En su discurso, Federico Campbell mantuvo la sencillez de quien no creyó nunca ser el gran escritor. Trabajó en su literatura, nadie lo duda, y de la misma forma fue sincero cuando pasó un tiempo considerablemente largo sin escribir o publicar algo nuevo. Al final de cuentas, más que navegar en esos falsos ideales que se han formado sobre el escritor, Campbell vivía la literatura y su pasión por ella, con sus respectivos altibajos, sin la necesidad de aparentar lo que él mismo no creía ser. Aún viviendo lejos de los reflectores, logró ser considerado el mejor escritor bajacaliforniano de las últimas décadas.
Además de novelas, Campbell publicó ensayos, trabajó como periodista y fundó el sello editorial La Máquina de Escribir. En entrevistas y conferencias siempre resaltaron sus reflexiones en torno a la vida y lo que buscaba de ella. De nuevo, el recuerdo de Rulfo vale para aterrizar la idea: “Juan nos hizo ver que lo único que importa en esta vida es el deseo. Su enseñanza es de un orden que sólo podríamos adjetivar con una palabra que prácticamente ya no quiere decir nada en nuestro medio: ético. No se vale escribir sino de las cosas que le duelen a uno. Lo importante no es escribir cuando se tiene algo que decir sino cuando se tienen deseos de decirlo”.
Para homenajear a Campbell no basta la lectura. Entre todas las generaciones de escritores mexicanos debe recuperarse su mensaje: hace falta escribir menos por la fama, más por las búsquedas, por la ética y, claro, por el deseo.