impedimento más para la movilidad social . Si bien la realidad nos muestra que el terminar una carrera universitaria no es garantía de acceder a un trabajo, es cierto que el acceso a la educación superior aumenta las posibilidades de movilidad social; quien tiene una licenciatura o una ingeniería tiene más probabilidades de acceder a una vida digna. Es ahí donde entran las normales rurales.
Dentro del proyecto educativo de los gobiernos posrevolucionarios destaca la normal rural, llegó a haber 29 antes de 1968 y buscaba brindar educación a los hijos de campesinos, quienes a la vez servirían como profesores dentro de sus pueblos. Así, las normales rurales ayudarían a hacer menor la brecha de la desigualdad facilitando el acceso a la educación de uno de los sectores más castigados en México: jóvenes pobres, campesinos e indígenas. A raíz de los dolorosos hechos acontecidos en los municipios de Iguala y Cocula en Guerrero, por medio de la denuncia de muchos sectores solidarios, han dado la vuelta al mundo los nombres, imágenes e historias de los 43 muchachos desaparecidos, esto no sólo ha evidenciado la situación de violencia y crímenes reinante en el país agravada en estados como Veracruz, Guerrero y Tamaulipas, sino que también da muestra de cual sigue siendo el perfil de ingreso a las normales rurales: muchachos hijos de jornaleros, jóvenes de comunidades indígenas, muchos estudiantes que no hubieran tenido oportunidad de estudiar la universidad sino fuera en estas escuelas.
Quien ha seguido de cerca las noticias sobre la desaparición de los 43 normalistas ha podido ver también la cobertura que los medios han dado de la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos, mostrando los murales y las inscripciones revolucionarias que albergan sus muros: imágenes del Ché, de Sandino, de Lucio Cabañas; pero también las pésimas condiciones al interior de sus instalaciones: aulas avejentadas, sillas desvencijadas, hacinamiento en los cuartos, camas viejas, una cocina en la que se adivina una dieta pobre en proteínas. La gran tragedia de la desaparición desenmascara una tragedia que venía dándose hace mucho tiempo y que pasa desapercibida aún para gran parte de la sociedad: el abandono de la educación pública y con ello el abandono de los hijos más pequeños de este país, de los pobres entre los pobres.
La normal rural de Ayotzinapa, junto con el resto de las normales rurales, cometió el pecado de seguir funcionando bajo los ideales de su fundación, no sólo brindando un espacio para la educación, sino dando un peso especial a los ideales de justicia social emanados de la revolución mexicana y enriquecidos a partir de distintas experiencias revolucionarias, cosa que a ningún gobierno conviene. De muchas décadas atrás viene el ataque a las normales por la cantidad de luchadores sociales que de ellas han salido, sin embargo en los últimos años estas han sufrido embates más fuertes, al grado que Elba Esther Gordillo en la cúspide del poder propuso convertirlas en escuelas de “técnicos en turismo” y declaró que eran un “nido de guerrilleros”, poniendo una vez más a la vista el proyecto de tecnificación de la educación en México, de la cual hoy día es víctima también el Instituto Politécnico Nacional.
Hace apenas unos días corrió la noticia de la asignación de $400 millones extras para las normales rurales, de los cuáles $50 millones serán para la normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa. No se tome esto como una victoria, sino como una pausa en la larga lucha que tenemos de frente por la defensa de la educación pública en México, como un receso que desde el gobierno federal se toman mientras apuestan por el olvido de la sociedad. A los 43, donde quiera que ahora estén, les debemos este respiro.
*Secretario de la Juventud del CEE PRD Veracruz
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