La era del opio (II)

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Aquí estoy en mi cama de hospital.

Dime, Hermana Morfina, ¿cuándo volverás?

Oh, no creo que pueda esperar tanto.

Oh, ya ves que no soy tan fuerte.

Por favor, por favor, prima Codeína, posa tu fría, fría mano sobre mi cabeza.

Vamos, Hermana Morfina, será mejor que hagas mi cama.

Porque tú lo sabes, y yo sé, que por la mañana estaré muerta.

Y puedes sentarte y mirar.

 

Hermana morfina

Rolling Stones

 

Sueños de opio

Como esbocé en la primera entrega, el mercado del opio y sus derivados formó parte constituyente de la expansión colonialista occidental. El opio sirvió como cassus belli, arma y mercancía, más aún quizás, que el té, las especias o los textiles. Si bien el alcohol y las sustancias psicotrópicas han sido utilizadas en batalla desde la antigüedad y en todas las culturas con diversos fines, incluso sedantes y analgésicos, es a partir de la expansión europea que las drogas son razón de guerra. Con frecuencia los ejércitos invasores colonialistas utilizaban diversas sustancias en sus campañas, como los franceses, quienes durante la invasión napoleónica a Egipto y Siria gustaban del hashish y lo distribuían para estimular a sus tropas, reducirles el miedo y aumentar su resistencia. El opio y sus derivados cambiaron radicalmente la ecuación.

La gran empresa comercial-militar inglesa que anticipó el surgimiento del capitalismo industrial, la Compañía Británica de las Indias Orientales, fue fundada en 1599. Durante poco más de un siglo estableció rutas comerciales desde Asia hacia Europa, con frecuencia mediante el uso de su poder armado —la compañía tenía su propio ejército y sólo era auxiliada por la Armada Real cuando sus recursos eran insuficientes. Para mediados del siglo XVIII consolidaba su intervención en la India y demás posesiones asiáticas y aceleraba su dominio en el mundo. Antes que cualquier otro producto, estableció el monopolio mundial del opio como uno de sus más preciados tesoros.

Hay autores que afirman que la Guerra del Opio contra China comenzó en realidad desde mucho antes de ser declarada en 1839. El imperio inglés introducía opio ilegalmente a China desde mediados del siglo anterior, no sólo por interés económico, sino para minar al poder chino ya de por sí en decadencia. Si fumar opio era castigado con pena de muerte en China, los ingleses se encargaron de inundar China con opio. Cuando inicia la Revolución china, había entre 40 y 50 millones de chinos adictos y desde entonces el gobierno ha establecido las leyes más duras que cualquier otro país hasta la fecha.

 

Según Octavio Aparicio (1972), citado por la periodista Mariana Neira, en 1757, “la East India Company establece el monopolio de la producción de amapola en la India. En este sentido, en voz de Warren Hasting —gobernador de todas las posesiones británicas en la India— el opio es un ‘pernicioso artículo de lujo, que no debe ser permitido más que para el comercio extranjero’. Desde este momento el cultivo de la amapola alcanzó grandes extensiones en el imperio anglo-indio, que se convirtió en el más amplio centro de producción, consumo y exportación del mundo”.

Dolor y farmacia

Hacia mediados del siglo XIX, ya sintetizadas la morfina y la heroína, el opio adquiere un nuevo valor. Ya no sólo es el humo sedante que adormece a grupos crecientes de la sociedad desde Hong Kong hasta Londres y San Francisco; es el analgésico milagroso que alivia el dolor físico como ninguna otra sustancia lo había hecho antes. Hospitales, clínicas, médicos de todo el mundo lo requieren y lo atesoran. Pero son los ejércitos los que acaparan las mayores cantidades, sobre todo después de las guerras europeas de ese siglo y la Gran Guerra de 1914, cuando adquiere valor estratégico para el colonialismo europeo.

La demanda creciente de morfina -junto con la aspirina, también analgésica- es la que hizo al laboratorio Bayer el gigante corporativo que es hoy en día. Y si bien la industria farmacéutica nació y creció en principio buscando resolver dolencias y enfermedades, también es cierto que está plagada de historias siniestras. Es, por supuesto, una industria capitalista que se rige por principios de acumulación y mercado. Sin embargo, por la índole de su objeto -la salud y la vida- sus productos no son un bien cualquiera. Debe ser regulada y controlada rigurosamente.

El uso de sustancias a las que se les encuentra alguna propiedad benéfica se ha realizado con frecuencia sin saber si produce otros efectos que puedan ser nocivos, o peor: ocultándolos. La cocaína fue legal durante muchos años y la heroína se vendía a finales del siglo XIX contra la tos y las molestias de la dentición infantil. La talidomida se recetó ampliamente hasta que se descubrieron sus graves secuelas genéticas.

