Raúl Linares (enviado especial) / @jraullinares3_0
(29 de noviembre del 2014).- La vigilancia en Chilapa de Álvarez no cesa: desde una motocicleta, dos jóvenes apuntan su dedo índice en contra del Jeep color gris en el que viajamos cuatro reporteros y yo. El pasado 27 de noviembre, 11 personas fueron “ejecutadas” en el pueblo; de ellas sólo aparecieron sus cuerpos, no sus cabezas. Desde esa madrugada fría, mucho están vueltos locos.
En respuesta, el presidente municipal Francisco Javier García González solicitó a la federación, la presencia del ejército. Llegó pero son básicamente sólo como una leyenda. En las más de seis horas que permanecimos en la comunidad, nunca atravesaron una calle tan siquiera para saludarnos.
En este municipio que se encuentra a escasos 39 kilómetros de la Normal Rural de Ayotzinapa, Raúl Isidro Burgos, la pugna entre dos bandas del narcotráfico locales ha robado el sueño de los 40 mil habitantes, según las cifras del Ayuntamiento. Dos años antes, los Rojos y los Ardillos, pequeños cárteles locales, rompieron la legendaria paz del pueblo y sembraron de plomo las calles por la posesión del territorio. Inició la matazón.
De la excepción a la norma. Las amenazas a la población civil llegaron mediante lluvias de plomo, extorsiones, secuestros, mutilación y terror.
Por ejemplo. La débil tranquilidad de las personas, sólo en apariencia, se quiebra apenas uno pregunta, ¿cómo se vive la inseguridad por estas tierras?
Todos los entrevistados, cautelosamente, cuidan a evadir la respuesta con una débil sonrisa y la evasiva instantánea. Se alejan. No es fácil hablar con los chilapenses. La sangre de los once asesinados del pasado 27 de septiembre, penetra por sus conciencias y refulge con un nudo entre los labios. Se exhala por los poros. Apenas han pasado 24 horas de que levantaron aquellos restos.
Y es que a pesar de la presencia del ejército, presente desde la mañana del 26 y que, se dice, patrulla las calles en busca de la violencia, ninguna de las fuentes manifestaron sentirse arropadas debajo de sus fusiles.
‒Estamos viviendo momentos de mucho miedo, mucho espanto ‒atina a decir un hombre de entrada edad y mirada recelosa.
De hecho, el mismo edil, como medida precautoria, les sugirió a los vecinos que se guardasen en sus casas antes de las siete de la noche. Lo mismo le dijo a los padres de sus jóvenes paisanos: “mientras no hayan garantías, no los dejen salir a divertirse”. Además pidió suspender las clases en las instituciones que atiendan a alumnos de educación básica.
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Las calles, aunque no completamente vacías, dejaron de mantener el bullicio cotidiano. Tres reporteros locales nos guían por esos lugares para rescatar indicios del horror chilalpense. Alrededor del centro, los días 8 y 9 de julio pasado, específicamente en la calle Independencia, a plena luz del día, los miembros de los Ardillos y los Rojos armaron nuevamente una balacera donde oficialmente murieron 14 personas.
Esos informes, no obstante, los periodistas dudan que pueda se verídicos.
“La gente dice que fueron más de 60 personas las que murieron en esa batalla, los vecinos del centro salían de sus casas a lavar la sangre regada, barrían pedazos de carne”, dice uno de ellos, quien advierte, no seguir insistiendo a los vecinos de Independencia porque “no hablarán, tienen mucho miedo”.
En las paredes todavía persisten huellas de la masacre. Por aquí y por allá, se asoman agujeros entre los cristales de las casas y en el cemento maltrecho. A la luz, iluminan residuos del desastroso enfrentamiento. El primer día del 8 de julio, ambos grupos se asesinaron sin que intervinieran elementos estatales del gobierno de Ángel Aguirre. Fue hasta un día después en tomaron el control y les contestaron a los dos grupos con fuego:
‒Los días 8 y 9 de julio hubo un enfrentamiento, para ello, el gobernador del estado en turno, el licenciado Ángel Aguirre, manda fuerzas especiales. Llega el Ejército Mexicano y el día 9 es cuando se enfrentan las fuerzas estatales y con un grupo delictivo. Cae lamentablemente un policía del estado, así como media docena de delincuentes y un civil –advierte el presidente municipal, al referenciar los hechos.
