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Hasta el último ucraniano III

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Como apunté en la entrega anterior, en la guerra en Ucrania intervienen primordialmente  tres factores de fondo: la incorporación de ésta a la Unión Europea, en condiciones de vasallaje y expolio, violando tratados y acuerdos bilaterales con Rusia; la expansión de la OTAN a Ucrania y Georgia, con la instalación de bases y armas nucleares en la frontera rusa y, por último, la desestabilización política y social por medio de las llamadas “Revoluciones naranjas”, iniciadas abiertamente en 2004, aunque preparadas callada y concienzudamente desde los años sesentas del SXX. 

Entremés

Más allá del predominante “Putin está loco”, “el imperialismo ruso quiere conquistar Europa”, que cacarean políticos y medios corporativos, hay algunos académicos y analistas que intentan plantear algún argumento. Frente al alegato ruso de que la OTAN instalaría armas nucleares en Ucrania, afirman que no hay “evidencia” de esa intensión. Por evidencia, se refieren que no hay declaraciones oficiales que lo prueben y menos documentos o alguna otra prueba material. Sorprende lo extendido de esta postura tan naive, por decir lo menos. Pretender que la OTAN exponga sus planes nucleares en Ucrania es absurdo. Como no lo ha dicho, ergo, no puede ser cierto. Otras soslayan la guerra en el Dombás o de plano la niegan. Estas posturas muestran la misma actitud y el mismo desprecio a Rusia que el de los neocons que impulsan la guerra. 

Por supuesto, la OTAN no se los mostró a Gorbachov en 1991, mucho menos al mundo; al contrario, aseguró que no se expandiría. Pocos años después, Polonia gozaba del privilegio de ser blanco nuclear, lo mismo que Rumania (nunca entenderé cómo es que eso significa estar más seguro). Al mainstream académico, mediático y político de Occidente ni siquiera le da prurito que el equilibrio nuclear esté siempre en las discusiones diplomáticas respecto a la expansión otanista, incluso entre quienes, en ámbitos militares y académicos, están a favor de esa expansión. Supongo que esperan el programa ejecutivo de obra para aceptarlo.

En general, hasta antes de 2014, hay abundante información en medios occidentales y ámbitos académicos sobre el acontecer social y político, incluso sobre la ominosa participación del extremismo nacionalista con abordajes más equilibrados. Sin embargo, la presencia de este tema se acalla a partir de entonces, sobre todo lo que sucedió en el Dombás. Cuando inicia la operación militar rusa, la censura se hace casi total, tanto en medios corporativos como en la academia. Predomina el simplismo y la falacia.

Aparte de medios de países no asociados a Occidente, como algunos de la India y China, por ejemplo, han sido periodistas independientes, académicos, organizaciones civiles y hasta ciudadanos comunes, quienes han podido registrar y documentar versiones y lecturas distintas del conflicto. Llama la atención que la mayoría de quienes en EUA cuestionan e incluso acusan a su país de provocar la guerra, sean exmilitares, integrantes de agencias de inteligencia y académicos que estuvieron involucrados directamente en el diseño y operación de la política norteamericana de la Guerra Fría. Mantienen aún relación y contacto con fuentes militares y de inteligencia de todo el mundo, incluso en activo y proveen de información valiosa. 

Menciono sólo a uno que, por otra parte, da escalosfríos: Henry Kissinger, quien a sus 99 años sigue dando lecciones de teoría diplomática y geopolítica. Por sus antecedentes, es curioso que desde la caída de la Unión Soviética, ha insistido en que Rusia ha jugado un papel fundamental en el equilibrio y la estabilidad del mundo. Afirma que desde hace 400 años ha pugnado por acercarse a Europa y ser considerado un igual. Desestabilizarlo con la expansión de la OTAN al Este es un error histórico de consecuencias imprevisibles para la paz del mundo. Parece que ha tenido razón. En buena medida, algunos de sus planteamientos me llevaron a abordar el conflicto de la manera en que lo he hecho en esta serie.

