
Celia Maya Garcia. Magistrada Presidenta del Tribunal de Disciplina Judicial.
Cada 30 de septiembre recordamos a José María Morelos y Pavón, el Siervo de la Nación, como estratega militar, como líder insurgente, pero sobre todo como un visionario que supo darle a la Independencia un proyecto político y social que iba más allá de las batallas. En Los Sentimientos de la Nación, Morelos no solo planteó un camino hacia la soberanía popular, también nos entregó un ideal de justicia que sigue siendo vigente y necesario.
Entre sus postulados más memorables está aquel que pedía “moderar la opulencia y la indigencia”. No es una frase retórica, es una sentencia ética: no puede haber verdadera libertad mientras existan desigualdades tan profundas. En su visión, la ley debía servir para equilibrar, para acercar, para garantizar que nadie quedara fuera de los beneficios de la nueva nación. Morelos entendió que la justicia no se proclama: se ejerce.
Hoy, más de dos siglos después, México enfrenta un reto distinto pero conectado con esa misma raíz: hacer que la justicia sea confiable, cercana y digna para la ciudadanía. Y en este propósito, la vigilancia judicial se vuelve indispensable. Si el pueblo deposita su confianza en quienes imparten justicia, ese mismo pueblo tiene derecho a que existan mecanismos que aseguren que jueces y magistrados actúen con ética, con responsabilidad y con apego a la ley.
El nuevo Tribunal de Disciplina Judicial tiene justamente esa misión: vigilar que el poder judicial no se convierta en un poder distante o autorreferencial, sino en una institución que rinda cuentas. La disciplina no es castigo; es compromiso. Es la garantía de que quienes juzgan lo harán con imparcialidad, sin abusos, sin privilegios indebidos y con respeto absoluto a la dignidad de las personas.
Morelos nos enseñó que la soberanía reside en el pueblo. Hoy, con este tribunal elegido democráticamente, esa idea adquiere forma concreta. Porque la justicia no puede quedarse en manos de unos cuantos sin supervisión: debe estar vigilada en nombre de quienes la necesitan. Y esa vigilancia no significa debilidad, al contrario, significa fortaleza institucional, significa devolverle a la justicia el rostro humano que nunca debió perder.
El legado de Morelos nos recuerda que la independencia no solo era romper con un dominio extranjero, era también fundar un nuevo orden donde la ley estuviera al servicio de la gente. En ese mismo espíritu, debemos entender que la disciplina judicial no es un fin en sí mismo, sino un medio para que la justicia cumpla con su verdadera razón de ser: proteger a los más vulnerables, equilibrar el poder y asegurar dignidad para todos.
Si algo nos deja el Siervo de la Nación es la convicción de que la justicia social es el núcleo de cualquier democracia. Hoy nos toca traducir esa convicción en vigilancia efectiva, en disciplina honesta y en un compromiso que no admite titubeos. Porque solo así, honrando su visión, México podrá avanzar hacia una justicia que sea realmente del pueblo y para el pueblo.




