Por: Valentina Pérez Botero
Twitter: @vpbotero3_0
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) recomienda que las importaciones de alimentos no deben superar el 25 por ciento del consumo local. México importa el 33.1 por ciento de sus granos básicos. ¿Está en peligro la seguridad alimentaria? ¿El campo mexicano podría, con su propia producción, revertir las cifras?
Víctor Suárez, director ejecutivo de la Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campo (ANEC) dice que sí: México tiene el potencial en sus campesinos y científicos para cosechar disponibilidad, acceso y estabilidad –características de la seguridad alimentaria- en el suministro de alimentos sin transgénicos ni monopolios extranjeros.
La ANEC propone, a través del trabajo conjunto de sus agremiados, revertir el modelo en el campo. La revolución verde de las décadas de los 70 y 80 se agotó. La nueva revolución verde, de transgénicos e insumos, es inviable en materia económica, cultural, medioambiental y salud, de acuerdo con la organización; por lo que una revolución agrícola y tecnológica debe guiar el campo mexicano.
“Estamos transitando de un modelo de agricultura de insumos a una agricultura del conocimiento” explica Suárez, quien cimenta la nueva revolución del campo mexicana en cuatro principios base: uno, rescatar la agricultura campesina tradicional; dos, involucrar la olvidada Escuela Mexicana de Mejoramiento de Plantas -para la producción de híbridos y el mejoramiento de las especies-; tres, implementar la agroecología para la producción de alimentos sanos y la conservación del medioambiente; cuatro, abrazar los conocimientos científicos sobre la producción vegetal y animal.
La revolución planteada por los productores pequeños y medianos del campo, que agrupan la ANEC, equivale a desechar dos premisas arraigadas en las políticas públicas destinadas al sector rural: “Que el campesino es un ignorante” dice Suárez, pues, al considerarlo así, se le desecha como sujeto social poseedor de conocimiento pertinente para su labor.
A la ignorancia también se le emparenta con la pobreza: “Y la pobreza da lástima, condición de inferioridad” aclara Suárez, por lo que se activan los mecanismos de limosna envueltos en “filantropía privada, como la Cruzada contra el hambre, o el asistencialismo público”.
Y el segundo mito es que en México la tierra es inerte. Está muerta. Necesita que se le den nutrientes pero en forma de agroquímicos importados que sólo acrecientan la dependencia y, a largo plazo, esterilizan la tierra.
Pedro Torres, presidente de la ANEC, resalta una incongruencia producto de políticas públicas destinadas al campo que sostienen modelos agotados “El propio campo, donde se producen los alimentos, está sufriendo de hambre” y Vicente Suarez explica el por qué “Somos un campo de maquiladores e importadores no de productores, por eso estamos empobrecidos”.