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El voto 86 y la desmesura egótica

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El 12 de octubre el periódico Reforma publicó el artículo “Cosas por explicar” de Carlos Pérez Ricart. Llama la atención que este autor haya escrito un texto tan falaz y arbitrario, por decir lo menos, cuando se había caracterizado por procurar mesura y sostener sus puntos de vista con argumentos, rebatibles quizás, pero argumentos al fin. No es, en absoluto, el caso.

Carlos Pérez Ricart es un analista que ganó aprecio y atención de una parte del obradorismo, sobre todo en la CDMX, y rápidamente obtuvo espacios mediáticos importantes. Lo hizo a partir de un discurso articulado, sensato e informado sobre temas de seguridad, soportado en su especialización académica, reconociendo avances pero marcando siempre una distancia crítica, un tanto ambigua, con el Gobierno. Todo ello le otorgó cierta credibilidad incluso en sectores opositores, lo que le abrió las puertas del periódico Reforma, abiertamente antiobradorista, donde publica regularmente desde hace poco.

Es claro que no se trata de un simpatizante del obradorismo, sino de un académico que podríamos llamar liberal progresista, de una izquierda indefinida que lo mismo puede coincidir con la izquierda radical que con la extrema derecha, como en este caso. Al escribir este texto, se dejó caer en analogías grandilocuentes, especulaciones sin sustento y hasta falsedades y difamaciones propias de esta última.

No hay en su texto un sólo argumento. Construye sus afirmaciones mediante una trampa discursiva o, más bien, con varias. Exige respuestas a preguntas cuya formulación implica dar por cierto, veraz y verídico lo cuestionado, aunque no haya ninguna prueba, evidencia o indicio siquiera de lo que afirma. Las fuentes posibles de algunas afirmaciones no son precisamente confiables y pide explicaciones de hechos no comprobados, además de ocultar información básica para hacer insinuaciones dolosas.

Si bien lo soberbio puede ser anecdótico, también es cierto que suele presentarse en quienes siempre están “del otro lado de la barrera”, los que no participan en la política real, activa, y pontifican a partir de algún deber ser difuso y ambiguo que sólo ellos pueden definir. Habla por la Historia -con H mayúscula, dice, para darle trascendencia a su opúsculo- y afirma que para aprobar la reforma se recurrió a “prometer impunidad a un corrupto y su familia” y, no conforme, asegura que la reforma “transitó ocultando órdenes de aprehensión”. En el tercer párrafo afirma, sin más, que legisladores de oposición fueron extorsionados y amenazados. Acusaciones graves que supondrían alguna evidencia.

El corrupto de marras es Miguel Ángel Yunes, a quien le atribuye ser el protagonista de la tarde, el voto 86, le llama. Aparte del lirismo con tufo de sotana del “vergüenza y látigo de sotavento” -supongo que para referirse a Veracruz-, concluye que Yunes es ahora “compañero” al que se le otorga “perdón, olvido y recompensa”.

De entrada, Pérez Ricart acusa sin señalar a nadie directamente. Es la mejor estrategia para no hacerse cargo de lo que afirma. Nadie puede llamarse aludido, ni demandarlo por difamación. Al hablar de “compañero” podría pensarse que se refiere a alguien de las bancadas de Morena, PT y Verde en el Senado o a ellas como conjunto, pero también puede referirse al movimiento en general y, aún más, al propio Presidente. La ambigüedad es deliberada pero deja en claro que quien perdona, olvida y recompensa no es la oposición, que en toda su escenografía no existe más que como víctima.

No es Dresser, ni Brozo ni tampoco Arjona; es Pérez Ricart acusando a AMLO de extorsionar a opositores. Así de soberbio y ridículo es el texto de este analista que incursiona en la diatriba.

Sin embargo, al final, es claro que Ricart tiene un acusado, un culpable único y todopoderoso: el Presidente de la República, a quien le atribuye todos los males que, imagina, ya produjo y de los que producirá esta reforma. Encarrerado en la grandilocuencia, nuestro autor pregona que nos olvidemos de nearshoring, de inversión productiva, de crecimiento económico, en fin, que nos hagamos a la idea de que con el voto 86, la Dra. Claudia Sheinbaum hereda una debacle económica de quien “no quiso difuminarse a la sombra de su preferida”.

No, no es Denise Dresser, ni Brozo ni tampoco Arjona; es Pérez Ricart acusando al Presidente de prometer impunidad, extorsionar y amenazar a opositores. Así de soberbio, necio y ridículo es el texto de este analista que olvidó el análisis para incursionar en la diatriba. La pregunta inmediata sería ¿quién le ofreció impunidad a Yunes? Ricart no lo dice porque seguramente no lo sabe y, si lo sabe, el que debería dar explicaciones es él. Ahora, ¿quién podría ofrecerle impunidad de manera factible como para que un lobo político como Yunes se deje convencer? Lo dejo a su libre especulación.

Lo que no dice Pérez Ricart, porque se quedaría sin artículo, es que la impunidad ya la traía Yunes desde endenantes de ser el “voto 86”. Se la otorgó el juez que le concedió el amparo necesario para registrarse como candidato al Senado. Sí, fue un juez del Poder Judicial que tanto defiende Pérez Ricart quien le concedió impunidad a Yunes. Impunidad ratificada con la inmunidad procesal que le dio el PAN al hacerlo Senador. Las órdenes de aprehensión no “se guardaron en un cajón”, las suspendió el juez que lo amparó y las congeló el PAN. Pérez Ricart lo sabe -o debería saberlo- pero como dije, sin difamar se queda sin artículo.