El aluvión

Desde 1990 comenzó un proceso de inyección de recursos por dos grandes vías a Ucrania desde Occidente. Por un lado, hacia el ejército, mediante el envío de armas y equipo moderno, así como entrenamiento por fuerzas militares de todos los paises de la OTAN y otros aliados. Este proceso se aceleró a velocidad exponencial a partir de 2014. Sobre los remanentes del ejército soviético, se conformó una fuerza regular de entre 500 y 650 mil hombres altamente entrenados, equipados y armados (infantería y artillería moderna, casi todos sus tanques y aviones eran rusos; ya no tienen). A marzo de este año, de acuerdo con el General Pat Rider, Secretario de Prensa del Pentágono, 26 naciones aliadas han entrenado a más de 11 mil soldados ucranianos en Europa y los Estados Unidos, aparte de los que han lo han sido en territorio ucraniano (30 países envían hoy “ayuda” militar).

El presupuesto para esta ayuda, autorizado hasta ahora por el congreso norteamericano, de entre 60 y 70 mil millones de dólares, es equivalente al presupuesto militar ruso de un año. Ucrania, con un crecimiento neto del PIB prácticamente negativo en tres décadas, es hoy el tercer comprador de armas del mundo, todo, claro, en abonos chiquitos. Súmele los fondos europeos y los que se han transferido a Polonia y Rumania, dos países ávidos por entrar en la guerra, y verá un panorama sombrío. Su interés: recuperar los territorios perdidos en favor de Ucrania en la Primera Guerra Mundial. Políticos de ambos gobiernos lo han manifestado abiertamente.

La otra vertiente de la inyección de recursos ha estado dirigida hacia el fortalecimiento, en términos militares, de los grupos nazis, en paralelo con el fortalecimiento del ejército regular. Una vez consumado el golpe de Estado, en 2015 el Congreso norteamericano suprimió una prohibición para financiar a “extremistas de derecha”, con el argumento principal de “combatir la influencia rusa” en países de Europa oriental, con lo que creció el flujo de dólares al extremismo europeo y ucraniano en particular. 

Pero no únicamente EUA provee generosos recursos. También, por ejemplo, es clara la participación directa del Reino Unido, la “pérfida Albión”, en el conflicto. En 2021, la Guardia Nacional Ucraniana, que aglutina a buena parte de las organizaciones paramilitares radicales, publicó una fotografía del encuentro secreto que sostuvo con el jefe de la Operación Orbital, la fuerza militar inglesa desplegada en Ucrania. Un año antes, el Ministerio de Defensa inglés había asegurado que Orbital sólo entrenaba al ejército regular. Esto es más siniestro que falso: el líder agradece a los ingleses el entrenamiento que recibió una de sus unidades (mil milicianos) en 2014. Se trata nada menos que del famoso Batallón Azov, que no sólo porta insignias nazis, sino que ha cometido atrocidades contra soldados y civiles, documentadas por periodistas europeos. Incluso, Poroshenko, a quien no se le puede llamar moderado, encarceló a algunos líderes y militantes asociados a ese batallón que fueron sentenciados a 10 años de cárcel; cinco años después, Zelensky los liberó. 

Asimismo, en 2015, el ejército canadiense (cool boys) entrenó a otros dos mil miembros del Batallón Azov en la operación “Misión Unificadora” (Unifier Mission). Soldados canadienses se mostraron en el campo de batalla junto con sus pupilos, enarbolando esvásticas, cruces gamadas y soles negros. Recientemente, un coronel en activo de ese país fue hecho prisionero por Rusia cerca de Bakmuth. 

Ello prueba que la OTAN no sólo brinda armas y entrenamiento, sino que participa directamente en la guerra. Se ha denunciado la presencia de soldados en activo de Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Polonia, Bélgica, Holanda, Alemania, Francia, España, Italia, Rumanía, Colombia, Croacia, Australia y Japón, entre otros, que intervienen bajo la fachada de voluntarios, entrenadores, “asesores” y mercenarios. Entre ellos, destaca la Unidad Academy, integrada por milicias de la empresa Black Rock (denunciadas en Irak, Afganistán, Yemen, Eritrea y Siria por crímenes de guerra). Es común el uso del inglés en videos publicados por el ejército y las milicias ucranianas en combate. Incluso hay unidades completas sólo de canadienses y australianos, al menos.

