spot_img
spot_img

“En México, ser decente no alcanza”

- Anuncio -

 

Ivonne Acuña  Murillo / @ivonneam

 

A la vista de la enorme corrupción que corroe a las diversas instituciones de la sociedad y del Estado mexicano, no queda más que confirmar una y otra y otra y otra vez que “en México todo pasa y no pasa nada”.  Abundan en este país políticos acusados de enriquecimiento “inexplicable”, líderes sindicales que se roban las aportaciones de aquellos a quienes dicen defender, gobernantes de los tres niveles de gobierno que mágicamente hacen crecer las deudas de los lugares que gobiernan sin que esto repercuta en el bienestar de la población; así como empresarios cuyas fortunas crecen al amparo de las facilidades ofrecidas por el gobernante en turno, a cambio de apoyarlos de diversas maneras durante sus campañas políticas y durante sus administraciones.

Hay, además, delincuentes que logran burlar a la justicia bajo el pretexto de violaciones al “debido proceso”, empresarios que defraudan la confianza de sus clientes sin que nadie los castigue por eso, familiares de políticos que se dan la gran vida sin que se hayan ganado con trabajo ese privilegio, hijastros de ex presidentes que se benefician de contratos millonarios con el gobierno, hermanos incómodos exonerados y a quienes se devuelve la oportunidad de seguir disfrutando de aquello que obtuvieron de forma por demás cuestionable, funcionarios capaces de apropiarse y vender los recursos naturales de la nación, sin que esta última palabra les signifique nada. Los ejemplos se multiplican al infinito.

    Nadie que sobrepase la adolescencia puede sentirse sorprendido al enterarse por los diversos medios de información o de boca en boca, gracias a la tradición oral, que fenómenos como los referidos arriba son una constante a lo largo de la historia –por lo menos- del México posrevolucionario.

    Prácticamente nada de lo que pueda relacionarse con la corrupción y la red de complicidades entre políticos de los tres poderes, los tres niveles de gobierno, empresarios, delincuentes, narcos, etc., puede verse como algo novedoso. El desencanto de la población ha sido modelado a fuerza de golpes, desilusiones y esperanzas rotas elección tras elección, administración tras administración, promesa tras promesa.

El profundo sentimiento de “inevitabilidad” que esto implica lleva a  la gente común a seguir su vida sin pensar en la política por la convicción de que nada que haga podrá cambiar las cosas. Esto supone un desfase real entre lo que los políticos hacen y dicen que hacen y lo que la ciudadanía puede lograr a lo largo de toda una vida.

    A pesar de lo anterior, la gente sigue reproduciendo esquemas de valores que sólo benefician a las élites políticas y económicas: el respeto a la propiedad privada, no importa si el “respetuoso” no tiene propiedad qué proteger; el respeto a la vida humana, no importa que la suya no sea cuidada de manera efectiva por ninguna autoridad; la convicción de que la única manera honesta de ganarse la vida es el trabajo, aunque se esté desempleado; la observancia de las obligaciones gubernamentales, como el pago de impuestos, aunque no todos paguen lo mismo. En una palabra, la voluntad de “ser decente” sin importar el precio que haya que pagar.

    Por supuesto, los valores inculcados desde arriba a los pobres y clasemedieros no son los mismos que siguen las élites económicas y políticas; la doble moral con la que se conducen estas cúpulas supone un rasero para ellas y otro para la población en general. Para los de arriba la moral es un estorbo, pues de observar sus dictados no habría manera de hacerse rico sin trabajar, ni de acumular las cuantiosas fortunas que poseen, de burlar a la justicia -si es que algo como eso existe- y de darse la gran vida a costa de los demás.

Sin embargo, cuando de las clases trabajadoras se trata, sí que se esfuerzan en exigirles la observancia de valores como la honradez, el respeto a la propiedad privada, el trabajo y el estudio como la única forma decente de mejorar en la escala social; para quienes no acaten estos mandatos se encuentra la ley y las sanciones en ella consignadas. Desde esta convicción se puede afirmar que:

  En México, ser decente no alcanza para ser “el padre del año” y con un salario oficial de 24 mil 633 pesos mensuales darle a tu hija Paulina Romero Durán una vida llena de lujos y excesos , mismos que le permitan incluso llevar a sus perros en avión a viajar por el mundo o regalarle a tu hijo José Carlos Romero Durán, por su cumpleaños, un Enzo Ferrari con valor de 2 millones de dólares, como hace el actual líder sindical de PEMEX Carlos Romero Deschamps.

En México, ser decente no alcanza para ser liberado después de haber secuestrado personas en un país que no es el tuyo y después de seis años de prisión ser liberada por supuestas violaciones al “debido proceso”. Más aún, no alcanza para que vuelvas a tu país como heroína,  seas recibida por el presidente de Francia, invitada a cenar por Alain Delon y casarte con un franco mexicano con quien estableciste relaciones amorosas mientras estabas en la cárcel. Por supuesto todo esto sólo pudo sucederle a Florence Cassez.

En México, ser decente no alcanza para ser enjuiciado y encarcelado al ser acusado de asesinato y enriquecimiento inexplicable, entre otros cargos, para después ser exonerado y beneficiado con la devolución de los bienes confiscados, como le ocurrió a Raúl Salinas de Gortari.

En México, ser decente no alcanza para formar parte de la alta sociedad jalisciense gracias a una serie de inversiones en empresas privadas, aunque tu padre, Rafael Caro Quintero, haya estado preso por 28 años acusado de asesinato y delitos contra la salud, entre otras linduras.

En México, ser decente no alcanza para ser uno de los iniciadores de los grandes cárteles de la droga, asesinar a un agente de la Drug Enforcement Administration (DEA), torturar, secuestrar y asesinar a cientos de personas y explotar a cerca de 10 mil jornaleros en condiciones de semi esclavitud para que a 12 años de terminar tu condena, te liberen la madrugada del 9 de agosto por supuestos errores en el proceso que se te siguió al enjuiciarte en un juzgado del fuero federal en lugar de un juzgado del orden común, como sucedió con Rafael Caro Quintero.

En México, ser decente no alcanza para que beneficies a tus amigos con jugosos contratos gubernamentales y hagas una maestría en Harvard aunque no hayas terminado la licenciatura, como la ex vocera del gobierno de Felipe Calderón, Alejandra  Sota.

En México, ser decente no alcanza para que seas un empresario con ganancias extraordinarias, no te cobren más de 1.5% de impuestos y todavía te devuelvan una parte de ese porcentaje.

Resumiendo, en México ser decente no alcanza, aunque te prepares y trabajes de sol a sol para darte vida de rey o de reina, para enviar a tus hijos e hijas a las mejores escuelas, para que vivan con lujos, caprichos y excentricidades, para que viajen por el mundo, te perdonen todo tipo de delitos, se te permita no pagar impuestos, se te den todas las facilidades -incluyendo información confidencial- te hagas de grandes fortunas y para que hagas maestría en Harvard, etcétera, etcétera.

El mensaje es claro, las personas pertenecientes a las clases bajas y medias, que “se parten el lomo” para salir adelante, tienen perdida la brújula, pues “ser decente no alcanza” para salir de pobres. Lo que sí funciona es ser corruptos, ladrones, violadores, secuestradores, asesinos, funcionarios corrutos, empresarios inmorales y rapaces, especuladores y todo aquello que la imaginación permita cuando apoderarse de todos los recursos se trata.

- Anuncio -spot_img
- Anuncio -

MÁS RECIENTE

- Anuncio -

NO DEJES DE LEER

- Anuncio -