Estonia es el ejemplo más concreto de cómo un país puede convertir la tecnología en política pública. Con poco más de un millón de habitantes, digitalizó casi todos los servicios del Estado y creó una identidad electrónica que permite a los ciudadanos ,y ahora al mundo, operar en un entorno totalmente en línea.
Su programa e-Residency es el emblema de esa transformación[1]. Cualquier persona puede convertirse en residente digital, crear una empresa dentro de la Unión Europea y gestionarla desde cualquier lugar. No es una promesa futurista, es una realidad legal que redefine el emprendimiento global.
Para México, este modelo abre una oportunidad inusual: aprender a usar la tecnología como motor de inclusión económica y no solo como herramienta administrativa. En un país donde la burocracia suele limitar la innovación, la lección estonia es clara: digitalizar no es informatizar los trámites, es repensar la relación entre ciudadanía y Estado
A esa arquitectura digital se suman programas complementarios como Startup Visa[2] y Work in Estonia[3], que consolidan un ecosistema integral de talento. El primero permite que emprendedores de todo el mundo establezcan y escalen sus startups desde Estonia con apoyo institucional, mientras el segundo conecta empresas locales con profesionales internacionales que buscan nuevas oportunidades de vida y trabajo. Ambos programas reflejan una política coherente: atraer inteligencia, crear comunidad y hacer del país un laboratorio abierto de innovación global. Son, en conjunto, la expresión práctica de una visión que combina soberanía digital con apertura económica.
En ese puente entre ambos mundos, Fuckup Nights y su cofundador Pepe Villatoro han tenido un papel singular. Desde México, su movimiento ha cambiado la narrativa del fracaso emprendedor y la ha conectado con la visión estonia de crear sin fronteras. Su alianza con el programa e-Residency refleja un mensaje poderoso: fallar, aprender y volver a intentar es parte del ADN de la innovación.
Lo que Villatoro plantea ,“emprender sin pasaporte”, coincide con la visión del Estado estonio: eliminar barreras burocráticas para liberar talento. Esa coincidencia muestra que la cooperación digital puede surgir no sólo de los gobiernos, sino de las comunidades que comparten valores de apertura y aprendizaje continuo.
México puede incorporar tres aprendizajes centrales del modelo estonio:
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- Confianza institucional digital, garantizando seguridad y protección de datos.
- Simplicidad normativa, que incentive la formalidad sin complicar la operación.
- Inclusión tecnológica, para que la digitalización llegue a todos los sectores.
El desafío no es copiar la infraestructura de Estonia, sino adaptar su lógica: una digitalización basada en la confianza y la eficiencia que devuelva tiempo y oportunidades a las personas. Si México logra avanzar en esa dirección, el emprendimiento digital podría convertirse en una nueva política de desarrollo.
En esa convergencia entre Tallin y la Ciudad de México se dibuja una frontera simbólica: un país pequeño que enseña a uno grande que la innovación comienza cuando el Estado deja de ser un obstáculo y se convierte en socio de quienes imaginan el futuro.


