Se rebasaron los límites de la paciencia de la sociedad mayoritaria, situación que se puede prestar a peligrosas provocaciones de la élite ultra reaccionaria en el poder. Hasta parece que se está provocando el desbordamiento de la ira popular, de manera premeditada, para poner en marcha una bien orquestada acción represiva que acabe de una vez con el descontento de la población que se empieza a dar cuenta que la clase gobernante sólo actúa en beneficio de una minoría que no se sacia de privilegios y riquezas.
Con total desfachatez se otorgó la licitación a la principal empresa china del ramo para construir el tren rápido de México a Querétaro, pero en la operación participaron empresas de un cuñado de Carlos Salinas de Gortari y de amigos mexiquenses de Enrique Peña Nieto. Sin embargo, al producirse el consiguiente escándalo mediático, el gobierno federal decidió rescindir el contrato, lo que demostró que la sucia componenda no era una simple especulación, aunque el truco estuvo en reconocer la maniobra para desviar la atención pública del escándalo mayor en esta hora: la masacre de Iguala.
Al paso de los días se vio que no dio resultado tal estratagema, pues las protestas contra el gobierno federal siguen y crecen de manera imparable, incluso fuera de nuestras fronteras. El fin de semana trascendió la información sobre una palaciega propiedad de Peña Nieto en las Lomas de Chapultepec, con valor superior a 95 millones de pesos, información que la propia esposa de Peña Nieto, Angélica Rivera, había dado a conocer hace meses en una revista española, para ufanarse de tan principesca propiedad. ¿Por qué ahora se le da tanta difusión a una nota de sociales? Porque es el momento oportuno.
Peña Nieto y su mujer no pierden oportunidad para demostrar su gusto por el lujo y la frivolidad, lo más enojoso es que no se cansen, junto con el PRI, de hablar sandeces sobre su dizque “firme compromiso social”. En conferencia de prensa en una escala en Anchorage, Alaska, el inquilino de Los Pinos justificó su decisión de viajar a China y Australia, porque “no hacerlo sería actuar con irresponsabilidad, porque se trata de foros que tendrán un impacto en el desarrollo y en el impulso de la economía del país”. Lo tendrían, en efecto, si el Ejecutivo federal actuara como verdadero gobernante de todos los mexicanos, no como simple agente viajero de un reducido grupo de empresarios.
Los hechos demuestran que lo que menos le importa a Peña Nieto es el desarrollo y el impulso a la economía del país. Si ese fuera el caso, no habría llegado a Los Pinos, la oligarquía no habría invertido miles de millones de dólares en llevarlo a la presidencia de la República. Lo colocó en la silla presidencial para que cuide sus intereses, no los de la nación, por eso el régimen reaccionario tiene tantos problemas, cada vez mayores desde hace tres décadas: se le están acabando las coartadas para justificar sus políticas públicas antidemocráticas y facinerosas, cuyos resultados están a la vista: dramática descomposición del Estado con una secuela de crímenes y de impunidad que acabaron por sacar el enojo soterrado de la población mayoritaria.
Ahora al régimen reaccionario sólo le queda una carta: las provocaciones para justificar la represión que asoma ya sus narices. Por eso Peña Nieto ya se está curando en salud, como se dice coloquialmente. En la conferencia de prensa mencionada afirmó: “Los mexicanos decimos no a la violencia… decimos sí a la justicia, al orden, a la armonía, a la tranquilidad; decimos sí a la aplicación de la justicia ante estos hechos atroces y abominables”. Sólo que ya nadie le cree, por la sencilla razón de que sus hechos son diametralmente opuestos a lo que dicen sus palabras.
No parecen darse cuenta, ni él ni sus principales asesores, que mientras más hablan, más se derrumba su credibilidad. Sus discursos son como mentadas de madre a la población mayoritaria, que apenas sobrevive con uno, dos y hasta tres salarios mínimos, en el mejor de los casos, y padece grandes penurias en viviendas que se caen solas. En cambio, una minoría con mentalidad monárquica, considera tener derecho a sus exorbitantes lujos y le disgusta que la plebe proteste.