El domingo 16 de octubre comenzó la vigésima Reunión del Congreso del Partido Comunista de China (PCCh). Durante una semana, 2 mil 296 delegados, en representación de sus cerca de 100 millones de militantes, discutieron el rumbo del país asiático, y la encrucijada internacional sobre la cual este país se ha colocado como una potencia socialista moderna, caracterizada así por su presidente, Xi Jing Ping.
Para muchos intelectuales de Occidente, la palabra comunismo causa escozor y por ello está vetada de sus marcos de análisis.
No así para los intelectuales chinos, que más allá de incluir la palabra en el nombre de la organización partidista que encabeza su proyecto social, han construido su idea de modernización sobre la base de una prosperidad común y la priorización de aspectos cualitativos de la economía, por encima del simple aumento cuantitativo. Lo que abiertamente contrasta con la idea de desempeño económico que aún prevalece en la concepción occidental, al considerar el crecimiento del producto (PIB) como el principal indicador de desempeño económico.
Pero quizá la mayor omisión a la hora de hablar de la hazaña histórica que significa el desarrollo chino es recordar que durante treinta años este país impulsó un proyecto abiertamente denominado comunista, con el que cambió la estructura de opresión terrateniente e imperialista, impuesta por potencias como Inglaterra, Japón, Alemania y Francia, y con el que pudo superar su condición de país semi colonial y semi feudal.
Entre los principales objetivos de los líderes comunistas, encabezados por Mao Tse Tung, destaca la eliminación de tres grandes diferencias: i) entre el campo y la ciudad, ii) entre el hombre y la mujer, y iii) entre el trabajo manual y el trabajo intelectual. Para lo cual impulsaron el fortalecimiento de tipos de propiedad distintos a la propiedad privada capitalista, tales como: la propiedad estatal, con la nacionalización de industrias extranjeras -dos de las más representativas fueron la energética y la minera-metalúrgica- y de instituciones financieras; la propiedad colectiva, a través de la organización cooperativa y colectiva de la tierra y los medios de producción (en el año 1957 llegó a incluir a más del 90% de la población campesina) y de sistemas de organización del trabajo en las industrias, dirigidos por consejos de obreros. En ambos casos se logró dar poder efectivo a las masas trabajadoras sobre la producción y el Estado, esencia del socialismo.
Bajo este escenario, el pueblo chino superó la dependencia y el atraso económico, que hoy caracterizan a otros países colonizados. Cambiando la tendencia de algunos indicadores clave como son: 1) Crecimiento, de 1949 a 1978 el producto se duplicó, pasando de 540 a 962 millones de dólares; 2) Dependencia hacia el exterior, en el año 1970 China saldó sus deudas internas y externas, con excedentes provenientes de la acumulación de las empresas socialistas, del comercio exterior y de los excedentes presupuestarios de algunas provincias; 3) Calidad de vida de la población, en estos años, la esperanza de vida en el país pasó de 32 a 65 años; 3) Niveles de capacitación, la tasa de alfabetización aumentó del 15 al 90%. Todo esto de acuerdo con datos del China Statistical Yearbook del año 2017.
Como era de esperare, esta transformación se dio en medio de importantes resistencias de las clases más acomodadas (incluidas las campesinas) que defendían la propiedad y el trabajo privado, y abiertamente mostraban su resistencia al camino hacia la colectivización. Para muestra se tiene la propagación de la desacreditación de las comunas chinas, atribuyéndoles la “gran hambruna” que a fines de la década de los años 50 habría causado la muerte de millones de personas; afirmación que impugnan numerosos testimonios presenciales e investigaciones académicas. Tal y como se documenta en el libro La situación de la clase obrera en China publicado en el año 2018 por la editorial bonaerense Metrópolis.
Con estos logros es imposible no considerar la labor de Mao Tse Tung como el prólogo de una gran obra. Ya que, con su sistema de planificación centralizado, que ponía a la agricultura como base y a la industria como factor dirigente del proyecto de desarrollo, logró sentar las bases sobre las cuales hoy China encabeza un vasto movimiento de transformación social a nivel global. De ahí las comparaciones que en días recientes se hicieran entre el dirigente de la revolución y fundador del PCCh (en el año 1943) y el actual mandatario Xi Jing Ping.