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Su influencia se ha diluido en México pero sigue vigente fuera
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Sus críticos sostienen que está más en la capital que en la selva
La fría Nochevieja de 1993, decenas de indígenas encapuchados, algunos con escopetas de madera, ocuparon San Cristóbal y otras cinco ciudades más. Dijeron ¡Basta Ya¡ y declararon la guerra a México desde el altavoz del ayuntamiento. Encabezando el levantamiento indígena estaba el subcomandante Marcos, un tipo alto de 36 años, nacido a muchos kilómetros de allí, que llamó la atención del mundo con su pipa y su pasamontañas .
Hasta ese día, todo estaba diseñado para que fuera una jornada festiva. México entraba en el “primer mundo” gracias al acuerdo de Libre Comercio (TLC) firmado con EEUU, que entraba en vigor después de muchos años de duras negociaciones. Sin embargo, aquel grupo de indígenas del sur, que decían ser miembros del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación), le aguó la fiesta a Carlos Salinas, que respondió con contundencia.
Después de 12 días de bombardeos y medio centenar de muertos, la presión nacional e internacional le forzó a negociar. Los zapatistas habían perdido la batalla militar, pero se ganaron la simpatía del mundo con su “nunca más un México sin nosotros”. Poco después Europa se llenó de “café solidario”.
Desde aquel grito hasta hoy las carencias son las mismas a pesar de la lluvia de millones públicos. Chiapas es el segundo estado más pobre (hace 20 años era el primero): una familia media vive con 375 euros mensuales, la mitad que en el resto del país y hay el triple de analfabetos, un 18%, que en el resto de México.
Simpatizantes en el exterior
Paralelamente, la influencia del subcomandante Marcos en la vida política se ha diluido a la misma velocidad que ganaba simpatizantes en el exterior. Su último comunicado, criticando la apertura del petróleo, sólo apareció en un periódico nacional. Ningún otro medio se hizo eco de sus dardos contra el «despojo» que vive el país. Sin embargo, la pipa y el pasamontañas sigue siendo la foto más vendida.
Un año después de su irrupción, Ernesto Zedillo desveló su identidad. Se llama Rafael Guillén, tiene 56 años, nació en Tamaulipas, fue profesor universitario y trabajó en el Corte Inglés de Barcelona. También se sabe que su hermano Octavio es simpatizante del PAN (derecha) y que su hermana Paloma es del PRI y acaba de ser nombrada viceministra de población y migración por Peña Nieto.
Sus críticos sostienen que pasa más tiempo en la capital que en la selva y que ha viajado a EEUU para tratarse un problema de respiración relacionado con su asma y su adicción al tabaco. “Pero sigue mandando, no hay duda. Todo los comunicados llevan su sello”, reconoce el antropólogo Gaspar Marquecho.
Después de 20 años, el proyecto zapatista más tangible son los municipios autónomos o caracoles “en los que participan 60.000 familias, unas 300.000 personas, distribuidas por el 30% de Chiapas”, admite Marquecho. En voz baja, funcionarios del PRI reconocen que se han tolerado los caracoles porque garantizan la gobernabilidad. “Allí donde están ellos no hay narco, ni tráfico de emigrantes”.
“El impacto del zapatismo fue brutal, porque obligó a México a enfrentarse con una realidad que se ocultaba: sus indígenas. Evidenciaron que somos algo más que una economía conectada con EEUU y que millones de personas viven sin trabajo, salud ni educación“, explica Gonzalo Ituarte, ex vicario de San Cristóbal y uno de los negociadores de los acuerdos de paz. “Y nunca más los indígenas volvieron a ser vistos como antes”, sentencia.