Por Adriana Morán
Cuando escuchamos el término “democratización de los medios”, cada uno entendemos, en distintos grados, lo que significa. Éste tomó fuerza cuando los gobiernos, políticos, analistas, académicos y otros, dijeron que los medios en muchos países se utilizaban para causar efectos políticos que se podían medir en épocas electorales y luego para decidir la viabilidad de leyes, golpes de Estado, manifestaciones, entre otras, siempre pensadas bajo los intereses de unos cuantos. De ahí que para Thomas Carothers, en Aiding Democracy Abroad: The Learning Curve (1999), la libertad e independencia es un componente de ayuda al desarrollo de los regímenes democráticos.
Aunque la lista es larga, la democracia, aplicada a los medios de comunicación, según Juan J. Linz, en Totalitarian and Authoritarian Regimes (1975), existe cuando hay una libre formulación (independiente de preferencias políticas), asociación, información o propósitos de competencia que decide validar o informar (o no) acerca de un tema que tiene injerencia en la comunidad. En tanto que Philippe Schmitter y Terry Lynn Karl, en What Democracy is…and Is Not (1993), la democracia moderna es un sistema de gobierno en donde las reglas permiten acciones que inciden en los ciudadanos para que actúen indirectamente, a través de la competencia y la cooperación, o que elijan quien debe representarlos.
Para los empresarios de medios de comunicación el término, de acuerdo a su presencia en el mercado, puede significar la apertura del espacio radioeléctrico, la oportunidad de entrar en otra área de acción que no sea la suya y ampliar el alcance de su medio: si se tiene sólo prensa escrita y portal web, la consecuente oportunidad de poder manejar un programa de radio o de tv o, en un plan más ambicioso, todo un canal de tv y uno de radio, es un panorama prometedor; lo que nos lleva al tema de los concursos y licitaciones que los gobiernos abren; otros pueden entender que se trata de homogenizar la información, más permisividad o la oportunidad de poder expresar, como ciudadanos, lo que nos plazca sin ser censurados.
En un artículo de James Curran, en Rethinking media as a public sphere (1991), se dice que los medios contribuyen al debate público y deben ser como un “perro que vigila” al Gobierno, a la industria y a la sociedad. La opinión de Patrick J. McConnell y Lee B. Becker, The Role of the Media in Democratization (2002), agrega que los medios de comunicación, en una democracia estable, son considerados como instituciones principales, formadas con miembros del público, que pueden entender a la sociedad, idealmente, deberían contribuir con la esfera pública y proveerles a los ciudadanos información relativa a su entorno, además del debate e informar de manera valiente acerca de las líneas abiertas para accionar porque los medios, dicen, deben ser un sitio contestario con diversas opiniones.
Para otros, en general, la importancia reside en que los medios atiendan no sólo la agenda informativa que les interesa sino que sea la sociedad, también, quien informe de temas o situaciones que le afectan sin la mediación de filtros; que la gente obtenga de manera gratuita un medio masivo e independiente y que a través de él pueda informar, sin fines de lucro (bajo la férula de los empresarios, medios privados o estatales), lo que le afecte. Ahí entramos en otros temas como qué se entiende por lo público y lo privado, lo colectivo y lo individual y, el Estado y la sociedad, sin que esas líneas delgadas sean afectadas.
Así, tendríamos que entender si los preceptos de la democratización de los medios en los organismos internacionales corresponden a las realidades que se viven en cada país. Porque en lo escrito suena bien lo que dice la Corte de Derechos Humanos en cuanto a la libertad de expresión, cuando señala que ésta constituye uno de los fundamentos esenciales de la democracia y que la libertad de prensa es un esfuerzo por descubrir, formar opiniones de las ideas y actitudes de los líderes políticos.
El tema no es menor y las preguntas son muchas: ¿cómo regula la información un gobierno cuando les parece que pone en peligro la “seguridad nacional”?, ¿qué pasa si el Gobierno en turno es el que decide, bajo su concepción, qué se puede decir, mostrar o tratar en los medios?, ¿a qué se refieren cuando dicen que los medios independientes pueden hablar o informar de lo que pasa, afecta, interesa o desean que se difunda de sus comunidades?, ¿cómo mediar el límite de lo que se dice y afecta a segundos o terceros?, ¿qué papel juegan las leyes de los países en materia de comunicación en radio, tv, prensa escrita y páginas web?, ¿qué tan democrático es, para algunos gobiernos, considerar a un medio como monopólico y, por consecuente, bajo qué elementos debe legislar tal tema?, ¿cómo puede llamarse a un proyecto democratizador cuando los que asisten a una licitud de espectros radioeléctricos no cuentan con los medios económicos para competir?, ¿cómo se pretende que un medio de comunicación debe decir, mostrar o tratar las noticias de tal “forma” cuando hay intereses (parezcan correctos o no) que median?, ¿cómo regular los contenidos cuando hay cierto medios que están interesados en tratar un tema y no otros?, ¿bajo qué reglas y preceptos, de acuerdo a las constituciones y leyes, se pretende hacer cumplir la democratización de los medios? y la lista es larga.
