Escandalosa para los biempensantes, para esos que magnifican su poder como dueños de los grandes medios de comunicación, aquellos que manipulan el derecho a la información y la libertad de expresión a su beneficio. Los que no la aman, la criminalizan a ultranza sin pruebas de los dichos, los que la aprecian señalan con mucho detalle su trayectoria.
Sin ambicionar el poder de los adinerados –parecería risible si así fuera–, tenemos ante nosotras un hecho que ya forma parte de la historia del periodismo en México: una periodista empoderada, defendida por su público, por la sociedad civil que se ha volcado en las redes sociales –tuiter y Facebook– para demostrar su descontento y denunciar las prácticas oligárquicas de la comunicación y de la información.
Como periodistas y como ciudadanos estamos en nuestro legítimo derecho de denunciar la arbitrariedad con que se manejan los dueños de las empresas periodísticas que atentan contra la libertad de expresión y el derecho a la información.
Ayer, MVS Noticias dio a conocer, mediante un comunicado, que daba por terminada su relación laboral con Carmen Aristegui, quien fue orillada a abandonar su espacio noticioso, ante el despido de dos de sus colaboradores y modificaciones a su contrato de trabajo. Más allá de las afinidades personales, este noticiero representaba un importante contrapeso ante el oficialismo gracias a su alcance mediático nacional e internacional.
Un contrapeso, tan necesario ante el abuso de poder, ante la reinante corrupción y violación a los derechos humanos y civiles de la población, por parte de un Estado que legisla a discreción en beneficio de la casta gobernante y de los intereses privados.
La pérdida de este espacio destinado a informar a la ciudadanía sobre las prácticas de la élite gobernante, significaría un retroceso para el periodismo y para las libertades democráticas. Supondría revivir el escenario de la década de los 90 y años anteriores, cuando el imperio de los medios electrónicos de comunicación –ostentado por Televisa– obstaculizaba con mayor margen de acción el acceso a la información ante la total ausencia de independencia editorial y de profesionales de la comunicación que pudieran ejercerla.
Recordemos, por ejemplo, la cobertura informativa de los asesinatos de Francisco Ruiz Massieu y Luis Donaldo Colosio y, todavía en la primera década del siglo XXI, el caso Atenco, del que muy pocas personas tuvieron conocimiento sino hasta años posteriores.
Defender el espacio noticioso y la forma de hacer periodismo que encabeza Carmen Aristegui va más allá de las filias o fobias que puedan girar alrededor de la comunicadora, va más allá de prebendas personales o de la pedantería de quienes suponen poseer el monopolio de la verdad.
El noticiario de Carmen Aristegui nos pertenece a las y los mexicanos, toda vez que es un terreno ganado por las y los periodistas para la población, un espacio que los dueños de los grandes emporios de comunicación y la élite política pretenden arrebatar como una muestra más de su autoritarismo. Este despojo nos aleja del contexto que se vive en México, para mantenernos en la ficción de país que nos presentan los medios oficiales.