Natalia Tėllez Torres Orozco
Las prisiones no hacen desaparecer los problemas sociales, hacen desaparecer a los seres humanos.
Angela Davis
Es una creencia común pensar que hacer justicia es castigar; que cuando alguien hace algo mal, hay que corregirlo mediante una sanción. Desde la infancia se moldea el comportamiento con regaños y castigos, y a veces con recompensas. Pero hoy sabemos que esa visión está equivocada. Llegar al castigo es llegar tarde. Cuando alguien viola la ley, el daño a las personas y a la sociedad ya está hecho. El juicio no marca el inicio de la justicia, porque ninguna sanción puede borrar un daño que ya ocurrió.
La verdadera justicia no empieza con el castigo, sino con la prevención y la participación. Significa estar presente antes de que suceda lo que no deseamos. La justicia debe acompañar, proteger y escuchar. El derecho, entendido como instrumento sancionador, debe ser siempre la última opción. No se trata de esperar a que alguien requiera ser castigado, sino de preguntarnos y atender las causas que provocan las conductas que rechazamos. No se trata solo de aplicar las reglas que nosotros mismos establecimos como sociedad, sino de construir un ambiente en el que esas reglas se comprendan, se compartan y se respeten porque todas las personas ven el valor de hacerlo.
Desde una visión más amplia, el derecho reconoce que el comportamiento humano está profundamente influido por su contexto social, económico y cultural. Una sanción legal puede castigar una acción, pero no atiende las condiciones que la hicieron surgir. Entender cada caso en su complejidad no elimina la responsabilidad individual, pero sí permite construir un sistema más justo y eficaz. Esto es especialmente importante en una sociedad como la mexicana, marcada por profundas desigualdades sociales y económicas.
Además, el miedo al castigo no forma mejores personas ni mejores ciudadanos. Nuestra motivación para hacer lo correcto no puede ser el temor a una sanción. Debe ser una convicción sincera y personal, el deseo genuino de no causar daño a otras personas ni a otros seres vivos. Cuando todo se basa en el castigo, la consecuencia es que las personas buscan esconderse o callar. No porque no entiendan la diferencia entre el bien y el mal, sino porque no quieren ser castigadas. Una justicia que solo persigue y castiga genera miedo, no valores. Y nada bueno puede construirse desde el miedo.
Pensar la justicia solo como castigo es pensarla como algo estático, que solo reacciona. Como si solo existiera después de que algo que no queríamos que sucediera, sucede. Esa visión nos condena a una historia sin fin, en la que siempre habrá sanciones, siempre habrá culpables, y el éxito solo se mida en expedientes.
Por eso debemos abrir la mirada. Entender que la justicia también tiene que ver con lo social, lo económico, lo político y todo lo humano. Que el sistema de justicia, las leyes, los jueces, los abogados y todas las instituciones públicas no deben limitarse a administrar conflictos, sino hacer todo lo posible por transformar las realidades que los generan. Hacer justicia no es solo juzgar lo que ya pasó, sino trabajar por un futuro mejor.