(26 de enero, 2015).- Mientras que en la Ciudad de México se llevó a cabo una marcha, por los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, en el resto del país continúan las historias que superan la ficción y donde el crimen organizado sigue siendo el motor principal del engranaje de la nación.
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Curiosamente el personaje que se mencionará a continuación también tiene su origen en Guerrero; Alberto Orantes es conocido como “El Comino”.
De tan sólo 13 años, un metro cincuenta de estatura, delgado y moreno fue reclutado para pertenecer a uno de los grupos delictivos que manejaban la plaza de Nuevo Laredo, Tamaulipas.
Inicialmente su madre y él se habían mudado a la ciudad fronteriza con la intención de cruzar la frontera, el dinero no fue suficiente y su madre tuvo que laborar como sirvienta en dicha ciudad. Alberto rápidamente se hizo de “amigos” que se dedicaban al crimen, puesto que ya tenía experiencia en su ciudad natal, que posteriormente se encargarían de reclutarlo.
Pronto podría costearse de los lujos que jamás pudo tener en su anterior condición social, ni él ni su madre, y por ende la necesidad de incrementar el poder y bienestar que le brindaba el dinero aumentaba.
Poco a poco pertenecía a un grupo segregado de la “sociedad primaria” pero dicho grupo es el encargado de convertirse en los controles absolutos de la sub sociedad a la que pertenecen y dicho poder sobrepasa los límites de su propio entorno social convirtiéndolos en amos y señores incluso de la sociedad primaria que se encargó de excluirlos.
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De cualquier manera la sociedad que los expulsó trata de “amurallarse” contra su invasión pero para poder seguir haciendo que funcione el motor de la nación llamado dinero se tiene que permitir su acceso y hacer creer que es restringido, así no habrá un descontrol y el esquema de funcionamiento continuará siendo el ideal para aquellos que tienen “la sartén por el mango” o que al menos eso creen.
“El Comino” se orinaba por las noches, lo que ocasionaba en él un comportamiento tímido, retraído, vergüenza y ansiedad. Mismas frustraciones que quizá lo llevaron a, desde muy pequeño, lastimar a animales. Su madre relata que en una ocasión amarró a su gato, le provocó laceraciones menores y posteriormente lo arrojó al fuego provocando que el animal perdiera gran parte de su pelaje y tuviera quemaduras severas. Ahí no terminó el sufrimiento del indefenso minino; días después lo asesinó asfixiándolo presionando su cuello con sus pies.
Tras ser reclutado fue llevado, junto con otros 60 futuros miembros, a un paraje del desierto desconocido; el autobús que los llevaba tenía tapiadas las ventanas para impedir la visibilidad.
Cual campamento de verano llegaron a un lugar solitario con varias casas de madera en malas condiciones.
Dicho lugar conocido como “el campamento” era un lugar de aislamiento social y cultural, al poco tiempo fue adoptando conductas aún más antisociales y, de cierta forma, primitivas; no había utensilios de comida, la higiene era ínfima y el contacto con la civilización prácticamente nulo.
Las condiciones extremas, que el desierto le hacía vivir, poco a poco curtían su piel y su carácter. Si ya William Shakespeare en “Hamlet” hablaba acerca de que la putrefacción de un jornalero era más duradera que la de un hombre que no ha vivido bajo el sol, aquí Alberto poco a poco se pudría en vida y forjaba una conducta que cada vez más lo distaba de una socialización y lo acercaba a un total desapego de la humanidad.
Tras cinco semanas de entrenamiento inhumano (estar toda la noche con el agua de un río hasta el cuello para soportar el frío, comer sólo dos paquetes de atún y galletas saladas al día con un litro de agua, soportar golpes con tablas en las piernas y nalgas, además de ser sometido a pruebas de “confianza” donde se emulaban interrogatorios, mismas que Alberto pasó sin chistar) se llevó a cabo el momento que muchos esperaban: La conformación del grupo de combate llamado la “estaca”. La misma consistía en cuatro integrantes, uno sería el comandante, otro jefe de grupo y dos soldados. Posterior a ello habría tres “estacas” que tuvieron a un adiestrador para manejar los fusiles de asalto, mismos que serían de dos clases; AR-15 calibre .223 y AK-47 o “cuerno de chivo” calibre 7.62.
El arma, casi del tamaño de “El Comino”, fue la contraparte perfecta para equilibrar sus carencias físicas. Le brindó poder y autoridad, con ella en las manos no habría nadie que pudiera hacerle frente ni nadie que se atreviera a cuestionarle de alguna manera.
