El conocido periodista Raymundo Riva Palacio afirma que “Los rituales no cambian. El PRI lanzó la convocatoria para que se inscriban quienes aspiren a la presidencia del partido, y todos saben que es una pantomima. Cuando el presidente de la República es priista, esa decisión es unipersonal, vertical y autócrata. La designación del presidente Enrique Peña Nieto, en este caso, es más que nominativa. Se juega en ella estabilidad política y la sucesión presidencial.”
Algo de acertado hay en esa afirmación, pues en efecto, el PRI que actualmente gobierna México conserva en uso viejas prácticas como aquellas encaminadas a mantener la unidad del partido, a poner por encima de intereses personales, de facción, incluso de grandes grupos nacionales, la pervivencia y eficacia de una institución política, que después de dos sexenios, logra nuevamente conquistar el lugar de la presidencia.
Pero la afirmación de Riva Palacio, lleva a preguntarse qué de realidad hay en lo que llama la “decisión unipersonal, vertical y autócrata” de Enrique Peña Nieto, al momento de decidir que Manlio Fabio Beltrones sea quien ocupe la presidencia del PRI.
Si el arribo de Beltrones a la presidencia del PRI se da en un simulado escenario de competencia interna, puede pensarse que por supuesto se replica la costumbre del “dedazo”, que era puesta en práctica por el presidente de la República al elegir a quienes debían ocupar no sólo los altos puestos del partido, sino de toda la estructura política, sindical y paraestatal del Estado mexicano.
Se podría afirmar también que la resistencia de este partido a abandonar las prácticas autoritarias que le dieron forma, poder y permanencia sitúan en la presidencia la toma de todas las decisiones importantes que tienen que ver con la vida institucional del partido en el poder. Esa era la lógica en un sistema presidencialista, donde presidencia y partido eran las dos piezas clave para el funcionamiento de todo el sistema político.
Sin embargo, existen factores que permiten cuestionar lo que a la vista de todos aparece como un hecho incontrovertible.
Primero, el contexto histórico en el que se decide que Beltrones sea el presidente del PRI, no es el mismo en el que otros presidentes de la República tomaron la misma decisión. El sistema presidencialista anterior al año 2000 ha cambiado cualitativamente después de dos sexenios panistas, en los que ante una presidencia debilitada se multiplicaron los centros de poder. Hoy los empresarios, los medios, en especial las dos grandes televisoras, los gobernadores, el narco y la delincuencia organizada, la Iglesia incluso, han adquirido un poder y una influencia que no tenían antes, lo cual coloca a la institución presidencial ante la necesidad de negociar no sólo parte de sus proyectos de gobierno, sino algunas otras decisiones de política interna.
Segundo, el momento en que se decide por Beltrones, el presidente Peña y su equipo cercano enfrentan una de las más profundas crisis políticas en lo que va del sexenio, la cual se caracteriza por la falta de credibilidad y confianza a raíz de los escándalos de corrupción, tráfico de influencias, abusos contra civiles en Tlatlaya y Ayotzinapa, las llamadas “casas blancas”, la fuga del Chapo Guzmán, la imparable inseguridad y violencia que se vive en México, etc. Todo lo cual se traduce en una baja importante en la popularidad de Peña, que en el mes de julio se coloca con una aprobación apenas de 39% pero, sobre todo, en la convicción generalizada de que el país va en picada y de que sus acciones y “grandes reformas” no han logrado frenar la caída ni dar a la población, en especial a las clases medias y a los grupos menos favorecidos, la certeza de un futuro mejor, caracterizado por el crecimiento de la economía, la creación de empleos estables, con seguridad social y bien renumerados, la seguridad para transitar, estudiar, trabajar, comerciar, divertirse, vivir, sin ser asaltado, secuestrada, violada, asesinado, obligada a prostituirse, obligado a trabajar o a formar parte de las filas de la delincuencia organizada.
Por el contrario, todo parece indicar que el país se ha convertido en la tierra de nadie, en un lugar donde se impone la ley del más fuerte, sin que haya autoridad, ni municipal, ni estatal, ni federal que pueda o quiera frenar todos los abusos que se comenten en contra de la población civil.