El desarrollo de esta industria en el siglo anterior le otorgó un enorme poder en el diseño y orientación de las políticas públicas de salud en el mundo y su poder ha sido creciente. La paulatina integración de sectores en cierto modo afines, como la industria química y alimentaria, constituye cada vez más un desafío a los Estados nacionales. Acelerada por el neoliberalismo globalista, la concentración en un reducido grupo de conglomerados químico-farmacéuticos y agroalimentarios constituye un riesgo para países y grupos sociales que han sido objeto de experimentación y ensayo sin consentimiento, de contaminación y destrucción de suelos y aguas.

El mejor ejemplo lo tenemos con Bayer, que es también propietario de Monsanto, una de las mayores empresas de biotecnología del mundo y responsable de graves eventos de contaminación por pesticidas. Hoy está en guerra legal contra México, por la protección constitucional de nuestro maíz nativo y de la salud de la población.

Un breve repaso a algunos de los conflictos ocasionados por Bayer y sus subsidiarias da cuenta de cómo, conforme fue creciendo y fortaleciéndose a nivel global, fue actuando cada vez con mayor irresponsabilidad; no pocas veces de manera criminal. Pero no se trata sólo de un fabricante, sino de la gran industria en general, sobre todo a partir de su rápido crecimiento durante el siglo XX y la concentración neoliberal de su capital en fondos financieros como Vanguard, Fidelity, State Street y Black Rock.

Guerra psicoactiva

Parte de IG Farben, conglomerado acusado de ocupar trabajo esclavo y disuelto por Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, Bayer creció principalmente por dos productos recetados contra uno de los mayores temores del ser humano: el dolor.

Uno es quizás el medicamento más conocido en el mundo y es utilizado ampliamente, no sólo para reducir el dolor y la fiebre ligeros, sino para reducir el riesgo de accidentes vasculares: la aspirina o ácido acetil salicílico —nombre del componente activo. El otro, la morfina, se convirtió en la panacea contra el dolor, en un momento en que una buena parte del mundo necesitaba con urgencia calmar el dolor de millones de personas con heridas de guerra.

Al mismo tiempo que la farmacología iniciaba un nuevo campo de investigación con psicoactivos menos dañinos, también abrió la caja de Pandora de las drogas sintéticas, los famosos, queridos y temidos opiáceos, derivados del opio, la “hermana” morfina y la “prima” codeína”, por no hablar de la “hija” heroína. Poco más tarde, la investigación farmacológica creó los opioides, sustancias sintéticas que actúan de manera similar a los derivados del opio. Las investigaciones que condujeron a estas sustancias buscaban, en principio y según la propaganda, mayor eficacia y menores efectos secundarios.

Lo que produjeron fueron las drogas más letales que ha habido, el mayor número de adictos y un mercado creciente. Hasta ahora todos los medicamentos de receta en el campo de la psiquiatría y, en particular, los opioides, son altamente adictivos y peligrosos para la salud y la vida. Por eso requieren un estricto control y dominio en su provisión y consumo. Además, las sustancias para producir estos nuevos medicamentos “milagrosos” son de alcance masivo, los procesos de fabricación son de conocimiento público y motivo de investigación y desarrollo al por mayor, principalmente en las regiones de mayor consumo. Hoy, Europa, Canadá y Estados Unidos enfrentan nuevos peligros.

Opioides más potentes que el fentanilo, diseñados en laboratorios clandestinos dedicados al desarrollo de drogas, como los nitazenos, conocidos desde los años 50 pero no autorizados para su uso legal, han comenzado a aparecer en casos de intoxicación grave y decesos o. Al igual que el fentanilo, el consumidor con frecuencia no sabe que lo está consumiendo pues se usa más como potenciador de otras drogas que en sí misma. De ahí su peligrosidad. Otros compuestos, como la tianeptina, opioide usado ilegalmente en suplementos dietéticos como potenciador cognitivo o nootrópico, comienza a ser utilizada también como de droga de abuso.

La producción y el consumo de psicoactivos exige un control muy riguroso, estricto y permanente, que sólo leyes, normas y autoridades comprometidas con la salud pueden garantizar. La industria, por sí sola, no lo ha hecho. No lo hará, tampoco, en la medida que estos inmensos conglomerados químico-farmacéutico-agroalimentarios sigan acumulando poder. Sobrada evidencia existe en el mundo sobre la irresponsabilidad criminal de estas grandes industrias. Los mayores conglomerados de estas tres ramas industriales son responsables, cada una, de los mayores desastres, accidentes y operaciones criminales que sólo la industria de las armas puede compararse.

Dotación a granel de metanfetaminas a los ejércitos para incrementar su eficacia y agresividad, esterilizaciones masivas encubiertas en campañas de vacunación, experimentación con LSD y otros psicoactivos en prisioneros y población abierta, ocultamiento de evidencia sobre efectos y daños asociados a medicamentos, financiamiento a universidades y centros de investigación para producir investigaciones ad hoc, son algunas de las prácticas y acciones que la industria farmacéutica tiene en su haber.

