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Haiga sido como Haiga sido, allí estuvieron

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El tamaño de la marcha del domingo no importa o importa poco; importa, en cambio, su
impronta en la lid política y algunas características sobresalientes de su organización y su
transcurso. Es obvio que la reforma electoral es la coyuntura política perfecta para una
oposición que no ha logrado articularse ni adquirir un perfil claro que no sea oponerse
sistemáticamente al gobierno, pero que, como vimos, sí cuenta con los recursos para
movilizar a un gran número de personas. No me parece un fracaso sino un logro de una
oposición que ya no tiene el control casi absoluto de los aparatos, incluyendo al erario
público, que facilitaban la movilización de grandes cantidades de personas. Haiga sido como haiga sido, allí estuvieron. Y votan.

Más allá de ser financiada, convocada y organizada por magnates, gobiernos, partidos y
organizaciones satélites con mote de ciudadanas, la movilización sirve para medir su
capacidad de convocatoria y movilización, incluyendo el acarreo de personas. En la Ciudad
de México, por ejemplo, fue evidente la movilización de vendedores ambulantes y otros
grupos por los titulares de las alcaldías de oposición, sobre todo de la Cuauhtémoc. Si
pueden llevarlos a marchar pueden llevarlos a votar. Pero también es evidente que convocó
en mucha mayor medida que en otras ocasiones a un sector de la sociedad que poco sale a
las calles a protestar. Lo que sigue es convocarlos a participar de manera permanente, lo
cual va ser aún más difícil.

Los adversarios del gobierno no han podido consolidar un acuerdo político sólido para
conformar un frente electoral redituable. La debacle electoral de sus partidos ha sido
imparable y una parte importante de sus logros los obtuvo, sin duda, gracias a la operación
de algunos “morenistas”, como quedó claro en la Ciudad de México con Ricardo Monreal,
quien es, quizás, uno de los principales beneficiarios de la marcha. Las expectativas de la
oposición en los comicios locales venideros son paupérrimas, sobre todo en el corazón del
poder priísta, y ni así han podido ofrecer una opción política aglutinante. Hasta que no vieron en riesgo uno de sus bastiones fundamentales, construido por ellos como filigrana para asegurar su control, no habían logrado reunirse realmente en un interés común. Utilizar coyunturalmente banderas ajenas, como el feminismo o la salud pública, tampoco les había dado la suficiente capacidad de operación para construir acuerdos duraderos, más allá de servirles para mantener una narrativa escandalosa.

Mantener bajo su égida al INE y al Tribunal, con su conformación, atribuciones y recursos,
les confiere un enorme poder, sobre el que descansa una parte sus expectativas electorales.

La actuación de ambas instituciones en las elecciones del 2021 fueron el laboratorio de lo
que es posible hacer con ellas para manipular los procesos electorales. Y es ahí donde sí
tienen un objetivo común que atraviesa claramente a todos por encima de sus diferencias.
El INE es pésimo organizador de elecciones, su principal función, pero ha sido muy eficiente
en convalidar una larga historia de fraudes y chapucerías, junto con el Tribunal Electoral,
ambos en la picota. Sobre esas instituciones construyeron su régimen de privilegios y
corrupción. No en balde sus convocantes y organizadores son quienes han financiado,
realizado y validado esos fraudes. Hay que reconocer, también, que ha sido muy eficaz en
construir una imagen limpia de su actuación, que se refleja en la aprobación mostrada no
sólo por encuestas privadas sino por las de desempeño institucional del INEGI, aunque
también es cierto que ésta ha ido a la baja. A pesar de su ineficacia y sus dispendios
pareciera una institución ejemplar. Un jugosísimo tiempo oficial en medios utilizado
discrecionalmente no sólo para la promoción del Instituto, sino de sus principales figuras les permitió construir una presencia que hoy les favorece. Además, la campaña de “mi INE” ha sido eficaz para construir la noción de que la identidad personal te la otorga el INE y si
desaparece aquél tu identidad está en riesgo. Es posible que esa noción, la de un “daño”
personal y directo, haya sido un incentivo para, ahora sí, salir a protestar en las calles, aún
con el asquito que les pueda dar marchar con “impresentables”.
Por otra parte, la desinformación les ha resultado más eficaz de lo que parecería. Lograron
hacer salir a las calles a muchas más personas que en anteriores marchas realizadas en
este sexenio, y lo hicieron en muchas más ciudades que antes. Más allá de las ridículas
cuentas alegres con ayuda de “inteligencia artificial” que alzaban las cifras a 640 mil
personas en la Cdmx, las millones de imágenes que habrán de circular acompañadas de sus respectivas loas van a ser importantes para entusiasmar a más gente. Esteroides para hacer músculo.

Parece que la reforma electoral es el elemento articulador que les hacía falta y que en ella
encontraron un eje sobre el cual puedan construir consensos más allá de la estridencia. El
liderazgo empresarial gana con la marcha para presionar a los partidos de oposición, sobre
todo al PRI y al PRD, para que se desdibujen políticamente cada vez más. El PAN es sin duda, el que puede capitalizar mejor la marcha. Es el más identificado con ese liderazgo y
con esa parte de la sociedad, claramente mayoritaria en la marcha, caracterizada por el
individualismo, el analfabetismo político, la normalización del clasismo, la falacia y la
corrupción, ampliamente documentados durante la movilización.

