El secretario de Estado Mike Pompeo y el presidente electo Andrés Manuel López Obrador se reunieron durante una hora el pasado viernes 13 en la casa de transición de la colonia Roma, en la ciudad de México. Abordaron varios temas, entre ellos la seguridad. El futuro canciller Marcelo Ebrard, afirmó que la reunión se realizó en un ambiente “excelente” y se trató de una conversación “exitosa”.
López Obrador entregó a Mike Pompeo una propuesta de entendimiento con Estados Unidos, cuyo contenido será revelado en pocos días.
En materia de seguridad México ya adelantó que habrá cambios en la estrategia y confía en que haya una buena relación con Estados Unidos. Por su lado Mike Pompeo reafirmó la alianza con México para combatir el crimen organizado.
En la actualidad la cooperación entre ambos países en materia de seguridad es “muy buena”, al decir del embajador mexicano en Washington, Gerónimo Gutiérrez. Sin embargo la relación bilateral asiste a un episodio de franco deterioro en virtud de la política exterior transaccionista de la administración Trump, que desestima el TLCAN y obliga a México a la búsqueda apresurada de alternativas comerciales más al sur. Si la relación continúa desgastándose, el gobierno mexicano no podrá sostener su cooperación sin reclamar una equivalencia del otro lado, menos aún en un modelo de relación asimétrica que arroja resultados más débiles que en el pasado inmediato.
La estrategia autodisolvente de “paciencia estratégica” ensayada por Videgaray no podrá ser replicada en la gestión de Marcelo Ebrard y la cooperación binacional en seguridad estará presionada, al igual que toda la gestión, entre la estructura sumisa de inserción regional y las expectativas del 1º de julio.
Mike Pompeo manifestó en la conferencia de prensa posterior que Estados Unidos espera establecer una agenda conjunta que permita disminuir los índices de violencia en la frontera común, frenar las mafias del narcotráfico y regular los flujos migratorios desde Centroamérica hacia Estados Unidos. Nada del lenguaje ha cambiado en la transición, en un discurso hipersecuritizado donde migración y seguridad son elementos inseparables de un mismo problema.
El pasado 1º de julio, apenas cerrado el proceso electoral, López Obrador propuso telefónicamente a Donald Trump explorar un acuerdo integral para reducir la migración y mejorar la seguridad, dentro de un programa de gobierno donde los cuatro temas principales de relación con Estados Unidos son el TLCAN, la migración, el desarrollo de Centroamérica y la seguridad. Donald Trump, aunque el proceso de renegociación del TLCAN está estancado hasta las elecciones americanas de noviembre, propuso un acuerdo separado entre Estados Unidos y México, sin Canadá,. Los acuerdos separados son la delicia del presidente Trump y pueden ser la primera trampa de la “excelente” relación inicial con Estados Unidos. El tan explícito lenguaje común utilizado en la reunión con Mike Pompeo arroja para los mexicanos las primera señales de advertencia. No se hace política exterior (ni política en general) repitiendo las palabras que el otro quiere escuchar.
La relación entre México y Estados Unidos no está construida solo en base al TLCAN sino también sobre la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte – ASPAN, una especie de brazo militar del TLCAN, vigente desde 2005. Esta iniciativa dio paso en el año 2007 a la Iniciativa Mérida, que reconfiguró las fuerzas armadas y policiales mexicanas bajo la supervisión de asesores de inteligencia estadounidenses en virtud de la pertenencia de México al área de responsabilidad del Comando Norte. La matriz que explica la primacía de las Fuerzas Armadas en la política de seguridad interior en México tiene asidero en la política exterior y en la relación bilateral con Estados Unidos.
Estados Unidos endurece el enfoque prohibicionista (hasta desconocer las políticas de regulación – legalización del consumo de drogas votadas en varios Estados) y utiliza a México como territorio de contención y guardia fronterizo regional. En consecuencia la aplicación de estrategias sustantivas en las políticas de seguridad requiere cambios en la política exterior e interior, más allá de una adaptación creativa a las nuevas realidades.
Recuperar la soberanía en las políticas de seguridad no es una tarea fácil, pero la soberanía nacional depende de ella.