Ivonne Acuña Murillo / @ivonneam
(23 de diciembre, 2013).- Parafraseando la conseja popular con clara connotación sexual que reza “el hombre llega hasta donde la mujer quiere” y con la que las madres en México advierten a sus hijas de los peligros de “ceder” o “soltar prenda” antes de casarse, aquí se puede afirmar que el “gobierno llega hasta donde la sociedad quiere”.
La escasa participación en las últimas manifestaciones en contra de la Reforma Energética y el alza en el precio del boleto del metro es muestra clara de una sociedad ausente, que con su ausencia construye un escenario en el que el gobierno llegará hasta donde quiera llegar. En este contexto la pregunta obligada es ¿Cuánta gente decide el futuro de México?
Entre las respuestas posibles se puede apuntar una que contemple a diversos actores:
- Tres partidos políticos empeñados en un conjunto de reformas estructurales: laboral, educativa, fiscal, financiera, política, energética.
- Ciertos poderes fácticos como los medios de comunicación masiva apoyando esas reformas.
- Un puñado de empresarios nacionales y extranjeros presionando para que una en particular, la Reforma Energética, se lleve a cabo.
- Unos cuantos miles de ciudadanos y ciudadanas conscientes de las posibles consecuencias negativas de esas reformas.
Si se tiene en consideración a los tres primeros se podría hablar de unas dos centenas de personas decidiendo el futuro de un país. Si se toma en cuenta al último grupo se podría pensar, haciendo una simple deducción matemática, que por número los segundos vencerían a los primeros, pues los millares son más que las centenas o, al menos, eso es lo que se aprende en la escuela con o sin Reforma Educativa.
Pero resulta que aquí la lógica matemática no aplica pues esas centenas de personas cuentan con una serie de elementos que los millares de ciudadanos y ciudadanas no tienen, como: poder político, poder económico, cuerpos militares y de policía, acceso a recursos de todo tipo como organización, infraestructura, dinero, expertos publicistas, espacio en los medios y amplia cobertura, líderes de opinión a su servicio, políticos de “medio pelo” dispuestos a todo con tal de ser tomados en consideración en el presente y en los próximos gobiernos, etcétera.
La ciudadanía movilizada, por su parte, cuenta con menos recursos, aunque entre ellos se cuentan: una conciencia social que le proporciona la sensibilidad necesaria para identificarse con otros menos favorecidos y sus causas, la información necesaria para inferir, en función de ejemplos de los mismos procesos en otros países, las consecuencias negativas que reformas de ese tipo podrían tener para ella y las generaciones futuras, el arrojo y el valor necesarios para acometer empresas que, de triunfar, le favorecerían no sólo a ella sino a los millones de mexicanos y mexicanas que esperan que “otro” haga lo que les corresponde hacer en la defensa de sus derechos.
A la vista salta la clara desventaja en la que se encuentra esa ciudadanía consciente para frenar lo que a todas luces aparece como la consolidación de un proyecto neoliberal comenzado en la década de los años ochenta.
Su primera debilidad es el número, éste sería el principal recurso que podría oponer a la descomunal fuerza de su adversario, por lo que lo deseable sería que por millones la gente saliera a las calles a exigir, en primer lugar, ser consultada en asuntos tan trascendentes para su vida cotidiana y, en segundo lugar, que su opinión contara a la hora de decidir lo que hay que hacer para poner a México en ruta hacia un futuro más justo y equitativo para las grandes mayorías.
Pero justo ese es el recurso con el que no se cuenta. La pasividad, en la que a decir de los expertos ha sido socializada la población mexicana, está dando sus mejores frutos, ante la vista de todos y todas se están sucediendo una serie de cambios que apuntan a la pérdida no sólo de recursos naturales en detrimento de la calidad de vida de millones de personas, sino de derechos y espacios de participación.