Las propuestas, variadas, apuntan a la complicada tarea de los medios de comunicación en el capitalismo y la globalización, y en el cuidado que debe poner cada país de no marginar sus temas locales o supeditarlos a concepciones, ideologías o políticas que afectan la identidad o intereses nacionales, aunque se acepte que, por ejemplo, las políticas internacionales, los tratados o las uniones inciden en las realidades de las naciones.
Ahí entra otra cuestión, ¿quién decide si una organización, cooperativa o grupo tiene la capacidad de ser sujeto de aprobación para manejar un medio?, porque la gente se maneja de acuerdo a un contexto, conocimiento de mundo, intereses y otros que lo conforman como un emisor y el receptor no siempre estará de acuerdo en lo que dice o puede ofenderse o ser afectado.
Porque el rasero informativo va en varios niveles: para algunos estudiosos los medios de comunicación han ayudado en los procesos y consolidación de la democracia, en otros casos han ayudado a refrendar sistemas autoritarios, violentos o donde prevalece la falta de derechos humanos; en otros ha ayudado al derrocamiento de esos regímenes, en “empoderar” a la gente para que exija o conozca ciertos derechos, entre otras.
También debería observarse qué juega una trasnacional con injerencia directa o indirecta a través de sus medios de comunicación o capitales invertidos en países extranjeros y cómo debe regularse su participación porque la mayoría de veces sus intereses no son los mismos de la nación en la que opera. Si las alianzas económicas afectan la democracia de un país, a través de los medios, es urgente que tales relaciones se revisen, discutan y legislen. Aunque queda entendido que para algunas naciones esas acciones pueden incidir directamente, y de manera negativa, en sus economías.
No hay que olvidar, como señala Takis Fotopoulos, en Mass media, Culture and Democracy (1999) que los medios proveen una imagen muy personal de la realidad, de ahí que van definiendo la agenda a seguir o resaltan los puntos que les parecen los más importantes, para Fotopoulos, los medios, en general distorsionan la información, la marginan, simplemente la ignoran o reflejan la información deseada o pedida de las élites que los controlan.
¿Será de verdad que no hay pluralidad de voces en los medios de comunicación que nos den visiones distintas?, porque si se descalifica todo lo que dice un medio podemos entrar o en el terreno de la intolerancia o en nuestro derecho a disentir. La democratización de los medios debe estar, en un primer término, en que el espectro radioeléctrico debe “democratizarse” y cuando se habla de ese término, tan amplio y a la vez vago, se deben tener en cuenta las necesidades reales de cada región, su capacidad económica y estructural, su noción de lo que es informar, sus constituciones, leyes, las regulaciones informativas, los “candados” en cuanto a intereses personales, políticos, económicos o la permisividad de las trasnacionales.
Para Fotopoulos lo importante es que el rol de los medios de comunicación, como instituciones culturales, debe atender a la democracia social y sin distorsionar el reflejo de la realidad (pues cada cual mira desde un ángulo) e informar al ciudadano de todo lo que le afecta, permitiendo que la información fluya. Y que los medios no pueden erigirse como si el tema que manejan exprese el interés general, sino que la comunidad pueda opinar sobre ello y eso, dice, se puede lograr a través de asambleas formadas por gente de los medios y de comunidades que formen sus propias asambleas, que ambas diriman los puntos en común que deben ser tratados y acordados democráticamente por los trabajadores de los medios.
La democratización de los medios debería estar dirigida a que los medios de comunicación sean sujetos de independencia (es decir, libres de férulas que estén pensadas para fines u objetivos personales, que coarten las libertades de las sociedades, entre otras) y que en ellos permee la pluralidad de voces que, en muchos casos, es algo lejano. Así, partimos del caso argentino para dar un panorama de cómo ha sido y es su proceso en el intento de la democratización de los medios y, más adelante, de los otros casos y temas en los que México debe, por fuerza, incluirse.