El analista ecuánime y académico riguroso resultó también mal intencionado. De nuevo la ambigüedad le permite insinuar que Morena o el gobierno amenazó a legisladores “opositores”. No dice que éstos fueron amenazados por su propia compañera, la senadora por Aguascalientes, para quien linchar a todo aquel que “no vote en contra” es la forma democrática de hacer política. Ricart parece suscribir este principio.

O no se enteró o prefiere dejar en la especulación inducida la autoría de las amenazas para cuadrar su texto, a menos que él sepa de otras amenazas de las que nadie más se enteró. Respecto a las extorsiones, pretende que le creamos a Alito Moreno, quien acusó de que lo “intentaron” extorsionar y heroicamente resistió el embate. Al chiste se sumó Marko Cortés y, con ellos, Pérez Ricart. Que les crea el señor, pero que no quiera dar lecciones con esos referentes.

Desbocado, acusa de arrogancia a los legisladores que votaron a favor de la reforma. No dice en qué radica esa actitud, pero los equipara con los priistas que votaron por aumentar el IVA haciendo burla de la oposición. Por supuesto, semejante vulgaridad no tiene mayor explicación por parte del señor que pide explicaciones. Como nadie vio a un senador de Morena hacer señas obscenas a sus adversarios, sino a una horda de porros, golpeadoras y chamacos histéricos, quizás, su “argumento” es que el daño del incremento al IVA es equivalente al daño que causó y va a causar esta reforma, mismo que describe en el apocalíptico penúltimo párrafo. A saber.

Pero como la soberbia no tiene límites, Pérez Ricart se atreve a exigir su reforma personal, su propia apuesta como si hubiera sido oferta de campaña o formado parte del proyecto del Presidente. La reforma fiscal progresiva es agenda de Pérez Ricart, no del obradorismo. Su coraje, evidente en su diatriba, es que su interés inmediato no es el interés ni del Presidente, ni de la Presidenta electa, ni de Morena; es decir, su enojo reside en constatar su intrascendencia. Sin duda, para quien se cree la voz de la Historia debe ser abrumador no ser su protagonista y sólo le queda destilar su frustración en un bodrio periodístico.

Escondido en la ambigüedad de un culpable no explícito que debe responder a la Historia, no hay otro destinatario de su diatriba que el Presidente. Los párrafos finales no dejan lugar a dudas. Podríamos imaginar que tuvo otros destinatarios en mente cuando formuló algunas de sus exigencias pero quedan en supuestos. Hasta le exige a su culpable imaginario que explique el comportamiento de la ministra Norma Piña “que compró el boleto que a Palacio Nacional le urgía vender”. ¿Por qué no se dirige a ella? Tan fácil que hubiera sido poner algo como “Norma Piña debe explicar su comportamiento”, en lugar de rebuscarse una especie de numen político que conversa con la Historia para eximir a la Presidenta de la Corte de toda responsabilidad en el resultado de la oposición en una votación histórica.

¿Quién más si no el Presidente es el acusado por Ricart? Como dije, el remate de su texto no deja lugar a dudas. Su filípica desbordada deja claro que es el Presidente quien “deberá” responder por la tragedia que ocasionó SU reforma. Quizás sin darse cuenta, lo hace explícito cuando dice: “a todos nos debe una explicación”. Es la única frase que no apela a una entelequia indefinida y que tiene un solo y único destinatario explícito: el Presidente. Un Presidente al que exige difuminarse -hacerse a un lado, hacer mutis o dejar de ser Presidente porque ya “entregó el bastón de mando”, a saber-, como si se tratara de un ciudadano como el autor, que puede difuminarse a contentillo y no el Presidente de la República en funciones irrenunciables y obligatorias. Un presidente, además, que ha dado muestras más que suficientes de una conducta política intachable.

Por supuesto que lo sabe, y sin embargo le atribuye al Presidente desde proponer la reforma hasta extorsionar a opositores para aprobarla. De ese tamaño es la irresponsabilidad de un analista que optó por el infundio y la recriminación sin sustento. En su delirio, habla en nombre de “todos” y hasta de la Presidenta electa para exigir explicaciones. Vaya que la arrogancia es temeraria.

Reducir un proceso político que está transformando la vida pública al voto de un solo Senador es negar la construcción colectiva que permitió romper la última barrera de una transformación de fondo de la vida pública. El voto 86 no decidió la reforma; la decidió el pueblo de México y los legisladores que honraron su palabra. Si Pérez Ricart quiere explicaciones que se las pida a Norma Piña, a Yunes, a Marko Cortés, a los golpeadores que atentaron contra el Senado, trabajadores y legisladores. Pero no, para Ricart todos ellos son dignos de confianza y respaldo.

Cuando se observa a personas como Héctor Aguilar Camín desquiciadas por la pérdida de enormes privilegios, se puede entender que el coraje los obnubile hasta la ignominia, pero ver a un joven inteligente y capaz hacer estos desfiguros es verdaderamente lamentable y triste. Ojalá y se concentre más en sus rigores académicos y menos en el estrellato mediático, se serene un poco y aporte a la discusión pública en lo que parece que sí sabe, la seguridad pública.

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