Tercero, la evidente debilidad de una institución presidencial que ha perdido los hilos que le permitían ejercer el poder de manera personal, vertical y autocrática y cuyo ocupante se niega a cambiar, que a pesar de los errores cometidos es incapaz de hacer cambios en su gabinete, de modificar el rumbo marcado al inicio del sexenio, que no oye consejos de sus colaboradores más cercanos, pero probablemente si los de quienes lo llevaron a la posición que ocupa.
Cuarto, que no es la primera vez que Peña Nieto se decide por alguien que no pertenece a su grupo cercano, lo hizo cuando apoyó a Eruviel Ávila para candidato de su partido a gobernador por el Estado de México, cuando su favorito era su primo Alfredo del Mazo Maza, hijo del exgobernador Alfredo del Mazo González (1981-1986) quien, por cierto, se afirma le propuso nombrar como embajador de México en Estados Unidos al académico Miguel Basáñez, quien no tiene experiencia política ni temática en ese campo, pero que fungió como encuestador de la Presidencia de la República, haciendo los primeros estudios de opinión pública como director general de Evaluación, en la década de los años ochenta, fue también procurador general de justicia del Estado de México en el sexenio delmacista y posteriormente Oficial Mayor de la Secretaría de Energía cuando su titular era el propio Alfredo del Mazo.
En estas ocasiones, Peña demostró estar dispuesto a aceptar una decisión tomada en otra parte. Lo anterior lleva a suponer que detrás de la designación de Manlio Fabio no está sólo Peña Nieto, quien en teoría nombraría al jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño Mayer, para tal encargo, sino los dos grupos que lo “ayudaron a llegar a la presidencia”, el llamado “Grupo Atlacomulco”, cuya sede de operaciones es el Estado de México, y el grupo de Carlos Salinas de Gortari.
Quinto, un elemento más a destacar son los nexos político-familiares de la compañera de fórmula de Beltrones, Carolina Monroy del Mazo, prima segunda de EPN y sobrina, también del ex gobernador Alfredo del Mazo, y obviamente, miembro del grupo Atlacomulco. Quedan así representados en la dirigencia del PRI, los dos grupos políticos que deciden una parte importante del presente y futuro de este país.
La hipótesis no es descabellada si se recuerda que uno de los personajes que arroparon a Manlio durante su crecimiento político es precisamente Carlos Salinas, de quien incluso se dice ha sido operador. La pregunta obligada en este caso sería ¿qué gana Peña al ceder al grupo de Salinas la dirección del PRI? Una posible respuesta podría estar en el rumor según el cual Manlio prometió no usar al partido para preparar su candidatura a la presidencia en el año 2018. De esta suerte, el grupo Salinas se queda con la presidencia del PRI y el grupo Atlacomulco con la designación presidencial del próximo proceso electoral.
Sería entonces la función de Beltrones, la que Riva Palacio le adjudica, cuidar de la sucesión presidencial. Primero, porque su experiencia y larga carrera política le permitirán poner orden al interior del PRI, en especial entre los gobernadores priístas convertidos en “señores feudales” y controlando los autodestapes, para asegurar la consabida unidad del partido. Segundo, asegurando que no será él el candidato sino alguien designado por el grupo del Estado de México, asegurando igualmente que la decisión de quién será el candidato del PRI en el 2018, salga de Los Pinos y no de otra facción del partido.
Por supuesto, para lograr esto tendrá otros dos retos previos que afrontar, las elecciones del 2016 en que se competirá por 12 gubernaturas, en las que tratará de ampliar el número de estados gobernados por el PRI, y conservar la gubernatura del Estado de México, en el 2017.
Al parecer de algunos y en función de sus propias declaraciones, a Manlio Fabio se le ha asignado una misión más: detener a Andrés Manuel López Obrador, en su aspiración a ser presidente de la República en el año 2018.El temor respecto de AMLO no es infundado toda vez que ha logrado posicionarse en la preferencia de un porcentaje importante de electores, a lo cual se suman los resultados obtenidos en las pasadas elecciones intermedias por el partido fundado por él, Morena, el cual se ha convertido en la cuarta fuerza política a nivel nacional.
Los argumentos aquí expuestos abonan a creer que no es la fuerza de Peña Nieto, sino su debilidad lo que llevó al nombramiento de Beltrones para la presidencia del PRI.


