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Ex presidentes mexicanos empeñados en romper reglas no escritas

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Ivonne Acuña / @ivonneam

(20 de julio, 2013)  ¿Qué ocurrió con la sana costumbre de los ex presidentes mexicanos de no intervenir públicamente en política? ¿Qué pasó con la tradición de acuerdo con la cual el mandatario saliente cargaba con las culpas de aquello que en su sexenio no había sido posible resolver? ¿En qué quedó el acuerdo según el cual el nuevo jefe del ejecutivo federal era presentado como aquél que daría a las políticas gubernamentales un nuevo rostro y no como el continuador del sexenio anterior? ¿En qué momento se abandonaron las reglas no habladas que permitían lubricar la maquinaría política sexenio a sexenio?

Estas preguntas vienen a la cabeza cuando algunos ex presidentes mexicanos hacen declaraciones sobre sí mismos y sus sucesores y otros deciden participar abiertamente en política una vez concluidos sus periodos de gobierno, en lugar de retirarse a la vida privada.

Fue el caso del general Plutarco Elías Calles (PEC), presidente de 1924 a 1928, quien se resistió a volver a la vida privada una vez concluida su presidencia, dando lugar al periodo histórico conocido como “Maximato”. http://goo.gl/zVIDL De 1928 a 1934, el ex presidente Calles se mantuvo como “el poder detrás del trono”, al considerarse a sí mismo como el “caudillo imprescindible” en un momento de grandes definiciones políticas.

Pero lo interesante de este periodo es la forma como terminó. PEC eligió al también general Lázaro Cárdenas, primer presidente sexenal (1934-1940), para que lo sucediera en la silla presidencial, esperando que fuera como sus antecesores y le permitiera seguir actuando en política. Menuda sorpresa se llevó cuando Cárdenas lo exilió y le impidió seguir influyendo en los asuntos del Estado. http://goo.gl/E5YAB Desde este momento se inaugura la regla no escrita en función de la cual los “ex” presidentes “debían” retirarse a la vida privada dejando a su sucesor la libertad de gobernar siguiendo sus propios criterios.

Una regla más se gestó sobre la marcha de los siguientes sexenios: el presidente saliente llevaría sobre sus espaldas el peso de sus errores, reales o ficticios, sin intentar “lavar su nombre” con aclaraciones, testimonios, autobiografías, dejándole el paso franco al entrante, quien aparecería como el “salvador” de la Patria, sujeto de las nuevas demandas de los “electores” que pasarían por alto el que ambos mandatarios pertenecieran al mismo partido, por supuesto al PRI. Así, la esperanza renacería cada seis años sin necesidad de cambiar al partido en el poder.

Pero al parecer no todos los ex mandatarios han estado dispuestos a cumplir estas normas. Sería lógico suponer que a partir del 2000, año en que el PRI pierde la presidencia, los inquilinos panistas de Los Pinos serían los primeros en desconocer las reglas priístas. Sin embargo, no fueron ellos los primeros en violar el canon.

José López Portillo (JLP) (1976-1982), como buen intelectual interesado en el pasado mexicano, desarrolló la suficiente conciencia histórica para saber que la gran mayoría de los ex presidentes mexicanos no eran bien recordados por la población, por lo que se esforzó en “limpiar” su imagen pidiendo perdón con lágrimas en los ojos por los errores cometidos durante su sexenio. Basta recordar que en su último informe de gobierno se dijo “responsable del timón, pero no de la tormenta”.  Ya retirado decidió escribir sus memorias y dar entrevistas haciendo patente que él sólo era un hombre que no podía controlar todas las variables que intervienen a la hora de gobernar un país tan complejo como México.

Miguel de la Madrid Hurtado (MMH) (1982-1988), quien en sus últimos años, desde el refugio de la vida privada, rompió el silencio para confesarse arrepentido de haber dejado en su lugar a Carlos Salinas de Gortari (CSG) y denunciar la corrupción de su elegido y su familia. A diferencia de JLP, MMH no sólo intentó dar su versión de lo ocurrido durante su administración,   sino que de manera explícita habló mal de su sucesor; sepultando la costumbre no sólo de guardar silencio, sino de proteger a aquel a quien heredara la presidencia.

Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) tampoco fue capaz de callar y asumir como propios los errores de fin de sexenio, por el contrario, a él se debe la frase que calificó lo sucedido en el primer mes de gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de León (EZPL) (1994-2000) “el error de diciembre”,  con el que rechazó su responsabilidad sobre lo que en materia económica ocurrió hacia el final de su sexenio  y que trasladó íntegra a su sucesor, dando paso a un histórico enfrentamiento entre ambos ex presidentes.  A diferencia de los tres anteriores, CSG se ha empeñado en permanecer activo en cuestiones de política interna, haciendo valer su influencia sobre grupos y sujetos con los que trabó relaciones desde que era presidente de la República. Actúa tras bambalinas tratando de seguir dirigiendo el rumbo del país en materia política y económica, aunque a estas afirmaciones él las encuadre bajo la frase “política ficción”.

Finalmente, destaca el caso de Vicente Fox Quesada (VFQ) (2000-2006), quien continuamente hace declaraciones que contravienen la sana costumbre de guardar silencio en la comodidad de la vida privada. Es de llamar la atención cómo durante el proceso electoral del 2012 se declaró abiertamente a favor del candidato del PRI y en contra de su propia correligionaria Josefina Vázquez Mota. Hace unos días afirmó ser el mejor presidente que México hubiera tenido, incluso mejor que Benito Juárez, por lo que fue declarado persona non grata por los regidores del ayuntamiento de Oaxaca.   Ahora está empeñado en convencer a quien quiera escucharlo de la conveniencia de legalizar la marihuana. Esto no tendría mayor trascendencia si sólo se tratara de la opinión de una persona pública y no de un ex presidente que pretende influir en las decisiones políticas de un gobierno que ya no es el suyo. Pero aun así, lo peor no es eso, lo moralmente reprobable es que siga pretendiendo ver al país como un gran negocio aliándose con un empresario estadunidense de dudosa reputación  para entrar al lucrativo negocio de la comercialización de la droga, con supuestos fines curativos y recreativos, sin importarle en lo más mínimo el daño que su uso pueda ocasionar a la población mexicana.

Rotas todas las reglas algunos ex presidentes mexicanos se preocupan por lavar su imagen mientras que otros pretenden eternizarse en el poder y seguir saqueando al país. Saque usted sus propias conclusiones.

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