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El poder del conocimiento: la captura de las universidades

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Cuando comienzan los procesos de mudanza histórica, en el que los viejos poderes se ven amenazados por las nuevas energías que pugnan por nacer, se genera una fuerte resistencia en la que se exhibe la realidad de las cosas: lo que antes parecía ser relativamente democrático, se presenta autoritario; lo que antes se “toleraba”, ahora se declara abiertamente una amenaza para el estatus quo.

Estamos acostumbrados a hablar de estas resistencias para efectos del poder político o del poder empresarial económico, pero pocas veces se toca un aparato ideológico más sutil y de baja exposición, me refiero al poder del conocimiento (o poder epistemológico). Si bien las narrativas colectivas tienen un punto de amplificación en los medios de comunicación, es en las universidades donde se diseña el código con el que se interpretan los procesos sociales. De aquí que la pugna de poder en estos centros educativos se vuelva también feral pues quien controle las universidades obtiene una especie de “derecho de veto” a las ideas y líneas de investigación que se puedan desarrollar. El imaginario de futuro es cooptado por intereses particulares.

En la historia de nuestro país podemos identificar con claridad la esencia diferenciada de este proceso: mientras que las universidades públicas durante el siglo XX nacieron y acompañaron los procesos de transformación del país, las universidades privadas surgieron como espacios de defensa de los criterios del poder empresarial. El problema durante el neoliberalismo fue que las primeras fueron reconvertidas, poco a poco, en espacios donde los prejuicios privados de la ganancia tomaron el papel central.

Todo este proceso llevó a que, por ejemplo, en la máxima casa de estudios, la UNAM, haya alcanzado actualmente una profunda crisis de desigualdad en la que son pocos los espacios para las plazas que les dan estabilidad laboral a los profesores y son muchas las posiciones eventuales o de “asignatura” en la que la actividad como docente no alcanza para una vida mínima digna. Pero aquí el punto no es la pauperización en sí misma (aunque este tema ya sea suficiente para realizar impugnaciones importantes), sino la lectura que este proceso tiene como parte del aparato de control que inhibe las alternativas epistemológicas.

Las pocas plazas son monopolizadas por grupos de poder que heredan estas posiciones a nuevas generaciones a condición de que se traten determinados temas y de cierta manera. Las alternativas epistemológicas y la autonomía de pensamiento, o incluso los genuinos ensayos de nuevas aproximaciones a los problemas son vistas con recelo e, inclusive, como posiciones a-científicas.

Este mecanismo, además, termina por dañar la propia vida estudiantil puesto que la negativa a los espacios y el respeto a la innovación del pensamiento crítico construyen un ambiente de apatía, iniciando un círculo vicioso en la que se vuelve difícil luchar contra el poder establecido, obligando a muchos estudiantes a conformarse con los pocas vías de desarrollo en el mundo académico, adaptándose a las líneas establecidas o, lo que es peor, considerar que el objetivo final es simplemente convertirse en la personificación de las características disciplinarias que exige el poder empresarial.

Pero ocurre un punto medular: los procesos de transformación suceden porque un momento histórico ha llegado a su fin y otro proceso inicia. Esto es porque el daño social comienza a ser tan evidente que es difícil conformarse con el poder epistemológico conservador. Las y los estudiantes siguen siendo una fuente inagotable de duda y crítica y, es necesario decir, existen también una gran cantidad de docentes, las honrosas excepciones y a pesar de las condiciones impuestas, que responden ante esta energía con gran compromiso y ética.

Por tanto, no debemos olvidar que las universidades son una fuente permanente de reflexión que tiene el papel de pensar la realidad y con la realidad delinear el mundo nuevo. La crisis de monopolización epistemológica no solo se remite a los contornos de estas instituciones, sino que se trata de una función social que compete y compromete el destino de las futuras generaciones. Es momento de liberarlas.

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