Aunque parezca un contrasentido, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) va a “la deriva con rumbo fijo” como se argumentará en esta colaboración.
Desde sus inicios el PRD nació como un partido fuertemente definido por el liderazgo de las figuras que participaron en su fundación, quienes le dieran dirección, sentido y plataforma programática. De manera destacada, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Heberto Castillo y otros contribuyeron a la conformación de lo que alguna vez fue la más importante fuerza política de izquierda.
De los grandes personajes que colaboraron en la fundación del PRD, uno fue decantándose como el líder principal, aquel capaz de aglutinar a su alrededor los diversos grupos e intereses que dieron forma al partido; por supuesto, Cuauhtémoc Cárdenas.
En los orígenes del PRD también se encuentra la formación de fracciones, las llamadas “tribus” que representan los intereses de los diversos grupos que hoy forman al partido, muchos de los cuales basan su fuerza, de negociación y presión, en la conformación de clientelas, mismas que operan como su base social de apoyo. La relación entre las tribus se caracteriza por la competencia y las rivalidades, mismas que les han llevado a enfrentarse unas contra otras por las llamadas cuotas políticas y la búsqueda de recursos económicos, espacios, curules, influencia, etcétera.
Son estos dos factores, los liderazgos caudillescos y las tribus, los que han contribuido a que a lo largo del tiempo el PRD haya sido incapaz de convertirse en una institución política fuerte donde el rumbo del partido y sus principales acciones sean delimitadas por su plataforma programática, su ideario, sus valores, su ideología y no por la voluntad de un líder o los intereses de una u otra fracción. Lo anterior ha contribuido de diversas maneras a lo que se podría denominar “la crisis autodestructiva del PRD”, tendencia que lo mantiene “a la deriva” pero con “rumbo fijo”.
En primer lugar, desde el año 2012 el partido ha perdido a sus principales liderazgos, con la salida de Andrés Manuel López Obrador, el 10 de septiembre de ese año, el PRD se quedó no sólo sin su líder y fuente principal de votos, sino sin importantes militantes como Alejandro Encinas, Ricardo Monreal, Martí Batres, Claudia Sheinbaum, Mario Delgado, Clara Brugada, entre otros. No puede pasarse por alto que el 25 de noviembre de 2014, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, reconocido como su líder moral, también abandonó el PRD.
Y por si eso no fuera suficiente, Marcelo Ebrard, quien naturalmente debería haber sido el candidato del PRD para las elecciones presidenciales del 2018, fue prácticamente “invitado” a dejar el partido al ser excluido de las candidaturas para una diputación federal, después de una militancia de 10 años, y bajo recomendación del actual jefe de gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, a decir del mismo Ebrard, todo esto hacia fines de febrero del año 2015.
Es de destacar que al momento de abandonar las filas del PRD tanto Encinas como Cárdenas y Ebrard criticaron la cercanía de la dirigencia del partido, primero de Jesús Zambrano y luego de Carlos Navarrete, con el presidente Enrique Peña Nieto.
Sin Cárdenas y López Obrador el PRD no sólo se quedó sin líderes nacionales sino sin el proyecto que le diera origen. Pareciera que con López Obrador, primero, y con Cárdenas después, el PRD perdió no sólo la brújula sino las razones de su fundación. El proyecto popular nacionalista se fue con ellos, de ahí la necesidad que tiene este partido de refundarse y encontrar de nuevo un proyecto que le permita presentarse ante el electorado como una opción real de izquierda.
En segundo lugar, las pugnas al interior del PRD -lucha entre tribus, entre éstas y la actual dirigencia encabezada por el, hasta hace poco académico, Agustín Basave, entre líderes de mediana importancia, entre incipientes propuestas de rumbo-, ponen al partido muy cerca de perder lo poco que ha conservado.