La manifestación del 21 de diciembre que salió después de las cuatro de la tarde del Ángel de la Independencia, para protestar, entre otras cosas, contra la Reforma Energética, la criminalización de la protesta social y el aumento al precio del boleto del metro, se caracterizó por la asistencia de unas cuantas centenas de personas, jóvenes en su mayoría, y por la presencia eso sí de cientos de granaderos que con sus ya tradicionales escudos “acompañaron” la marcha apostados en fila a los lados de la columna de quienes protestaban coreando frases como: “Peña, Mancera, la misma chingadera”, “Decía que todo cambiaría, mentira, mentira, mentira, la misma porquería”, “Alerta, alerta, alerta que camina, la lucha popular por América Latina”, “La burguesía chinga de noche, chinga de día, ah como chinga la burguesía”, “Policía idiota, a ti también te explotan”, “De norte a sur, de este a oeste, ganaremos esta lucha cueste lo que cueste”.
Por supuesto no faltaron las pancartas con leyendas como: “Más vale una protesta pendeja que un pendejo que no protesta”, “Metro popular”, “Aumento, NO”, “Las reformas de EPN perjudican al pueblo, energética, laboral, educativa”, “A revertir las reformas ¡La justicia antes que la ley!”, “¡Basta! Feminicidios, secuestros, mineros, extorsión, amenazas, guardería ABC, migrantes, jóvenes, gays, ancianos, pobres, activistas de derechos humanos”, y de nuevo, “Peña, Mancera, la misma chingadera”.
Al llamado, Miguel Ángel Mancera apareció en algunas de las mantas con un recortado bigotito, tipo Hitler, y acompañado de granaderos, a su lado ondeaban las banderas donde el rojo y el verde fueron sustituidos por el color negro http://revoluciontrespuntocero.com/el-21dmx-en-imagenes-continua-la-protesta/
De manera preponderante resaltó el clima en el que se realizó esta protesta pacífica, a pesar del arrojo y la alegría juvenil, el temor y la desconfianza se hicieron presentes. La presencia de granaderos y granaderas apostados y listos para “encapsular” a la menor provocación a los manifestantes le dio a esta marcha un tinte diferente a lo visto en las últimas dos administraciones perredistas.
De la seguridad de estar en una ciudad cuyo gobierno progresista respetaba, incluso resguardaba, el derecho a la protesta social pacífica se pasó, en unas semanas, a una ciudad donde el temor de ser reprimido o reprimida sustituyó a la alegría de haber recuperado los espacios públicos y hacerlos escenarios de la creatividad, de la protesta lúdica, del performance, de la expresión libre.
Hace un año, se temía que el PRI ganara las elecciones en el D.F. y diera marcha atrás a los logros de la ciudad más progresista del país, pero lo que no se esperaba es que fuera el mismo candidato del PRD, aquel que llegó con un amplio margen en las votaciones con más del 60% de los votos, http://eleconomista.com.mx/distrito-federal/2012/07/02/mancera-gano-knockout el que diera al traste con los triunfos de una ciudadanía informada, abierta y democrática.
Visto así, tal vez sería conveniente volver a preguntarse quién compartió la responsabilidad del operativo del primero de diciembre de 2012 cuando decenas de jóvenes, que se manifestaron en contra de Peña Nieto el día de su toma de protesta, fueron reprimidos. Y para muestra basta un botón, lo sucedido en el Metro Tacubaya el 2 de junio de este año cuando jóvenes manifestantes fueron enfrentados por granaderos dentro de las instalaciones del metro y ahora sí, ni duda cabe, bajo las órdenes de Mancera. http://www.youtube.com/watch?v=0myE6fXo7SI
Y volviendo a la cuestión de los números ¿Dónde está el resto de la población? ¿Dónde se encuentran los millones de “ciudadanos y ciudadanas” con credencial para votar? Acaso gritando los goles de su equipo favorito de futbol; acaso viendo una de las tantas telenovelas, cuyos temas se repiten y repiten y repiten y que se transmiten diariamente en varios canales de la televisión abierta o cerrada; acaso disfrutando por millonésima vez un capítulo del Chavo del Ocho, que ha sido repetido durante décadas hasta la alucinación y cuyas rutinas han sido memorizadas por todos desde la más tierna infancia.
No queda más que concluir que mientras unos cuantos cambian el futuro de México, la gran mayoría de la sociedad actúa como Carlos Salinas de Gortari, no ve, ni oye.