En la primavera de 1933 partía un tren de Berlín a Trieste. De ese puerto italiano, dos parejas que viajaban juntas tomarían un barco hacia Palestina, entonces bajo ocupación inglesa. Nada extraño para personas de la alta sociedad alemana que gustaban de las experiencias exóticas del Medio Oriente. En el viejo barco inglés, fletado especialmente, que abordaron hacia el puerto de Jaffa iban cientos de europeos más, la mayoría en los niveles inferiores de la embarcación ya que no tenían los recursos para acceder a cubierta. A pesar de la diferencia de clase, todos tenían en mente una misma idea: arribar a la llamada tierra santa y convertirla en su nuevo hogar.
Los distinguidos visitantes, con vehículo incluido, viajaron inmediatamente hacia Tel Aviv y de ahí a diferentes colonias rurales, donde se organizaban en modelos novedosos de trabajo comunitario. Así lo harían durante un par de meses, reuniéndose con líderes de las colonias, como Moshe Yaakov Ben Gavriel, un escritor prolífico, cuya casa visitaron, para conocer a fondo sus aspiraciones, la situación en que vivían y las condiciones de su implantación en el territorio del pueblo palestino. A su regreso en Alemania, uno de los viajeros escribió sus impresiones en una publicación especialmente llamativa y que jugaría un papel de primera importancia en los años por venir.
Como dije al principio, no parecía haber nada extraño en el viaje, que hubiera pasado como uno más de los que cientos de europeos solían hacer hacia tierras “salvajes”. Sin embargo, se trataba de dos parejas muy especiales que viajaban “discretamente”, sin exponer abiertamente sus identidades. Dos amigos, con sus respectivas esposas, que se guardaban una amistad añeja: el Barón Leopold Itz von Mildenstein, héroe de la Primera guerra Mundial, y Kurt Tuchler, un rico comerciante textilero.
El barón era, además de miembro del Partido Nacional Socialista, integrante de la guardia de Hitler y responsable de la “cuestión judía” en su gobierno. Era, también, un conocido viajero y escritor de relatos de viajes muy leído entonces. El segundo viajero era un judío de origen prusiano y eminente líder de la Federación Sionista de Alemania. Sí, en pleno ascenso de Hitler como Canciller, un judío y un nazi de alto nivel, no sólo eran amigos, sino que viajaron juntos a Palestina con la venía, nada menos, que de Joseph Goebbels.
Bajo el título “Un nazi viaja a Palestina”, el relato de su viaje en común fue publicado en 12 partes por el órgano de propaganda nazi Der Angriff, El Ataque, uno de los principales medios que el Ministro de Instrucción y Propaganda impulsaría en Alemania. Como parte de la promoción de la serie, se acuñó una moneda peculiar: de un lado, la cruz gamada, y del otro, la estrella de David.
Habida cuenta de lo que vendría después, parece inverosímil que desde las altas esferas del poder nazi se promocionara un relato elocuente sobre las colonias judías asentadas en el Mandato Británico de Palestina. Aunque faltaban aún varios años antes de sucesos como la Noche de los Cristales y, por supuesto, de la “solución final” de la “cuestión judía”, el antisemitismo rampante amenazaba cada vez más la vida de la población judeoalemana.
En 1933, la solución a la cuestión judía aún no estaba definida. Dos corrientes dentro del partido disputaban posiciones. Un sector radical y ferviente antisemita impulsaba medidas extremas contra los “subhumanos” indeseables, como calificaban a los judíos. Por otra parte, con el mismo desprecio racial aunque sin el odio feroz de su contraparte, estaban quienes veían en el proyecto sionista una salida viable, al tiempo de que el gobierno contaría con apoyo para aminorar el boicot judío internacional contra Alemania. El barón Mildenstein formaba parte de ese último grupo y en su calidad de titular de la Sección Judía de las SS, promovió la alianza con el sionismo para impulsar el proyecto del Estado Sionista en Palestina.
En contraparte, los judíos también estaban divididos. Por un lado, los llamados “asmilacionistas” que se consideraban alemanes (o polacos; en Alemania había miles de judíos de origen polaco) y no deseaban abandonar sus vidas en su país de origen. Consideraban que el nazismo sería pasajero y que las condiciones impuestas se irían diluyendo con el tiempo. Irse a un lugar pobre a reiniciar una vida nueva no representaba ningún aliciente. Hay que hacer notar que la mayoría de los judíos alemanes eran seculares, sin una práctica religiosa estricta y que se encontraban integrados a la sociedad mucho más de lo que hoy parecería posible. Cerca del 30% de los judíos estaba casado con no judíos. La prohibición de matrimonios mixtos vino mucho después y fue adoptada como bandera religiosa por el propio sionismo para mantener la supuesta “pureza” de la raza judía. Es decir, por motivos diametralmente opuestos, ambos bandos promovieron el mismo discurso racista para justificar sus propios fines. (Es el mismo discurso que hoy vemos en el liderazgo sionisma de Israel).
