(Revolución TRESPUNTOCERO).- Sonia termina de un sorbo el último residuo de agua mineral de su vaso. Los hielos, testigos poco afortunados del calor humano dentro del salón, no pudieron aguardar su estado sólido por más tiempo. Sonia piensa que el tiempo no pasa por el alma. Los recuerdos, a pesar de los años, aguardan pacientes la ocasión propicia para visitar la conciencia, volverse nostalgia. Parece haber sido ayer cuando Enrique la invitó a bailar por primera vez al ritmo de un danzón que ella ignoraba pero que, después de entonces, se convirtió para ellos en un himno amoroso.
De pronto una mano se acerca a la suya para invitarla a bailar y ella acepta. Todo pensamiento se disipa. Sólo existe la música y el movimiento. Mirada, paso, sonrisa. La orquesta toca tan fuerte que llega hasta el fondo del corazón. Vestidos largos, sombreros, tacones. Todas las parejas danzantes parecen ser ajenas al trajín común de la cotidianidad, olvidan espacio y tiempo. La vida se baila y nadie quita lo bailado.
Pensar que ya son 78 años en los que el Salón Los Ángeles ha sido testigo de las millones de pisadas enamoradas que al ritmo de la orquesta en vivo coordinan las almas en movimientos finos y cadenciosos, provoca al menos un suspiro. Y es que no hablamos de un lugar sólo importante en términos históricos sino también emocionales. Muy probablemente varios recuerdos valiosos de nuestros abuelos o padres fueron fraguados en éste lugar. Además, sus amplísimos espacios han visto desfilar a personajes que son parte de nuestra cultura: Frida Kahlo, Diego Rivera, Fidel Castro, el Che Guevara, María Félix, Tin-Tan, Cantinflas, José Saramago, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Monsiváis, por nombrar algunos. Fue ahí donde Pérez Prado popularizó el mambo. Ha sido escenario de músicos como Celia Cruz, Benny Moré, Rubén Blades, la Sonora Santanera, Willie Colón, Celso Piña y muchos otros. Dicho sea de paso, en éste lugar se han filmado importantes películas como: “Danzón”, “Una gallega baila mambo” “Modelo antiguo” “Tivoli”, y más.
El Salón recibe su nombre gracias al barrio al que pertenece. Pocas calles al costado está la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, la cual resguarda una imagen tan hermosa como su historia; cuenta la leyenda que en el siglo XVI, la imagen de esta virgen apareció flotando en las aguas estancadas por la inundación de 1580 en lo que fuera, muchos siglos antes, el Barrio prehispánico de Cuepopan. Fue así como el cacique de la región rescató la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles y mandó construir una capilla que, por cierto, sufrió muchísimas transformaciones causadas por varios eventos naturales catastróficos Sin embargo, la Virgen y la fe que a ella se tiene han permanecido incólumes en la colonia guerrero durante más de 400 años.
Ahora bien, es cierto que las juventudes recientes estamos arrojadas a la inmediatez. Nuestras dinámicas de convivencia “social” generalmente se basan en sitios donde el consumo de bebidas alcohólicas es casi imprescindible. Beber parece ser sinónimo de diversión. Es importante saber que la dinámica de un salón de baile era distinta; ir a bailar era ir a bailar y con eso bastaba y sobraba. La evolución de nuestras costumbres puede propiciar el olvido de lugares valiosos. Hay que decir que el Salón Los Ángeles es un sobreviviente de estos cambios, salones como el Smyrna o el Colonial, entre varios más, no gozaron con la misma suerte y desaparecieron. ¿Por qué? La señora Armida Applebaum, esposa del señor Miguel Nieto Hernández, heredero del creador Miguel Nieto Alcántara, nos cuenta que hay personas que tienen 60 años yendo religiosamente a bailar a éste salón. ¿Qué tendrá este salón que, a pesar de los años, sigue con tanta afluencia y es destino para miles de visitantes? Es algo que debemos descubrir por nosotros mismos.
Como lo decía el maestro Froylán López Narváez, a propósito de este salón: “La rumba es cultura” y es importante conservar la nuestra, por ello hablar del Salón los Ángeles se vuelve necesario porque es parte viva de la ciudad y lo ha sido por casi un siglo. Basta cruzar las puertas del salón, mirar hacia las mesas, la pista, las luces, los vestidos, la pasión con la que se entrega al baile, escuchar la música de la orquesta para comprender y estar de acuerdo con el adagio: “Quien no conoce los Ángeles no conoce México”.