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Las armas podrían ser usadas por muchas manos, él quería ser “el hombre malo”, aquél que está encima del resto y que no hay ley que tenga que respetar y/u obedecer.
Su “debut” vino una tarde septiembre. Su “estaca” recibió órdenes de buscar a tres soldados de un grupo contrario en un hotel de la localidad. Al llegar le fue comandada la orden de hacer indagatorias al “Comino”, cuestionando a comerciantes llegó a un hotel donde de inmediato tres pandilleros de aspecto rudo le exigieron su dinero; él sólo dio un paso atrás y desenfundó su arma calibre .38 súper y de certeros disparos asesinó a sus tres agresores. Sus compañeros al escuchar la ráfaga de disparos fueron a auxiliarlo pero al encontrar los tres cuerpos en charcos de sangre huyeron de la escena, sin ser detenidos.
Dicho acontecimiento le ganó respeto en su “estaca” y en su círculo.
Se le conoció como el “Extreme” (extremo) e incluso uno de los altos mandos presumió con “presentarle a su hermana para que fuera su cuñado”.
Y así fue como inició su carrera delictiva; protegiendo a los puntos de venta de droga, extorsionando a comercios, cobrando cuotas para “protección”, labores de “halconeo” (vigilancia de un territorio para evitar a intrusos), cobrando piso y vigilando a los policías que “protegían” a la ciudad.
Parecía que la premisa de la vida del sicario no le importaba, se dice que su vida muy corta;“siempre con un pie en la tumba y el otro en la cárcel”, él tenía los pies en otra dimensión.
Aun cuando el grupo delictivo al que pertenecen puede llegar a ser considerado “familia” lo cierto es que ellos no son visto más que como “carne de cañón” un sacrificio necesario, bultos que sirven para llevar a cabo labores pero que en cualquier momento pueden dejar de ser útiles y que su única labor se reduce al martirio y sacrificio.
Una noche, él y otras “estacas”, fueron cercados por soldados y no hubo oportunidad de un enfrentamiento. Fueron llevados a un cuartel donde fueron interrogados, vejados, torturados y, a pesar de su cruel entrenamiento, abrieron de manera peligrosa la boca.
Tras 48 horas de sometimiento el único liberado, de seis sicarios detenidos, fue “El Comino” mismo que volvió a su grupo, con sus jefes, presumiendo que fue liberado por soportar las torturas y nunca revelar información acerca de su paradero, integrantes u otros datos comprometedores, una historia creíble menos para el jefe máximo.
Tras eso fue asignado a una nueva “estaca” y trasladados a una sierra, sin saber que ya era vigilado muy cerca. Una noche, mientras platicaba sus hazañas compartiendo mariguana con sus compañeros, se paró a orinar mientras fue seguido, por mandato, por otro miembro de su estaca. Minutos después fue regresado sometido al ser descubierto enviando mensajes acerca de su ubicación y actividades a un grupo militar, mismo con el que había pactado su libertad por información y traicionar a su grupo delictivo.
Tras ese descubrimiento fue torturado por su misma “estaca”, abusado y vejado hasta que dijo toda la información que había compartido y las veces que lo había hecho. Pedía perdón, lloraba, juraba lealtad y suplicaba por su vida. Si en la vida nada es indispensable en los grupos criminales menos, menos cuando hay traiciones de por medio.
Su muerte fue cruenta: golpeado hasta la muerte con palos, decapitado (señal de traición) e incinerado hasta que no quedó nada de él más que polvo.
El único testigo del fin de su vida fue una de sus zapatillas deportivas que, sobre la tierra, se consumía lentamente como el cuerpo del que alguna vez fue un chico con sueños y deseos, quizá ajenos quizá no, de los que finalmente colmaron su existencia terrenal.
Las historias que brinda la nación son sumamente contrastantes; por un lado tenemos la lucha de los padres de 43 víctimas inocentes que no piden nada más que lo debería ser un derecho para los humanos; paz, justicia, respeto y respuestas. Por otro lado otro originario de la misma tierra que ellos y sus desaparecidos hijos, alguien que quizá tomó la decisión de pertenecer al mando que, presuntamente, finiquitó la vida de sus hijos. Así es la dualidad nacional, el claroscuro mexicano, producto de sólo buscar el bienestar económico de una minoría mientras el resto es sometido a todo lo que tenga que soportar con tal de brindar la comodidad y confort que requiere aquél que vive en la punta de la pirámide económica de la nación.