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La Trampa del Mercado IV

La desigualdad endémica o estructural

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La cuarta transformación significa el escape del neoliberalismo. Este periodo que, en mi opinión, comienza en 1971 con la declaratoria de Nixon para volver inconvertible el dólar con respecto al oro, fue proyectado desde poco antes de la segunda guerra mundial como parte del programa de sucesión hegemónica de los Estados Unidos sobre Gran Bretaña.

El objetivo fue construir una gran maquinaria a escala global que permitiera romper todas las barreras o frenos a la circulación del capital norteamericano. Los horrores de las bombas nucleares y la vergonzosa derrota en Vietnam (para los estadounidenses, por supuesto) hicieron buscar una alternativa de control, una con mayor alcance y con menor destrucción evidente. Para estos efectos es que se eligió el control de los canales monetarios por donde se transmiten los infinitos intercambios a escala global, controlar la economía mundial mediante la esfera financiera fue la innovación histórica que le dio al imperialismo norteamericano la posibilidad del ejercicio de su dominio.

No obstante, nada es para siempre y la crisis del 2008 significó, entre otras cosas, el anuncio de que esta forma de dominio tiene un límite y que ahora, más que permitir el control, lo inhibe. Es por ello por lo que frente a esta pérdida de poder surge el despliegue militar como medida desesperada. El problema para los Estados Unidos es que, concentrado en el control financiero, se olvidó que la economía “real”, la de la producción de valores materiales y efectivos es la verdadera fuente de riqueza. Desafortunadamente para el mundo anglosajón esta fuerza se mudó hacia China.

Este cambio de epicentro pone sobre la mesa los posibles escenarios hacia donde se dirige la transformación. Como dice el filósofo Enrique Dussel, la primera emancipación fue con respecto a España, pero la segunda (en curso) es de carácter económica con respecto a los Estados Unidos, por lo que el contenido de desarrollo de la cuarta transformación es modificar la forma del mercado.

Esto significa cambiar de fondo una de las características esenciales que impone la hegemonía estadounidense: la desigualdad estructural. Es decir, la captura de la riqueza social para beneficio de unos cuantos capitales. Este problema no solo alcanza a Latinoamérica sino también a la propia Europa –como bien lo detalla Thomas Piketty– por lo que modificar esta balanza es uno de los objetivos primordiales si se quiere construir un Estado post neoliberal.

Para alcanzar esta transformación es necesario dos tramos simultáneos: 1) avanzar en las transferencias estatales a las familias, esto es, el entorno de bienestar que incluye el sistema de becas, apoyos y programas para combatir los efectos de la pobreza, así como los programas de política económica para contener precios y mejorar el poder adquisitivo del salario y 2) realizar los cambios estructurales en forma de infraestructura y reordenamiento de la economía en su vocación general, es decir, el paso de un país maquilador con un mercado interno desmembrado hacia un país con soberanía energética y planificación productiva con capacidad de proyectar soberanamente el mercado interno en el contexto internacional.

Esta distinción es importante puesto que los recursos siguen siendo limitados para satisfacer las necesidades de la población. Si bien la política de austeridad republicana permite liberar una gran cantidad de presupuesto, los pasivos heredados del entorno de deuda neoliberal siguen siendo un lastre. Por ello es que no se debe perder de vista que la solución, no solo de los efectos de la pobreza sino de sus causas, está en la capacidad productiva del país como un conjunto, por lo que las grandes obras que se están realizando en este gobierno deben ser vistas como soluciones de fondo para el fenómeno estructural de la desigualdad.

El Escape

Las transferencias directas y redistribución del ingreso son, de todas maneras, esenciales. En este sentido debe proyectarse para el próximo sexenio la profundización de una reforma fiscal que avance en su progresividad (que los más ricos paguen cada vez más impuestos) y que las familias ganen cada vez más, no solo como cuantificación monetaria sino pensando en la recomposición de la dignidad económica tan importante para la pacificación del país y la diversificación de las posibilidades creativas y sociales de la población mexicana.

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