Los dos mayores partidos políticos que hoy controlan la política ucraniana surgen de los grupos fascistas financiados por la CIA a través, primero de aquel viejo Comité de las Naciones Cautivas, y más recientemente, de la NED, USAID y otros actores internos y externos. Estos grupos han jugado un papel estelar en los acontecimientos desde la primera “Revolución Naranja” en 2004 hasta el golpe de Estado y el inicio de la guerra en el Dombás. Un ejemplo paradigmático: el empresario petrolero Igor Kolomoisky es el principal promotor de Zelensky desde sus tiempos de comediante. Este magnate financia al Batallón Dnipro que, de acuerdo con el Wall Street Journal, cuenta con 2,000 combatientes activos y 20,000 de reserva. Este es otro de los batallones que atacaron el Dombás en 2014.

Gog y Magog

Desde la caída del Pacto de Varsovia y la Unión Soviética, la vida del pueblo ucraniano ha sido cuesta arriba, cada vez más empinada. Con una sociedad divididad prácticamente en dos, casi todos sus indicadores económicos son lamentables: el PIB sube y baja, pero está estancado en su valor de 2008; una deuda creciente con tasas de interés cada vez más altas (de 13.2 en 2008 a 58.7 como % del PIB); sectores productivos paralizados, caída en salarios, inflación y un triste etcétera. Tan sólo entre 2000 y 2021, la población ucraniana se redujo en 4.5 millones de personas, según datos del Banco Mundial. 

Uno de los factores que han causado esta situación es la permanente inestabilidad política, desde principios del siglo, sobre todo a partir de 2005. Ese año sube al poder Víctor Yushchenko, producto de la Revolución Naranja y de unas elecciones cuestionadas, en las que los dos bandos se acusaron de cometer fraudes y violentar a sus oponentes. De inmediato, rompe con la línea de los dos presidentes anteriores con su acercamiento al Occidente “aliado” y, al mismo tiempo, auspiciada por el Primer Ministro, comienza la normalización de Stephen Bandera. Por media Ucrania aparecen monumentos y museos en su memoria. 

Rindió frutos el trabajo de Katerina Chumachenko, aquella joven norteamericana, agente de la CIA y esposa del flamante Presidente. Lo único que creció en ese periodo fue la corrupción y los grupos extremistas. Fraudes, impugnaciones, protestas, anulación de resultados y elecciones extraordinarias se sucedieron una tras otra hasta 2010. Mientras, la violencia aumentaba y el gobierno navegaba entre protestas populares, enfrentamientos entre partidarios políticos, violencia étnica y crisis económica.

En ese contexto es comprensible que una buena parte de la población vea en Europa la posibilidad de una mejor vida. Sin embargo, hay que considerar, también, que la mayoria que eligió a Yukushenko en 2010, eligió también una plataforma que proponía una relación comercial abierta con Europa sin perjudicar sus relaciones con Rusia, mantener su independencia y su neutralidad y, sobre todo, la reconciliación e integración étnicas.

Durante 2013, las negociaciones en curso con Rusia para que Ucrania no se uniera a la OTAN y fuera respetada su independencia con la condición de neutralidad, fueron saboteadas una y otra vez por Estados Unidos, la UE y el FMI, que presionaron por todos los frentes para impedir cualquier acuerdo. Sanciones económicas, cierre de fronteras al comercio con Europa, suspensión de líneas crediticias, requisa de bienes y fondos en Occidente, hasta amenaza de persecusión judicial contra figuras del gobierno, aunado a la falta de garantías de que recibiría el apoyo financiero, político y económico que tanto alardeaban públicamente, orillaron a Yukushenko a suspender las negociaciones. 

Frente a ello, Putin le ofreció una línea de crédito de emergencia por 15 mil millones de euros y reducciones en el precio del gas, entre otras ofertas. Pero Yukushenko estaba acorralado. Es evidente que a eso lo querían llevar. La sola suspensión de las pláticas hizo explotar el caldero. Se activó el aparato mediático y propagandistico construido durante décadas y el 24 de noviembre de 2013 se desataron las protestas populares, inicialmente pacíficas. De ahí al golpe de Estado pasaron unas cuantas semanas y muchos muertos.

