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El momento de oro

Se trata de una labor muy necesaria para no olvidar y mantenernos vigilantes en todo momento

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Cuenta Tim Weiner en su libro Legado de cenizas: La historia de la CIA que las operaciones de desestabilización de algún gobierno exigen el deterioro de su imagen ante la población por todas las vías posibles, incluyendo los más frívolos y menos sofisticados que pudieran imaginarse como la difusión de horóscopos modificados de los mandatarios incómodos con el propósito de presentar su peor cara y los más siniestros augurios.  

Esto ya lo utilizó la oposición desde 2006 cuando en telenovelas o programas de espectáculos se hacía burla del “populismo” o de algún otro asunto relacionado con Andrés Manuel López Obrador, la figura política más atacada por los medios privados.

Los embates no cesan, adoptan diversas formas y utilizan los asuntos que los asesores y propagandísticas reaccionarios van considerando que pueden resultar útiles a fin de lograr su meta: mermar la aprobación popular del presidente y socavar su proyecto.  

Así, por ejemplo, los sismos del mes de septiembre, el pánico provocado por los recuerdos traumáticos y las supersticiones que no pueden faltar, son los pretextos perfectos que se pretenden aprovechar para golpear al presidente y sus decisiones. En un programa de espectáculos, un numerólogo invitado se las arregla para vincular la triple coincidencia de temblores del 19 de septiembre con la militarización (aquí el enlace del programa por si a alguien le interesa https://www.youtube.com/watch?v=h4MIc8_lB5Y y mi agradecimiento al tuitero @blogmexicano por proporcionarme este material).

Parece que el intento por mostrar a un gobernante blando cuya estrategia de seguridad, según ellos, es dar abrazos y no balazos, no les ha funcionado y han optado por exhibirlo entonces como un avieso, duro y sanguinario personaje que pretende “militarizar” al país, es decir, reprimir a la ciudadanía (porque sí, aunque haya expertos que quieran obviarlo, eso es lo que significa la palabra “militarizar” y no la creación de una guardia nacional para proteger a la gente o la utilización del ejército para realizar tareas de construcción de infraestructura, distribución de vacunas o libros de texto gratuito). 

Lo curioso es que este tipo de estratagemas dirigidas a sectores de la población asiduos a estos shows presentan gran semejanza con la retórica desplegada por académicos y analistas que están desfilando últimamente por las pasarelas de programas considerados más serios. Insisten en que el único y fatal destino de la guardia nacional es la militarización, aun cuando los antecedentes, el contexto y la lógica de los regímenes pripanistas que ellos mismos han estudiado y analizado en sus investigaciones ya no existan, estén siendo desmantelados o se estén creando nuevas condiciones totalmente opuestas.

Oswaldo Zavala en su libro La guerra en las palabras condena el discurso racista y fascista del “efecto cucaracha”, concepto “popularizado por el politólogo estadounidense Bruce Bagley que deshumaniza a los traficantes y los resignifica como una peste que se extiende por Latinoamérica y que debe erradicarse con estrategia militar y que ha gozado de credibilidad en la esfera pública: se ha utilizado tanto en discusiones oficiales en el gobierno de Estados Unidos como en el campo académico de la ciencia política y los centros de investigación de políticas públicas. El filósofo David Livingstone Smith localiza esta práctica en los gobiernos genocidas que denigran a sectores de la sociedad para facilitar su exterminio, como fue el caso de los nazis alemanes que llamaban ‘ratas’ a los judíos o los hutus de Ruanda que describían a los tutsis como ‘cucarachas’. Resulta ingenuo, explica Smith, pensar que se trata de una simple metáfora del discurso político convencional…es un síntoma de algo más poderoso y más peligroso, algo que es de vital importancia para nosotros entender. Refleja cómo uno piensa en ellos y pensar en una persona como subhumana no es lo mismo que insultarla…deshumanizar a una persona implica juzgarla menos que humana”. 