“Tuvimos la presencia del Ejército y Fuerzas Especiales del municipio, cuando surgen los sucesos de Iguala, todos dejan el municipio de Chilapa y nos percatamos, que los grupos delictivos ocuparon el bulevar del municipio con armas largas y cubiertos de la cara. Desde entonces hicimos el llamado al presidente.”
Tuvo que transcurrir medio año para poner atención al dolor de la comunidad.
Los soldados arribaron el 27 de noviembre pasado, dos meses posteriores al ataque en Iguala. A la lista de los horrores guerrerense se sumaron 11 cadáveres sin cabeza. Estaban ahí, quemados, enfrente de un negocio de materiales, sobre una brecha que comunica la cabecera municipal de Chilapa con la población de Ayahualulco. Presentaban huellas de tortura y una narcomanta. “Ahí está tu basura”.
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La cultura de la impunidad se embota y pudre las relaciones comunitarias, advierte el abogado Félix Navarrete. El activista del Centro Regional de Defensa de los Derechos Humanos, José María Morelos, no puede dejar de culpar a décadas de corrupción y omisión de las autoridades. “El problema yo creo que comenzó desde antes”.
‒ ¿Por qué?
‒Sí. Porque si alguno de ellos hubiera invertido en el campo, los pobres de la sierra no estarían sembrado mariguana y amapola. Mucho del problema comenzó desde ahí. Obviamente la gente tiene que vivir de una manera.
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Chilapa de Álvarez es el punto de acceso a la Montaña Alta y Baja de Guerrero. Rodeada por comunidades indígenas, principalmente, pueblos nahuas, durante décadas se ha convertido en un centro comercial que comunica a la Montaña Alta y Baja de Guerrero, con la capital, Chilpancingo.
Por su ubicación geopolítica, Chilapa, en los últimos años, se ha convertido en la cereza del pastel que se disputan cárteles de la droga y grupos delincuenciales.
Bajo el fuego de Los Rojos y Los Ardillos, dos grupos que emergieron con la caída de los Beltrán Leyva, el antiguo comercio local, de antaño floreciente y pujante se ha desplomado por los suelos. Locatarios del Centro de Comercialización Agroindustrial, en donde se concentran alrededor del “70 por ciento de las actividades económicas del municipio”, manifiestan que por cada episodio de violencia, sus bolsillos lo recienten directamente.
‒La gente ya no viene, creo que el problema de la inseguridad nos ha afectado tanto política y económicamente. Tienen miedo de venir a hacer sus compras; venían de lugares como Chipancingo o Tixtla, porque damos los mejores precios de la región. Otros vienen a comprar la artesanía que se produce en las comunidades aledañas. Chilapa vive del comercio.
Quien habla es el vocal del Consejo de Comerciantes, Gerardo Hernández.
Pese a que sus márgenes de ganancia prácticamente se han mantenido nulos en estos días de sangría y muerte, dice que no dejará de salir a ganarse la vida. “Es cierto que la gente se espanta, es cierto que el comercio ha bajado, pero tampoco podemos dejar de hacerlo”, dice, sin reparo a tener represalias o consecuencias.
Lo secunda Bernardo González Guerrero, quien, menos optimista, espera que pronto pueda pasar este episodio, porque la gente tiene miedo salir de sus casas. Lo demuestra enseñando pasillos y puestos semivacíos. Puestos que tienen que cerrar antes de las 6 de la tarde, cuando recién obscurece, pues de lo contrario se arriesgan a toparse con una desgracia.