Los seres humanos por el simple hecho de existir como tales nacemos asociados directamente a la dignidad humana, está dignidad ontológica es una virtud y un derecho innato, inviolable e intangible de cada persona, es un derecho por existir como ser racional con libertad y capaz de crear.
La esclavitud es una de las formas contrarias a la dignidad pues quien la ejerce asume que un esclavo no es una persona humana sino una cosa.
En el desarrollo de la vida en un ser humano hay otro tipo de dignidad que es la moral/ética la cual es la que construye la cualidad dentro de lo social por lo que desemboca en la dignidad social y es la que marca el modelo de conducta, costumbres o tradiciones a seguir.
La dignidad también es el respeto y la estima que merece una acción y es aquí donde nos vamos a centrar.
Ejercer dignamente el periodismo o la comunicación implica un absoluto compromiso a las verdades y sus entrañas comprobables, sin pruebas y sin testimonios verdaderos la dignidad periodística se derrumba convirtiéndose en un extraña masa amorfa vociferante.
Antiguamente cuestionar a un periodista era sinónimo de ruindad, pues había un extraño código de impecabilidad creado artificialmente sobre ellos; quien osaba salirse de los códigos dictaminados, por esa dictadura antigua que solo cambiaba de administrador cada 6 años, simplemente era corrido en el mejor de los escenarios mientras que en el peor el asesinato era su culminación. Todo esto promovido desde el poder supremo llamado Ejecutivo.
Lo que estamos viviendo en estos momentos es uno de los peores momentos de la dignidad periodística en muchos periodistas y medios, ya que acostumbrados a su propio conservadurismo, la interpretación bajo la práctica de libertad de expresión ejercida y otorgada desde este nuevo gobierno, los adoradores de la antigua dictadura disfrazada la retorizan torcida y convenientemente como persecución, cuando en realidad lo que se promueve es un diálogo digno para todos y el derecho de la libertad de expresión en todos sus ámbitos.
Lo vemos claramente con Aristegui quien de forma por demás escandalosa dio un vuelco a su línea editorial solamente para complacer a todos aquellos que le otorgan beneficios, y no se diga algunos de sus opinadores como Anabel Hernandez quien sin ningún empacho decide tirar su propia dignidad cosechada por años solo por la ideática alineación a todos aquellos progres que creen que ir en contra del gobierno en todo es lo que el periodismo debe hacer, — bueno, eso dicen de dientes para afuera— pero en realidad solo lo hacen para ver si son tomados en cuenta y mencionados por el presidente para generar polémica.
La dignidad personal se basa en el respeto y la estima que una persona tiene de sí misma y es merecedora de ese respeto por otros porque todos merecemos respeto sin importar cómo somos.
Pero una periodista que no se respeta a sí misma contradiciendo sus propios principios, sus propias investigaciones y sus propios argumentos solo por encajar en un espacio y poder mercadear su yoyismo literario, nos pone a pensar en todos aquellos que día a día escriben, comentan y opinan en este mundo neolimediático de simples mercancías con obsolescencias programadas.