Para el sionismo militante, la violencia contra la comunidad judía era una “palanca” necesaria para convencer a los “judíos asimilacionistas” de abandonar Alemania. Así, ambas posiciones, en principio antagónicas, se encontraban en un objetivo común: dejar Alemania sin judíos.
Sin embargo, si bien sus acuerdos permitieron que unos 60 mil alemanes se trasladaran a Palestina, también es cierto que a los sionistas no les interesaba salvar a la mayor cantidad de judíos posible. El sionismo no se propuso salvar judíos como objetivo primordial (más que en su propaganda) sino crear el Estado de Israel, con colonos seleccionados especialmente: jóvenes y con recursos económicos.
En 1936 Jaim Weizmann, líder indiscutible del sionismo, afirmó frente a la Comisón Real Palestina o Comisión Peel británica que sólo quería dos millones de jóvenes porque Palestina no podría sostener a todos los judíos europeos. “Los viejos morirán y deberán soportar su destino…son polvo, económica y moralmente son polvo, en un mundo cruel”, afirmó sin ambages.
Durante seis años, la colaboración del sionismo alemán con los nazis permitió establecer algunas colonias en Palestina. A diferencia de la gran mayoría de europeos judíos que huían de Europa, los colonos alemanes llegaron con financiamiento para construir sus viviendas, fundar negocios y comerciar productos alemanes en Palestina.
Para Ben Gurión, el principal líder sionista israelita (nacido en Palestina)y artífice de la creación del Estado israelí, el sionismo tiene la habilidad de transformar el desastre judío en oportunidad; el “desastre nos fortalece” afirmaba, mientras escogía a los “elegidos” para llevarlos a Palestina y desechaba a los “inservibles” como llamaba a judíos pobres y viejos. Se estima que dos tercios de las aplicaciones para viajar a Palestina por parte de judíos alemanes fueron desechadas por el sionismo. Los Judenrats, los Consejos judíos, con sus policías que vigilaban los ghetos, se encargaba de proporcionar a la Gestapo los nombres de judíos “no colaboradores” del sionismo. Estos eran detenidos y enviados a los campos de concentración y sus bienes se repartían entre el sionismo y los nazis. “Si tuviera que elegir entre salvar a todos los niños judíos y enviarlos al Reino Unido, y salvar sólo a la mitad mandándolos a Palestina, sin duda elegiría lo segundo”, afrimó Gurión al respecto.
Para Goebbels, el sionismo resultó un instrumento muy útil para llevar a cabo la limpieza étnico-religiosa que estaba en marcha, si bien no sería hasta después de 1938 en que ésta se convertiría en el horror que todos conocemos. La estrella de David, en azul sobre fondo blanco, símbolo actual del sionismo, surgió como signo de identidad exclusivamente sionista, no judía. En la Alemania nazi, la estrella sólo se les permitía usar a los sionistas colaboradores del Reich, no así a los asimilacionistas que portaban una estrella amarilla, lo que permitía a los oficiales de la SS, la Gestapo y demás agencias del Estado, distinguir entre aliados y enemigos.
Si bien ningún sionista imaginó la dimensión del “desastre” que se le venía encima al judaísmo alemán y europeo, sí eran conscientes, incluso después de las leyes de Nuremberg, de los asesinatos de la noche de los cristales y del recrudecimiento de las condiciones en los ghetos, de que morirían muchos de ellos, de ahí las palabras, siniestras e inhumanas, de Weizmann. Incluso, después de la Noche de los Cristales, algunos sionistas proponían que con la intercesión del Reino Unido, se le pagara a Irak para que recibiera a 300 mil judíos en su territorio (se planteo también con Dominicana). La idea se desechó por que no abonaba a la “causa” principal que era la fundación del Estado de Israel. “No se puede desligar el destino de los judíos del Estado de Israel”, era la divisa.
Millones de judíos fueron dejados a su suerte deliberadamente. El propio sionismo firmó su sentencia de muerte al anteponer su proyecto político, racista y usurpador, por encima de la vida de millones de personas. El Holocausto fue también producto del sionismo, cómplice de la “solución final”.
Hoy, el sionismo no tiene ningún pudor en sentenciar a millones de personas a un destino brutal. El discurso sionista dominante no difiere, en lo más mínimo, del discurso nazi. Cada vez son más las voces judías que se niegan a aceptar lo que el Estado israelí hace en su nombre. Cada vez son más las y los sobrevivientes del Holocausto que reconocen el lenguaje y los actos de los nazis en el de Netanyahu y sus ministros, pero también en el lenguaje y actitudes de una gran parte de la sociedad israelí y, por desgracia, del judaísmo sionista en el mundo.
Los “subhumanos” judíos se convirtieron en los “superhombres” nazis que, desde el gobierno israelí, hoy hablan -y actúan en consecuencia-, de exterminio total, de la “solución final” de la “cuestión palestina”.