Un equipo de astrónomos de Estados Unidos y Australia acaba de descubrir, casualmente, las huellas de una monstruosa galaxia nunca vista hasta ahora y que, según la opinión general, no debería de existir. El «engendro» galáctico se encuentra en el Universo temprano, a una enorme distancia de la Tierra y se sitúa, por lo tanto, en una época cercana al Big Bang.
Como si de un auténtico «Yeti cósmico» se tratara, la comunidad científica había considerado hasta ahora este tipo de galaxias como algo imposible, dada la falta de pruebas que demostraran su existencia. Pero los autores del presente trabajo han conseguido, por primera vez, tomar una foto de la «bestia». El trabajo se acaba de publicar en The Astrophysical Journal y supone un gran avance en el estudio de la formación de las mayores galaxias del Universo.
La astrónoma Christina Williams, de la Universidad de Arizona y autora principal del trabajo, explica que notó «una leve mancha de luz» mientras revisaba las imágenes de las últimas observaciones hechas con ALMA (Atacama Large Millimeter Array), una colección de 66 radiotelescopios desplegados en Chile. Según la investigadora, el resplandor parecía estar saliendo «de la nada», algo así como si viéramos un fantasma en medio de la oscuridad más profunda.
«Fue algo muy misterioso –explica Williams– porque la luz no parecía estar vinculada a ninguna galaxia conocida. Cuando comprobé que ese resplandor era invisible en cualquier otra longitud de onda, me emocioné mucho, porque eso significaba que la galaxia estaba muy lejos, y probablemente oculta por grandes nubes de polvo».
Una señal a 12.500 millones de años luz
Los investigadores estiman que la señal detectada por Williams se encuentra a unos 12.500 millones de años luz de distancia, lo que significa que cuando emprendió su viaje hacia nosotros, a la Tierra aún le faltaban unos 8.000 millones de años para nacer. Se trata, por lo tanto, de una señal procedente de la «infancia» del Universo. Según se sugiere en el artículo, la emisión observada se debe probablemente al resplandor de las partículas de polvo de la nube calentadas por la formación de estrellas en el interior de una galaxia joven. Esas mismas nubes de polvo ocultan la luz de las estrellas, haciendo que la galaxia sea totalmente invisible.
Para Ibo Lavvé, de la Universidad australiana de Swinburne y coautor de la investigación, «descubrimos que, en realidad, se trata de una galaxia monstruosa, enormemente masiva, con tantas estrellas como nuestra Vía Láctea pero llena de actividad, formando nuevas estrellas a un ritmo 100 veces superior al de nuestra propia galaxia».
Según los autores, este hallazgo podría resolver un antiguo misterio astronómico. Estudios anteriores, en efecto, ya encontraron que algunas de las mayores galaxias del Universo joven crecieron y maduraron muy rápidamente, algo que, en teoría, no debería ser posible, ya que se supone que las galaxias necesitan mucho tiempo para crecer. Pero la realidad es tozuda, y durante esas observaciones se encontraron galaxias muy masivas y maduras cuando el Universo no tenía más que el 10% de su edad actual (que es de unos 13.700 millones de años). Aún más desconcertante resulta el hecho de que esas galaxias parecen salir de la nada: nunca se ha conseguido observar una durante su proceso de formación.
¿El eslabón perdido?
Telescopios como el Hubble han visto galaxias más pequeñas en el Universo temprano, pero ninguna de ellas está creciendo lo suficientemente rápido como para resolver el rompecabezas. «Nuestra galaxia monstruosa y oculta –asegura Williams– tiene precisamente los ingredientes correctos para ser ese “eslabón perdido” que nos faltaba. Y es posible que este tipo de galaxias sea más común de lo que se pensaba».
Precisamente, averiguar cuántas galaxias de este tipo podría haber en el Universo primitivo es una cuestión abierta y que preocupa a los astrónomos. El actual estudio se llevó a cabo con observaciones de solo una pequeña parte del cielo, menos de la centésima parte del disco de la Luna llena. De forma que, volviendo al símil del Yeti, encontrar sus huellas observando solo una pequeña parte del desierto podría deberse a una suerte increíble, pero también al hecho de que esas misteriosas criaturas se encuentran por todas partes…
Ahora, los investigadores esperan con impaciencia el lanzamiento, en marzo de 2021, del nuevo telescopio espacial James Webb, cien veces más poderoso que el Hubble. «El James Webb –afirma Williams– podrá mirar a través de los velos de polvo para que podamos aprender cómo de grandes son en realidad esas galaxias lejanas y cómo de rápido están creciendo. Solo así podremos comprender por qué los modelos actuales no pueden explicarlas»