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La deriva occidental

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El mundo se divide cada vez con mayor claridad. Estados Unidos, Europa y algunos otros como Canadá, Japón y Australia por un lado y, por otro, China, Rusia y prácticamente el resto del mundo. Mientras las sociedades de la abundancia y los adalides de los Derechos Humanos giran hacia la exacerbación de las desigualdades, la censura mediática, el asedio académico, la criminalización del disenso y la represión social, el resto de los paises construyen o luchan por construir sociedades menos desiguales y más abiertas, incluso los países árabes, con todo y su tradicionalismo moral.

La guerra en Ucrania y ahora la guerra de exterminio en Palestina marcarán el siglo XXI como dos de los puntos focales en los que se dirime el fin inevitable de la hegemonía occidental, frente a China, Rusia y el realineamiento político y la desdolarización de buena parte del mundo.

A partir de febrero de 2022, cuando la Federación Rusa intervino en Ucrania para detener la guerra contra la población ruso-ucraniana, iniciada en 2014 por el gobierno de facto impuesto por Estados Unidos y el Reino Unido, quedó claro que sobre la base del miedo, alimentado arduamente por el ecosistema mediático occidental, el gobierno autocrático europeo logró imponer medidas económicas, políticas y sociales draconianas a su población. Claro, con los aparatos represivos a todo vapor (curiosa expresión de cuando se inventaron las máquinas de vapor; hoy habría que decir, con mayor tino, a todo cobalto, sobre todo si pensamos en el genocidio en marcha en el Congo).

No hay duda de que la Unión y la Comisión europeas son ya un gobierno autócrata en Europa, controlado por Estados Unidos. El Parlamento Europeo es una farsa política (salvo por la honrosísima presencia de Irlanda, entre otros muy pocos, como Manu Pineda de España) y los gobiernos nacionales se han convertido en gerentes de las decisiones “colectivas”, tomadas por burócratas no electos por ningún proceso democrático. Controlados por el poder financiero y el complejo industrial-militar, están destruyendo la industria manufacturera, la agricultura, el comercio, pero también, la seguridad social, la salud, los derechos políticos, la libertad de expresión y acceso a la información en los países que integran el “oeste colectivo”, como gustan en llamarse.

Todo ello porque según sus dirigentes deben prepararse para “una guerra contra Rusia” que comenzó a prepararse en 2008 en la Cumbre de la OTAN, cuando se anunció la integración de Ucrania a esa organización militar. La línea roja, marcada claramente tanto por Gorbachov como por Yeltsin y, sobre todo, por Putin, fue sobrepasada en un acto de soberbia y agresión, que ha ido escalando hasta llegar al golpe de Estado en Ucrania y el inicio de la guerra activa en 2014. Hoy, un millón de ucranianos han perdido la vida o quedado discapacitados.

De un día para otro, la Federación Rusa, el gran socio que realizó inversiones monumentales y sostuvo en gran medida la economía europea, se convirtió en el enemigo acérrimo de Europa por las artes de la propaganda y la presión políticas de Estados Unidos y el Reino Unido. Sin base alguna, el socio que durante más de 80 años proveyó energéticos baratos a toda Europa fue puesto en la picota y hoy es el “mayor peligro” para la seguridad europea, según la OTAN, la Unión y la Comisón europeas, el verdadero gobierno actual en el continente.

La respuesta frente a Rusia fue la que impuso Estados Unidos a través de esos organismos. El atentado contra el gasoducto Northstream, la imposición de sanciones económicas y el giro en los objetivos presupuestales hacia la industria militar, han puesto a Europa en el punto de mayor debilidad política y económica desde la SGM. Prácticamente en recesión, los europeos ven día a día cómo se restringen sus libertades, cómo se empobrecen rápidamente y cómo su porvenir se oscurece por la represión, la censura, el racismo, el hostigamiento y la denostación social.

“Vamos a provocar el colapso de la economía rusa”, dijo el ministro de Finanzas de Francia, Bruno Le Maire, cuando se decidió imponer sanciones Rusia por su intervención en Ucrania, comenzando por congelar sus fondos en bancos internacionales. Hoy la economía rusa ha crecido 3%, mientras Francia está en recesión. Esa sí es una economía colapsada, como casi toda Europa, comenzando por Alemania. Mientras que en España es normal que una mujer de casi 90 años sea deshauciada de su vivienda y lanzada a la calle por una deuda de 88 euros ($1,600 pesos mexicanos) o que en Estados Unidos el 60% de los “homeless” tengan empleo pero no puedan pagar una vivienda y que más de 1.5 millones de estudiantes de escuelas públicas vivan en la calle, en Rusia el 92% de la población adulta es propietaria de su vivienda, algo similar a China, donde el 90% de los “milenials” son propietarios.

Rusia ha crecido entre 2021 y 2023 tres veces más que la Unidón Europea y hoy Inglaterra no es capaz siquiera de hacer zarpar ninguno de sus enormes portaviones hacia el Mar Rojo por “inoperantes”. Pero quieren guerra contra Rusia.

En ese contexto, Estados Unidos y Europa ha impuesto una censura feroz contra cualquier información proveniente de Rusia. La versión rusa de los hechos, al menos desde 2014, ha sido paulatinamente silenciada, primero por la propia censura mediática y cada vez más por prohibiciones legales impuestas tanto por gobiernos particulares como por la Unión Europea como conjunto.

De esta manera, la sociedades occidentales están hoy sumidas en la ignorancia y la represión política y su futuro está fuera de la discusión pública. Desde los círculos de poder en Europa se insiste en la supuesta amenza militar rusa para justificar desde las restricciones presupuestales en materia social hasta la represión policial, la censura total y la criminalización de la protesta.

Un suceso mediático reciente ilustra hasta qué punto ha derivado el sistema mediático occidental a censor a modo y propagandista de los poderes oligárquicos locales, por un lado, y del poder hegémónico a nivel mundial, por otro. El  8 de febreo, el periodista Tucker Carlson entrevistó a Vladimir Putin. Un hecho que debería ser absolutamente normal, se convirtió en el eje de la denostación pública y uno de los procesos de silenciamiento mediático más extensos de tiempos recientes. Sin embargo, también resultó en uno de los errores más dañinos para la propia credibilidad de ese poder. Tan sólo la posibilidad de llevarla a cabo, le mereció a Carlson desde persecusión y espionaje en Estados Unidos hasta la amenaza de juicios penales en Europa.

A pesar del silenciamiento, la tergiversación y la descalificación de ambos protagonistas, a cuatro días de publicada el 8 de febrero, la entrevista tiene casi 200 millones de vistas sólo en la cuenta personal de Carlson en X. Analistas de redes y medios estiman una audiencia de al menos mil millones, si se considera la infinidad de reproducciones y traducciones a decenas de idiomas. Ningún medio corporativo occidental publicó la entrevista sino que, por el contrario, tergiversó burdamente las declaraciones de Putin. Hoy por hoy, la información corre por otros canales fuera del hegemón mediático occidental y su influencia es creciente e imparable. El nuevo orden mundial multipolar también se modifica hacia otras fuentes y medios de información que superan la deriva moral y política de los medios tradicionales. Enhorabuena.

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