(13 de febrero, 2014).- Una caja de discos que nadie compra, el estuche de una guitarra, el invierno neoyorquino y un gato que se vuelve una responsabilidad. Llewyn Davis conoce todas las formas del fracaso. Sin importar cuántas veces erró el camino, sabe que es posible errarlo una vez más.
Inside Llewyn Davis (presentada en México como Balada de un hombre común) es la más reciente cinta de los hermanos Ethan y Joel Coen. Ambientada en las calles de New York de 1960, el filme narra la vida de Llewyn, un músico mediano que va destruyendo todo lo que encuentra a su paso. Su familia, amigos, sus ocasionales parejas, todos intentan alejarse de la inestabilidad y la violencia del protagonista.
Incapaz de planear un futuro, sobreviviendo al día, el músico camina hacia la desesperanza. Con un pasado como marino mercante, el personaje navega entre la melancolía, la necesidad de seguir buscando vientos favorables, la sensación de un naufragio constante al final de cada día. Davis es el arquetipo del perdedor: sus pequeños y grandes esfuerzos se van por la borda como una cadena de consecuencias generada por sus descuidos.
Ha sido polémica la elección de Oscar Isaac para el rol de Llewyn, debido al poco brillo que transmite en escena. Sin embargo, ese es el acierto tanto de los Coen como del propio actor. Toda falta de carisma es necesaria para encarnar a un personaje que difícilmente se convertirá en entrañable para el público a primera vista. Gracias a ello, las esperanzas de que la vida de Llewyn cambien son mínimas, y nos aleja de las expectativas de un final hollywoodense.
Al mismo tiempo, el personaje de Llewyn Davis es dolorosamente real y, por ende, cercano: con cada decisión errónea es capaz de transportarnos a nuestros fracasos cotidianos, y quizá a esa misma incertidumbre que, en lugar de detenernos, nos hace dar un paso más. En la quiebra, sin un lugar donde vivir, Davis es el punto de partida que muchos guionistas usarían para comenzar una historia de superación y éxitos. En este caso no es así. Cada día es un comienzo, claro, pero le sirve de poco al protagonista, incapaz de cambiar los defectos de carácter que tiene tan asimilados.
Entre los pasos errados de Llewyn Davis, la historia parece ir a ningún lado y quizá así sea. No se estanca en la nostalgia ni el retrato del escenario de la música folk en la década de los 60. Tampoco se enfoca en revivir a las distintas personas que inspiraron a los personajes de esta historia. Raya más en lo que es vivir el día a día, la vida normal de un tipo con talento pero sin genio, que quizá tenga sus propios destellos pero nunca aprenda a brillar.
Al final, una sutil referencia a La Odisea dentro de la película puede que resuelva todo. Sólo entonces quizá comprendamos el aparente sinsentido de la historia: lo importante no es llegar a Ítaca, sino lo que uno vive en el camino.