Para los demás partidos, la marcha representó una oportunidad para hacer presencia, pero
también les sitúa en un dilema. El PRD seguirá nadando de a muertito y vendiendo su amor
en Edomex y Coahuila mientras le llega su acta de defunción y su paso a la clandestinidad
de la Sociedad Civil SA de CV. No le queda de otra. Para el PRI la cuestión es harto
complicada. Con un conflicto interno por sus vestigios, tiene una pobre capacidad
negociadora y es, quizás, el que carga con el peso mayor del desprestigio partidista. Una
parte de los marchistas lo repudió abiertamente en consignas y pancartas, o al menos a su
Presidente, quien más tarde fue increpado por algunos participantes. Los priístas que
marcharon lo hicieron cada quien por su lado, arropados más o menos por sus
simpatizantes, pero evitaron mostrarse como fuerza única, tal vez porque ya no pueden,
aunque también era necesario presentarse con el manto purificador de “ciudadanos”.

Con las elecciones en puerta, el PRI se juega dos de los más importantes y últimos reductos, pero con su inminente derrota en Edomex no le quede mucho que ofrecer en una confluencia política tan diversa.

Desde aquella gran marcha del 2004, antecedente fatídico del espuriato, capitalizada por los mismos que convocaron a la del domingo, los organizadores de la marcha contra el
“inenicidio”, no habían logrado movilizar a tantos grupos más o menos organizados con una
bandera común, por más difusa o falaz que sea. No es menor.

La reforma les da su víctima propiciatoria para el discurso del autoritarismo, la dictadura y
demás fantasmas que le adjudican al Presidente y a la 4T. Llamar golpe de Estado a un
acuerdo administrativo no sirve para sostener una acusación de dictador, por más que la
formule una doctora de Princeton o lo repitan los medios como mantra, pero la destrucción
del INE y con ella la democracia y hasta la identidad personal suena más plausible. Dinero
les sobra y mantienen los medios corporativos, así como herramientas como Twitter o
Facebook y muy particularmente Whattsapp, eficaz en la convocatoria de la marcha, como
pudimos constatar por el manejo de grupos vinculados con los parlamentos juveniles del
Senado.

Sin embargo, lo que resultará más complicado es convertir realmente este elemento articulador en una fuerza política con un proyecto que ofrecer y que sea capaz de traducir
una movilización coyuntural en una organización que pueda presentar una coalición política
con algún viso ya no de ganar en el 2024, sino al menos de no perder estrepitosamente. Lo
que lograron este domingo es importante pero quizás sea insuficiente. La propuesta de
reforma es un arma de dos filos. Es cierto modo, les conviene aprobarla pues Morena podría ser el principal “perdedor” con el método propuesto para elegir no sólo a consejeros y magistrados, sino a representantes populares; sin embargo, ello ya no puede estar en el
horizonte después de esta expresión de fuerza, pequeña comparada con la de la 4T en
términos de movilización y organización, pero mayor de la que muchos estimaban y que hoy tiene un punto de apoyo y articulación de voluntades que puede potenciar sus alcances.

El presidente y la 4T no tienen en realidad mucho de qué preocuparse, aunque no debe
confiarse ni minimizar o despreciar lo que la oposición consiguió el domingo. Sin duda, en
cualquiera de los dos escenarios el Presidente gana. De aprobarse sería un triunfo
mayúsculo que la oposición no está dispuesta a otorgarle. En el peor, de no aprobarse la
reforma, gana también o pierde relativamente poco, digamos. La próxima sustitución de
consejeros le da herramientas para acotar parcialmente al grupo que hoy controla
férreamente al INE. Tomando en cuenta que hoy hay cuatro consejeros que fueron electos en un proceso menos amafiado y que tienen mayor margen de autonomía real, es posible que para 2024 contemos con un Consejo menos parcial y menos dispuesto a convalidar
trapacería como las que le conocemos.

De nuevo, la astucia política del Presidente ha acorralado a la oposición y la ha obligado a
mostrarse tal cual es. Una oposición que hasta ahora no ha mostrado mucha capacidad para aprovechar coyunturas y que puede capitalizar lo que logró el domingo o convertirlo en su debacle total. Aún así, minimizar la manifestación política del domingo sería un grave error para Morena y sus aliados. Morena claramente no es un monolito, por fortuna, y vive en una coyuntura interna complicada, que la marcha del domingo contribuye a exacerbar por el obvio apoyo que recibió de los grupos afines a Ricardo Monreal. Es posible que en breve veamos una primera gran ruptura, que le daría oxigeno a una oposición desesperada y podría minar posibilidades, incluso, en las elecciones venideras. Tampoco es menor.

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Alberto Schneider
Alberto Schneider
Alberto Schneider es un consultor y escritor con amplia experiencia en seguridad, geopolítica y políticas públicas. Su trayectoria abarca diversos roles tanto en el sector público como en el social y privado, destacadamente en aspectos como planeación estratégica, análisis de información y gestión de comunicaciones. Con formación en letras hispánicas, cuenta con más de cuarenta años de experiencia en creación de contenidos y gestión de medios de información, recursos y materiales de formación y capacitación para universidades e instituciones como la UAM, la UNAM, el INAH, la SEP, el ILCE, la Cámara de Diputados y la Secretaría de Cultura federal, entre otras. Alberto Schneider ha colaborado en el desarrollo, instrumentación y ejecución de proyectos complejos, con herramientas de planeación estratégica, análisis de riesgos y enfoque en resultados, particularmente en áreas de inteligencia, control y evaluación de la gestión policial, así como en su procesamiento para la difusión pública. Su experiencia práctica se ha enriquecido con diversos cursos, talleres y seminarios en instituciones como la Unidad de Inteligencia de la Policía Nacional de Francia, la Policía Nacional de Colombia, UNOCD, entre otras. Actualmente colabora con medios como Capital 21, Revolución 3.0 y 4TV con análisis se asuntos de seguridad pública y nacional en México, en clave geopolítica, lo que lo ha llevado a abordar temas como la guerra de Ucrania, el genocidio en Palestina y otros conflictos armados.
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