(10 de noviembre, 2014).- El cine descargó una explosión deslumbradora y despegó hasta lo más alto llevando consigo a la mayor parte de la gente que solía aplaudir en cuanto terminaba el ilusorio suceso que había ido a contemplar. Las personas se sumergieron en fotografías móviles cargadas de balas, explosiones y caras bonitas; optaron por las palomitas, los refrescos y los nachos. Y está bien, no es su culpa ni es nada malo, se llama evolución.
El teatro, por otro lado (al menos en México), se quedó viendo lo que acontecía, para después bajar la mirada y voltear a ver a los que se hacían llamar artistas en su nombre, y se conformó con despegar y aterrizar sólo entre los mismos. La criatura heredada por los griegos empezó a dormitar en lo repetitivo de este proceso: alumnos haciendo teatro para sus compañeros y maestros, y viceversa…
Para seguir leyendo, visita: ArteFacto TRESPUNTOCERO.