La participación de las organizaciones extremistas fue clave en el entramado desestabilizador antes, durante y después de las protestas populares en varias ciudades, pero sobre todo durante las masacres de Kiev y Odessa, causas inmediatas de la guerra. También está ampliamente documentada. Un reportaje de la BBC realizado durante las manifestaciones del Maidán (plaza) en Kiev muestra a grupos organizados de corte militar incorporándose a las protestas con armas de alto poder a la vista y sin empacho. Sorprende la cantidad de grupos, no así el miedo que refleja la gente al verlos. “Sabemos que son nazis, pero están de nuestro lado”, dice un joven incauto ante la cámara. El periodista entrevista varios de ellos, que incluso posan orgullosos con un arma. 

No hay duda de que el golpe de Estado fue planeado, organizado y ejecutado por EUA y Reino Unido, principalmente, con sus agencias de inteligencia, organizaciones civiles naranjas y rosas, junto con sus paramilitares. El documental de Oliver Stone, “Ucrania en llamas”, exhibe parte de esas acciones. Dos conversaciones filtradas a la prensa no dejan lugar a dudas. 

Una es de Victoria Nuland con el embajador en Ucrania, Geoffrey Pyatt. En ella discuten la estrategia a seguir para consumar el golpe de Estado. La plática evidencia el control que tenía EUA sobre los principales actores políticos y deja claro que la divisa era sacar a Yanukovich a como de lugar. Ante la preocupación europea por el papel de los fascistas, comentada por Pyatt, Nuland responde: “¡Fuck the UE!”. Así el desprecio hacia los europeos, sus “aliados”. No soprende que las demandas rusas les valieran un cacahuate. No hace falta decir cuánto le importa al gobierno de EUA el pueblo de Ucrania. 

Otra conversación reveladora se da entre el ministro de Asuntos Exteriores de Estonia, Urmas Päet, presente en Kiev durante los disturbios, y la jefa de la diplomacia de la Unión Europea, Catherine Ashton. El embajador confirma que los francotiradores de Kiev fueron contratados por los líderes del Maidán y no por la policía de Yanukovich, como acusa Occidente. Asthon no le da importancia y apura al embajador para preparar un paquete crediticio a Ucrania. 

Los más de cien muertos entre noviembre de 2013 y febrero de 2014 fueron causados por las mismas milicias que ingleses y canadienses entrenaron, y que más tarde asaltaron el Dombás junto con el ejército regular. (Obligado ver el documental de Sebatián Salgado “Tango de libertad en Lugansk” en seis capítulos; los dos primeros ya están en redes; el tercero se publica el 5 de abril).

La guerra en Ucrania es un paso más adelante en la política de expansión de la OTAN hacia el este y en la intención de destruir al Estado ruso, destronar a Putin y organizar un gobierno pro occidental (de paso, mermar el poderío económico de Alemania y obstruir el acceso Chino a Europa). Expansión que, por ahora, incluye a Ucrania y Georgia, estratégicos para expulsar a Rusia del Mar Negro. No son casuales ni la guerra 1991-92 en Osetia, que quedó dividida, ni la de Georgia contra Abjasia, que siguieron el guión de la desestabilización “ciudadana” de manera literal. El enorme problema de los progres georgianos que quieren guerra contra Rusia es que Georgia no tiene, ni remotamente, el poderoso ejército que sí tiene Ucrania. Cabe decir que ya en 1997, Joe Biden, entonces senador por Delaware dijo: “Lo único que puede provocar una respuesta vigorosa y hostil de Rusia es que la OTAN se expanda al Este”. Se refería a los países Bálticos, que aún así fueron anexados. Rusia no respondió entonces porque no tenía el poder ni militar ni económico para hacerlo.

