Natalia Tėllez Torres Orozco
La justicia no se pide de rodillas: se conquista de pie.
José Martí
Nos han hecho creer que la justicia es cosa de jueces, de abogados, de élites que hablan en latín y firman sentencias desde oficinas lejanas. Nos han hecho creer que la justicia es un lujo para quienes pueden pagarla, un favor o un papel sellado por personas que no conocemos. La justicia no vive en los juzgados o expedientes: vive en la conciencia de las personas. Y si no es justicia para todos, no es justicia. Eso se llama abuso y simulación.
La justicia verdadera nace en nosotros mismos. Nace en la voz de quien se atreve a denunciar. En quienes reconocen la injusticia y se niegan a tolerarla. No se decreta desde arriba, se construye desde adentro y abajo. Porque cuando el sistema protege a los poderosos y castiga al que alza la voz, eso se llama corrupción e impunidad. Y eso no lo aceptamos quienes creemos que vale la pena luchar por lo justo, por lo digno y por lo correcto.
No existen soluciones fáciles. Nadie va a venir a salvarnos. Ningún político, ningún juez, ninguna ley va a ganar nuestras batallas. Nos toca a nosotros. La historia la escriben quienes se atreven. El poder que no se enfrenta se fortalece. Y cada vez que decimos “esto no está bien” y actuamos en consecuencia, cambiamos el mundo, aunque sea un poco. Pero lo cambiamos. Y eso importa.
Hacer lo correcto no es ingenuidad, es libertad. Pelear por la justicia es enfrentarse al mismo poder que siempre ha querido mantener todo igual. Es tomar partido, arriesgarse y confiar en nosotros mismos. No hay neutralidad posible. Si creemos que las cosas pueden ser mejores, tenemos la obligación de cambiarlas. Porque de eso se trata la justicia: de no rendirse nunca, de no callarse jamás.
Si no tomamos nuestro destino en nuestras manos, otros lo harán por nosotros, contra nuestros intereses y sin nuestra opinión. La justicia no va a bajar del cielo. Se construye con coraje, con decisión, con participación y con esperanza. Con la esperanza de quienes ya no aguantan más. Con la esperanza de quienes no se rinden. Con la esperanza de quienes saben que este país merece algo mejor. Que nuestros hijos merecen algo mejor. Que nosotros merecemos algo mejor.
Porque la justicia que no es compartida, no es justicia: es solo poder. Y si no la tomamos en nuestras manos, otros manos lo harán.