Por supuesto, las grandes industrias química y agroalimentaria no se quedan atrás. Baste mencionar que BASF, alguna vez parte del conglomerado de IG Farben, dejó atrás en México depósitos de cadmio y otros metales pesados, y con ellos, una cauda de recién nacidos anencefálicos. Por su parte, Monsanto es el líder agroquímico que más daño ecológico y humano ha causado. Como propietaria, Bayer es responsable, también, de los enormes daños al medio ambiente y la salud que han traído sus pesticidas y sus semillas genéticamente modificadas.

Pero no sólo la industria, sino la investigación y práctica médicas, asociadas cada vez más con aquélla, han sido responsables de comportamientos antiéticos. La investigación psiquiátrica aportó su parte en la diversificación de las sustancias psicoactivas, opioides o no, que han creado su cauda de adictos por la dificultad de controlar su uso y para ser usados para manipular a sus consumidores. Prácticamente no existe sustancia de uso médico en este campo que no sea adictiva y de efectos secundarios graves.

Pero no sólo eso, sino que tienen una alta capacidad de alterar el comportamiento humano según necesidades y objetivos, más allá de la salud, como lo demostraron los experimentos del Programa MKULTRA de la CIA, cuyos documentos fueron recientemente desclasificados. Un caso destacado del siniestro uso de estas sustancias como parte de la guerra es el de la farmacéutica de origen francés, Ely Lilly.

De acuerdo con documentos de la CIA, desclasificado en diciembre de 2024 a partir de la investigación del Archivo Nacional de Seguridad de la Universidad George Washington sobre el Programa MKULTRA, este laboratorio dotaba gratuitamente a la agencia de LSD y otras sustancias psicoactivas para sus experimentos de “control mental” y de interrogación a prisioneros, sobre todo presuntos espías “enemigos”, pero también para estudiar sus efectos en poblaciones, cerradas y abiertas, sin consentimiento ni conocimiento entre sus “voluntarios”.

Uno de sus cientos de centros de operación era el hospital psiquiátrico Allan Memorial Institute en Montreal, Canadá, que construyó instalaciones especiales para la agencia y le facilitaba “pacientes” para sus experimentos. Las actividades de estos centros podían incluir 72 horas continuas de privación del sueño y cócteles intravenosos de LSD, metanfetaminas, cocaína, heroína y cuanto había. El documento registra un lacónico “ningún paciente se recuperó”. Ely Lilly le proveyó a la CIA todo el LSD que necesitaba sin costo alguno.

Sociedad adicta

Hoy podemos sumarle a la industria farmacéutica la criminal fabricación y distribución de opioides a gran escala, principalmente el fentanilo, con exacto conocimiento de sus graves riesgos. Por supuesto, con la connivencia y complicidad de parlamentarios y funcionarios de varias ramas de gobierno, particularmente en los Estados Unidos de América.

Existe consenso entre investigadores de la salud que la crisis de opioides de EUA y Canadá se debe a la laxitud de las autoridades sanitarias en el control de la oxicodona. Permitir que este medicamento fuera recetado para dolores leves en cualquier circunstancia, incluso a niños, y luego su abrupta regulación, trajeron consigo un mercado negro de medicamentos de receta y uno mayor de sus sustitutos -más de 600. La efedrina, utilizada en medicamentos contra efectos del resfriado, dejó de utilizarse y fue cambiada la composición de estos productos. Bayer fue hasta hace muy poco tiempo el mayor fabricante de efedrina y pseudoefedrina, los principales precursores en la producción de opioides; recientemente, India la destronó. Su control por gobiernos de casi todo el mundo disparó la producción de sustitutos y con ella, infinidad de sustancias activas a disposición de consumidores.

Con 50 millones de consumidores de metanfetaminas que ya muestran síntomas de adición, a los que hay que sumar a los adictos a barbitúricos, cocaína, heroína, LSD y demás drogas de síntesis, entre ellas y crecientemente el fentanilo, Estados Unidos requiere de toneladas diarias de estas sustancias que se fabrican y trasiegan en su propio territorio o en el vecino Canadá, paraíso de los traficantes desde el Siglo XIX. Sólo pasaron del opio a las metanfetaminas y el fentanilo. A partir de varios estudios de caso realizados en instituciones de salud, —particularmente por el Instituto nacional sobre Abuso de drogas— se estima que un adicto con síntomas de ansiedad por abstinencia consume en promedio 6 dosis diarias de metanfetaminas y 4 de fentanilo. Es decir, 50 millones de estadounidenses consumen unos 300 millones de dosis diarias de metanfetaminas y 5 millones de adictos al fentanilo consumen 20 millones de dosis, es decir 10 toneladas. Si consideramos la adicción a sustancias no opioides ni opiáceos, cerca de la mitad de la población de Estados Unidos padece alguna adicción a sustancias psicoactivas.

Hay que insistir: De acuerdo con la metodología de Oficina de las naciones Unidas contra la Droga y el Delito, México produce 1.5 toneladas al año de fentanilo y 15 de metanfetaminas. ¿De dónde sale lo demás para satisfacer esta inmensa demanda? De Estados Unidos y Canadá, los mayores productores y consumidores del mundo.

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