Basta recordar que, aunque gobierna actualmente en la Ciudad de México, Morelos, Guerrero y Tabasco, en la primera, considerada como su bastión principal, pasó de ser la primera fuerza política a ser la segunda atrás de Morena, al perder 8 de las 14 delegaciones que encabezaba; que a nivel nacional se coloca como tercera fuerza después de las elecciones de 2015, seguido “muy de cerca” por Morena, que en su primera elección como nuevo partido se ubica ya como cuarta fuerza a nivel nacional. Que “gobierna” otras cuatro entidades ganadas en Coalición con el PAN (Sinaloa, Puebla, Baja California y Oaxaca), gobiernos cuestionados por corrupción y malos resultados.
A lo anterior habrá que sumar su pérdida de credibilidad después de la firma del Pacto por México y su transformación en una “oposición cómoda o blanda”, según se prefiera.
Pero, aunque la imagen es importante no es tan determinante como las dinámicas internas que han convertido al PRD en un partido a la deriva incapaz de fijarse un rumbo claro, reconocido y reconocible; incapaz de construir liderazgos fuertes que atrapen con su carisma y determinación el favor de las y los votantes; incapaz de darse una plataforma que le devuelva la certidumbre programática; incapaz de presentarse como un partido unido donde la disciplina partidista no uniforma ni restringe, sino que permite operar con espíritu de cuerpo.
Los datos que permiten afirmar la vocación auto destructiva del PRD saltan a la vista. En los últimos cuatro años, por hablar sólo de lo más reciente, este partido ha tenido que enfrentar, gracias a sus dinámicas internas, la salida de aquellos liderazgos que le daban un rostro y la pérdida de la hegemonía en la ciudad de México, como ya se dijo; la renuncia de su dirigencia nacional ante la falta de resultados, como en el caso de Carlos Navarrete; el nombramiento de un nuevo líder nacional, salido de la academia, sin militancia y sin carrera política, como Miguel Basave, a quien se encargó la nada fácil tarea de reconciliar a las “tribus” y sus intereses, así como reposicionar al partido dentro de la geografía política nacional, estatal y municipal; los obstáculos que dicho dirigente ha encontrado al interior del partido para cumplir con ambas misiones, mismos que fueron evidenciados cuando Basave amenazó con renunciar a la dirigencia del PRD si no se concretaba el apoyo a las alianzas impulsadas por él en por lo menos 5 de los estados en donde habrá elecciones para gobernador este año; el enfrentamiento de las diversas fracciones a la hora de decidir quién ha de ocupar las varias candidaturas, sobre todo las de gobernador, que se disputarán en este año 2016.
Entre los casos que ejemplifican lo dicho se encuentra Chihuahua, donde la dirigencia del partido apoya la candidatura de Jaime Beltrán del Río y el recientemente formado grupo de “Los galileos”, encabezado por Guadalupe Acosta Naranjo, vicecoordinador de la bancada del PRD en la Cámara de Diputados y anterior aliado de los llamados “Chuchos” (Jesús Ortega y Jesús Zambrano) y el ex legislador Fernando Belaunzarán Méndez, quienes abiertamente respaldan al candidato del PAN Javier Corral, por considerar que Beltrán del Río representa los intereses del actual gobernador César Duarte, quién llegó apoyado por la alianza PRI/PVEM/PT/Panal.
La elección supuestamente irregular de Roxana Luna, candidata del PRD a gobernadora por el Estado de Puebla, quien fue apoyada sólo por 12 de los 25 miembros del Comité Ejecutivo Nacional en una sesión urgente celebrada de madrugada y sin la presencia de Agustín Basave y de Beatriz Mujica, presidente y secretaria general de ese partido respectivamente. Esto dividió a las principales corrientes del partido en dos bandos: del lado de Luna se encuentran Alternativa Democrática Nacional e Izquierda Democrática Nacional y en contra de su nominación están Foro Nuevo Sol, Nueva Izquierda y los Galileos.
El caso Puebla se complica aún más pues en cumplimiento a una resolución del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el Instituto Electoral del Estado de Puebla retiró por unanimidad a la candidata Luna el financiamiento público, casi 10 millones de pesos, para actividades tendientes a la obtención del voto, pues el PRD presentó dos solicitudes de registro de una misma plataforma electoral. La segunda plataforma fue decretada nula, pues el primer registro (29 de febrero) fue presentado por una persona sin facultades, el vicepresidente de la mesa directiva del partido, Jorge Benito Cruz Bermúdez.