El síndrome de Loki

Pero hay más elementos que permiten asegurar que el propósito de Estados Unidos ha sido hundir a Rusia llevándola a la guerra. Así lo hicieron en Afganistán. Zbigniew Brzezinski, Consejero de Seguridad Nacional del presidente James Carter, en una entrevista de 1998 al periódico Le Nouvel Observateur, lo dice sin ambages: 

“De acuerdo con la versión oficial de la historia, la ayuda de la CIA a los mujaidines comenzó en 1980, es decir, después de que ejército soviético invadiera Afganistan el 24 de diciembre de 1979. Pero la realidad, celosamente ocultada hasta ahora, es diametralmente opuesta. De hecho, el 3 de julio de 1979, el presidente Carter firmó la primera directiva para dar ayuda secreta a los opositores del régimen prorruso en Kabul. Y ese mismo día, le escribi una nota al Presidente en la que le explicaba que en mi opinión esta ayuda va a inducir la intervención militar soviética”. 

Más adelante le dice al periodista: “La operación secreta fue una excelente idea. Tuvo el efecto de hacer caer a los rusos en la ´trampa Afgana´ y ¿quiere usted que me arrepienta?… Le dimos a Rusia su propio Vietnam”. Después de diez años de guerra y un intento de golpe de Estado, cayó la Unión Soviética. 

Aquellos mujaidines, héroes del Mundo Libre, pero al fin insignificantes según Brzezinski, desde las montañas del país más pobre del mundo han sido capaces de invadir a otros países desde Irak y Siria hasta Egipto, Libia y Nigeria. Se presentan en varias modalidades: Los Hermanos Musulmanes, Al Nushra, Al Qaeda, Boko Haram, casi siempre acompañados de las famosas “primaveras árabes”. Recordemos, también, que uno de esos mujaidines, saudí millonario, fue la persona que introdujo a George W. Bush en el negocio petrolero, con una empresa común, con nombre en español, Arbolito & Co, aunque no se le conoce por eso: Osama Bin Laden. Insignificantes.

Monte Megido

Rusia nunca va a dejar que la OTAN se asiente en Georgia ni en Ucrania, sobre todo porque en 2002 EUA abandonó unilateralmente el Tratado de Misiles Antibalísticos, lo que le permitió acelerar la producción y modernización de su armamento intercontinental. En 2019 hizo lo mismo con el Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio. Y querían que Rusia abandonara el Mar Muerto y Sebastopol en Crimea, en donde está la mayor flota militar rusa.

Crimea ha sido una posición estratégica codiciada por tirios y troyanos desde hace siglos. La primera guerra “moderna” fue, justamente, la Guerra de Crimea de 1853-56 que lanzó el zarato ruso contra los infieles otomanos. Grecia y una coalición entre el Imperio Otomano, Francia, Reino de Cerdeña y Reino Unido se lanzaron contra el zar Nicolás I, que no ganó Crimea y en cambio perdió los principados de Moldavia y Valaquia (sur de Rumania).

En este contexto, es comprensible que inmediatamente después de la masacre de Odessa y el golpe de Estado en 2014, el Parlamento de Crimea convocara a referéndum sobre su permanencia en Ucrania. Era obvio que tártaros y rusos (casi el 80% de la población) eligieran su reincorporación a la Federación. Putin tomó el control de inmediato e impidió que la flota de la OTAN en el Mediteráneo avanzara hacia el Mar Negro, cosa que está haciendo en estos momentos. Es decir, para Rusia es un asunto de supervivencia de la Federación Rusa. Lavrov se lo expresa claramente a Burns: ustedes siguen con su anacronismo de la Guerra Fría y no aceptan que el mundo cambió. El futuro es la cooperación. 

Invadir Ucrania para detener la guerra del gobierno golpista y sus milicias contra las provincias independentistas de Donetks y Luhansk no sólo era cuestión de proteger a la población de origen ruso, sino de garantizar la permanencia y viabilidad de la Federación hacia el futuro. Un riesgo nada “emocional” como lo califican los neocons. La amenaza la han expresado con claridad Victoria Nuland, Jens Stoltenberg y otros mandos de la OTAN. 

El anuncio del Reino Unido de que proveerá de munición nuclear a sus tanques destinados a Ucrania no sólo escala la guerra, sino que recuerda crudamente la política expresada por Reagan pero que, como vemos, comenzó realmente con Carter: “Sangrar a Rusia, luchando hasta el último afgano.” Biden sólo omitió lo de sangrar a Rusia, no quiso ser tan obvio.

Referencias

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