Los únicos que han utilizado este lenguaje deshumanizante han sido los pripanistas, quienes lo tradujeron en políticas y prácticas de exterminio y degradación. Imposible olvidar la frase propagandística del príísta y tío de Enrique Peña Nieto, Arturo Montiel (por consejo de su publicista Carlos Alazraki): “Los derechos humanos son para los humanos, no para las ratas” o los “daños colaterales” y el cadáver del narcotraficante Arturo Beltrán Leyva cubierto de billetes expuesto al escarnio público por parte de la Marina que lo capturó durante el sexenio de Felipe Calderón. 

Con la llegada de López Obrador a la presidencia, el discurso y la práctica se transformaron radicalmente. A tal grado que fue sujeto de críticas reaccionarias por considerar que todas las personas -sin excepción alguna- gozan de derechos humanos. El mismo Oswaldo Zavala felicitó su cambio de discurso sobre la guerra contra las drogas, sin embargo, contradiciéndose a sí mismo, parece no importarle ya las metáforas y los relatos a los que tanta relevancia ha brindado en sus investigaciones. 

Sin considerar las circunstancias generadas durante los sexenios pripanistas que menoscabaron el aparato de seguridad dirigido a proteger a la ciudadanía (la enorme corrupción, la falta de profesionalización y el reducido número de policías locales) y que exigen medidas a corto y mediano plazo para frenar los delitos que afectan más a la población, este investigador y otros más, de manera irresponsable, están empecinados en que la creación de la Guardia Nacional o la utilización del Ejército en proyectos distintos de la captura de capos le convienen a Estados Unidos o van a utilizarse para reprimir a las personas.  Los altos mandos de este país, en cambio, parecen no opinar lo mismo (la liberación de Ovidio, el hijo de El Chapo Guzmán, por órdenes del presidente mexicano a fin de evitar una matanza, causó mucha molestia a los estadounidenses, mientras que la disminución de la influencia de la DEA en el territorio mexicano tampoco ha sido de su agrado), así lo demuestran el envío de empleados como Jorge Ramos para atacar la estrategia de seguridad pacificadora del gobierno de la 4T en las conferencias matutinas o los ataques continuos de la prensa internacional.  

La semana pasada, el periodista Luis Hernández Navarro (@lhan55) dedicó su cuenta de Twitter a mostrar a los desaparecidos por el Ejército en los sexenios pripanistas. Sería muy conveniente un ejercicio igual con el catálogo de torturados, muertos y desaparecidos por la policía federal y las policías locales.  

Se trata de una labor muy necesaria para no olvidar y mantenernos vigilantes en todo momento de la actuación de este cuerpo y de todos los encargados de las labores de seguridad.

La izquierda electoral y no electoral, los periodistas críticos, los activistas de derechos humanos, pueden dedicarse, sin temor a represalia alguna, a documentar, monitorear y denunciar toda conducta indebida o delito cometido por cualquier miembro de la Guardia Nacional o el Ejército. 

Los medios privados de la derecha contrarios al régimen actual están al acecho del más mínimo error o falta que pueda cometer alguno de los integrantes del gobierno. No van a callar nada. Esto no acontecía en los sexenios pripanistas. La opacidad y desinformación provocadas por ello son factores esenciales que permitieron la represión, el abuso de derechos humanos, el sufrimiento de la población y la pérdida de tantas vidas a manos de la policía y los militares por órdenes de gobernantes civiles para proteger los intereses privados de unos cuantos.  No podemos permitir el regreso de esta situación nunca más. 

Y, sobre todo, aún faltan dos años del sexenio encabezado por un gobernante con una vocación democrática patente, con un profundo amor a su país y a su pueblo, dedicado a revertir en la mayor medida posible los estragos de los regímenes pripanistas.

Aunque quieran asimilarlo de la manera más forzada con los negros tiempos pasados, afortunadamente, nos encontramos en un momento de oro que no podemos desaprovechar en lo que respecta a la transformación del papel de las fuerzas armadas, de las fuerzas policiales encarnadas ahora en la Guardia Nacional y, principalmente, del poder civil que antaño fue el que dio las órdenes para torturar, desaparecer y matar. 

En nuestras manos está no regresar al ayer. Las elecciones y la vigilancia son nuestras armas.

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