Asimismo, como ocurre en Chihuahua y a decir del senador Miguel Barbosa, miembros del PRD local no apoyan a su candidata sino al panista Tony Gali, por lo que pide “limpiar al PRD de traidores”.
De manera contradictoria, Barbosa se ha opuesto a la política de alianzas de Basave, sin embargo, no tuvo empacho en proponer una alianza PAN-PRD, en el mismo estado de Puebla, apoyando al panista Javier Lozano. Tal vez pensando que éste podría pavimentarle el camino para elegirse él en 2018 al mismo puesto.
La llamada “Ley Atenco”, con la cual Eruviel Ávila, gobernador del Estado de México, propone se permita el uso de la fuerza pública contra manifestantes en movilizaciones consideradas como “ilegales”, contrapone a diputados locales de dicho estado con la dirigencia nacional de su partido. Por un lado, los legisladores locales del PRD votaron a favor de dicha ley y por otro la dirigencia nacional del mismo partido, con Basave a la cabeza, ha pedido a la Comisión Nacional de Derechos Humanos que interponga una acción de inconstitucionalidad para anular esta ley.
En otro estado, Oaxaca, se da una desbandada más, este 22 de marzo nueve precandidatos a diferentes alcaldías abandonaron las filas del PRD por “no encontrar vestigios de izquierda y por no estar de acuerdo en las prácticas poco claras y nada democráticas de sus dirigentes”. Una semana antes renunciaron al partido 14 miembros que hicieron notar su desacuerdo con las prácticas poco democráticas de Carol Antonio Altamirano, presidente estatal del PRD, y de Hugo Jarquín, secretario general del mismo partido.
Más ejemplos pueden ser encontrados si se observan de cerca las dinámicas internas del PRD y el enfrentamiento entre los diversos grupos, a nivel nacional y local, entre corrientes, entre diversos personajes, mismo que tiene detrás la arrebatinga por los recursos y la disputa por las candidaturas, más que una discusión ideológica, programática o de compromiso con la sociedad que pretenden representar.
Haciendo un poco de “política ficción”, como diría el ex presidente Carlos Salinas de Gortari, para descalificar toda evidencia de su injerencia en procesos relacionados con otros sexenios y otros gobernantes después de su mismo mandato, y siguiendo la lógica de la dialéctica hegeliana que sostiene que dentro de todo proceso se gestan al mismo tiempo sus condiciones de posibilidad y las condiciones de su destrucción, se puede argumentar que gradualmente se fueron construyendo dentro del PRD dinámicas, como las descritas, que hoy lo tienen al borde de su propia destrucción, en el peor de los casos, o de la pérdida de su carácter opositor, en el “mejor” de ellos.
Teorizando un poco se podría decir que intereses externos al PRD se han aprovechado de estas dinámicas internas para conducir al partido a su debacle y que los grupos que encabezan estos intereses han encontrado dentro del propio partido agentes dispuestos a contribuir para profundizar la crisis de este instituto político. El fin último, seguramente fraguado década atrás, es destruir a la izquierda como una opción política con posibilidades de ocupar la presidencia de la República.
Una forma de hacerlo es, como afirma el escritor Héctor Tenorio, convertir al PRD en una rémora del PAN, en sus propias palabras: “todo indica que la dirigencia del PRD ha iniciado un camino sin retorno que lo conducirá a ser un partido satélite de Acción Nacional (PAN). De esta manera podría concluir la historia que se inició como un sueño en 1988. Como dicen nadie sabe para quién trabaja”
Difiriendo un poco o un mucho de Tenorio, aquí se sostiene que esos “nadie” dentro del PRD si saben para quien trabajan y que, aunque parezca contradictorio, es ese “viajar a la deriva” lo que da rumbo al PRD. Esto es, en algún momento del camino invadieron al PRD fuerzas centrífugas cuyo objetivo era justo destruir al partido desde adentro.
Por supuesto, esos grupos de poder no contaban con el surgimiento de Morena, partido que podría obstaculizar la muerte anunciada de la izquierda en México.